El niño con bicicleta es un cuento de verano. Los hermanos Dardenne, ganadores de dos Palmas de Oro por Rosetta y El niño, presentaron ayer en la competición oficial una de las películas más luminosas de su carrera, sin perder un ápice de la crudeza y honestidad marca de la casa. El niño con bicicleta es clara, quizás por la luz del verano que se filtra en la película. Pero también por su tonalidad de cuento de hadas.
Un niño, vestido siempre con camiseta roja, como un caperucito de una ciudad de provincias belga, encuentra a su hada madrina, una peluquera, que será capaz de ayudarlo a salir del bucle de violencia y abandono que lleva a cuestas. El niño va en bicicleta, elemento entre mágico y terrenal que le otorga fuerza, y será en el bosque cercano a la ciudad donde el chaval encuentre un lobo que le tiente. 'Hemos querido hacer un cuento. De hecho, en un principio pensamos titularla Un cuento de hadas moderno', indicó Jean Pierre Dardenne, 'pero pensamos que era demasiado explícito', añadió.
El filme narra 'una historia de amor que sale bien' entre un niño y una peluquera
Cyril es un niño que vive en una casa de acogida, donde su padre lo ha abandonado para empezar de cero, en una ciudad distinta, sin su hijo. El chico no acaba de aceptarlo y se escapa continuamente para ir en busca de su padre. En una de sus huidas, se topará con Samantha (estupenda Cécile de France), una peluquera, con quien nace una relación materno-filial y a la que los Dardenne, hábilmente, desproveen de toda explicación psicológica, sin que ello perjudique la credibilidad de la narración. 'Es el cuerpo y la presencia física de Cécile lo que nos importaba, no tanto sus razones. Ella es capaz de devolver al niño su infancia y eso es lo que queríamos contar: una historia de amor que sale bien', dijo Luc Dardenne.
Los directores alabaron la entrega de Thomas Doret, el fascinante niño protagonista, al que reclutaron, como suelen hacer, en un casting entre cientos de chavales no profesionales.
Decían los hermanos ayer que este ha sido el rodaje más relajado de su vida. 'Estábamos menos ansiosos de lo habitual y quizás eso se ha filtrado en el resultado final. También es cierto que los personajes son menos complejos', apuntaron ambos. En El niño de la bicicleta hay más cosas inusuales que en el resto de su filmografía. La música es quizás una de las más llamativas, ya que los hermanos no suelen hacer uso de ella, en pos de su conocida contención y el antisentimentalismo. En esta ocasión hay arranques musicales muy medidos (una bellísima melodía de Beethoven), que sirven en bandeja al espectador altos vuelos emocionales. Entre ellos, dos: la hermosa carrera nocturna de Cyril en su bicicleta cuando el dolor del rechazo de su padre es ya definitivo y el final, que es sencillamente mágico.
El homenaje al cine mudo de 'The Artist' levantó la ovación de la sala
El filme de los belgas, el más redondo y emocionante visto hasta el momento en la competición oficial, podría suponer otro premio más a los hermanos, que cada vez que presentan filme en Cannes reciben algo. ¿Mejor Dirección, tercera Palma de Oro? Con un jurado presidido por Robert de Niro, y con Uma Thurman y Jude Law entre sus miembros, parece más probable que la elección tenga en cuenta al americano Terrence Malick o a Sorrentino, cuya película interpreta Sean Penn. De cualquier forma, El niño de la bicicleta es una lección de cine y un emocionante cuento sobre la resurrección.
La competición sirvió ayer otro plato que gustó a buena parte de la platea de la sala Lumière, que aplaudió a rabiar en los créditos finales de The Artist, del francés Michel Hazanavicius. Se trata de un homenaje al cine silente de Hollywood, con generosas dosis de humor y encanto suficiente para agradar a todos los públicos.
George Valentin es un actor de cine mudo que goza de fama y talento y un parecido considerable a Douglas Fairbanks. Valentin conoce a una aspirante a actriz en los momentos en que las películas empezaban a hablar. Se enamoran, pero sus vidas no irán por el mismo camino: ella triunfará en el nuevo paradigma, mientras él ve como su fama decae y su fortuna empequeñece.
La película apuesta por intentar reproducir la magia del cine mudo, y también su silencio, con cierta artificialidad y mucho humor. Pero al final no propone nada más que un divertimento, sin ese encanto que busca incansablemente su director. A estas alturas un homenaje al cine mudo está bien, pero nos hace echar de menos al revolucionario Guy Maddin y su revisión personalísima del cine primitivo. La experiencia de Hazanavicius puede ser agradable, pero insípida.
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