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Plagas de islamofobia, racismo, neonazismo, xenofobia… Odio por otra nación, odio político, religioso, odio por los que tienen orientaciones sexuales diferentes… “El odio se ha puesto de moda en el mundo. Para los jóvenes hoy, parece que es mucho más fácil odiar que amar”.
El cineasta croata Dalibor Matanic, decidido a hacer ‘cine por la paz’, volvió al pozo negro del pasado reciente para que “aquellos que odian se miren en el espejo y se pregunten por su felicidad”. Bajo el sol, primera película de la que será The Sun Trilogy, es una llamada a la esperanza y a la responsabilidad sobre los actos del pasado, un filme que conquistó al jurado de Cannes, que le concedió el Premio Especial de la sección Un Certain Regard.
Goran Marković y Tihana Lazović son los protagonistas de tres historias de amor entre un hombre croata y una mujer serbia. Personajes distintos con los mismos rostros en tres momentos definidos de la guerra de los Balcanes: 1991, las primeras explosiones de odio étnico; 2001, después de la guerra, y 2011, siguen resonando los ecos del conflicto.
La apuesta de mostrar diferentes personajes interpretados por los mismos actores subraya la continuidad del amor, pero también advierte sobre los ciclos recurrentes de la Historia. “El objetivo es que la que sería la cuarta historia no fuera otra vez la primera”.
¿Se puede decir que esta es una película de amores y de odios dictados por la Historia?
Me crié con mi abuela. Ella me dio todo el amor que podía necesitar, mucho amor. De pronto, llegó un momento en que me dijo: “Hagas lo que hagas, nunca te líes con una chica serbia”. Eso, en realidad, fue el detonante de la película. ¿Cómo puede alguien con tanto amor estar tan obsesionada con odios y conflictos? La Historia viene en ciclos. Cada cuarenta años sucede algo. Ahora, un mundo en el que gobiernan Trump, Puttin, Merkel… podría augurar otra guerra en los Balcanes. Me gustaría encontrar la forma de superar esa fórmula matemática.
Parece que usted vive con cierto optimismo a pesar de todo, ¿es así?
Claro. Y ¿cómo llegar a este optimismo? pues porque se sustenta en mucho sufrimiento y hay que terminar con él. Conozco en mi familia acontecimientos históricos y políticos que han obstaculizado muchas cosas del amor.
La película recorre distintos momentos del conflicto en los Balcanes.
La primera historia es para contar que la guerra es algo palpable, que va a suceder. La segunda muestra las heridas de esa guerra. Y la tercera son los ecos que siguen resonando de una guerra que sucedió 20 años antes. La intención es proponer la reflexión acerca de qué hay que hacer para que la cuarta historia no sea otra vez la primera.
En las tres historias la mujer es serbia y el hombre croata, ¿por qué?
Probablemente, eso venga de aquello que me dijo mi abuela. No lo había pensado hasta ahora.
Solo menciona Serbia y Croacia una vez en la película, ¿no quería subrayar que ese era el conflicto?
Sí, solo una vez se mencionan en la película las nacionalidades, porque en realidad no habla de Serbia y Croacia. A esa escala de crueldad es un asunto de seres humanos, no de naciones. La política hoy habla de naciones, de muros, de religiones… es una forma segura de provocar otro conflicto. Los políticos hoy no están calmando las cosas.
¿Usted vivió en zona de guerra el conflicto?
Cuando empezó la guerra yo estaba en el instituto y cuando terminó estaba en la Escuela de Cine. Vivía en Zagreb, que estaba solo un poco salpicado por la guerra, pero tuvimos la suerte de no estar demasiado afectados por ella. Pero sí había muchos refugiados, así que veíamos todos los días los horrores de la guerra.
Los horrores del conflicto de los Balcanes se extendieron a la posguerra…
Sí, no sabemos cuál fue peor, el de la guerra o el de la posguerra. El sitio donde rodé es una zona muy simbólica del principio de la guerra en Croacia. Allí las vidas eran normales, era una zona industrial. Ahora, veinte años después, todo está destrozado, no hay nada de vida allí. Es un lugar mixto de serbios y de croatas, donde no se vive con la idea de tolerancia ni de perdón. Los políticos están todo el día en televisión hablando de dividir, ¿cómo va a haber paz así?
¿No ha mejorado la situación?
No hay ninguna mejoría. En Cannes pude decir en público en 2015 que esperaba que el conflicto y la idea de enfrentamiento quedarán atrás. Un año después, los movimientos de extrema derecha cada vez tienen más fuerza en Croacia. Hoy en Zagreb hay muchos extremistas acusando a la industria cinematográfica de no hacer películas patrióticas.
¿Cómo ha sido la reacción ante la película en la zona donde rodó?
Es gracioso, porque antes de verla, no podían pensar que allí se pudiera hacer una película de amor entre una mujer serbia y un hombre croata. Pero luego, hubo una reacción buena. También hubo mucha gente que me acusó de hacer una película nostálgica sobre la antigua Yugoslavia. No es una película nostálgica, solo es un gesto de esperanza de que esta zona no se vuelva a destrozar. En los momentos de encrucijada humana, miramos hacia el odio en lugar de hacia el amor.
El nuevo cine croata es muy político, ¿es inevitable?
Yo he estado mucho tiempo esperando para hacer una película sobre la guerra. En 2009 hice un corto sobre ello, era una historia sobre el conflicto en la que no se veía la guerra. Las diferencias entre la gente son tan sutiles que cualquier planteamiento abiertamente político será desastroso. En la película he intentado ser todo lo objetivo que se puede ser para hacerlo universal. A la gente normal eso le gusta porque capta el mensaje. Entienden nuestra lucha, nuestra intención, porque todos saben lo fácil que sería volver a ese agujero negro.
¿Los políticos croatas y serbios qué posición tienen hoy?
Ahora Croacia y Serbia tienen partidos que están gobernando bajo la influencia enorme de los extremistas. Eso tiene un efecto brutal sobre la tolerancia, la comunicación… Es una situación muy difícil de cambiar, por otro lado, es muy buena para la creatividad. Por eso me gustaría que parte de la historia de Bajo el sol fuera más aburrida, más sosegada y romántica, pero no somos tan ingenuos.
¿Usted apostaría por una victoria del amor sobre el odio?
Creo que el tiempo puede curar, pero si permitimos que aquello se repita, todo volverá a ser igual. Muchas personas de las generaciones jóvenes enseñan un poco de tolerancia a sus padres, pero también tienen una manera de vivir y de tratar el pasado bastante superficial. Además, hay un ejército de neonazis que extienden el odio. Normalmente, echamos la culpa de todo a los padres, pero ellos no quieren ver repetida la guerra. Ahora el peligro son los jóvenes croatas nacidos después de la guerra que son nacionalistas extremistas y que no saben nada. El odio se ha puesto de moda en el mundo. Es una generación en la que se puede ver que sería fácil que el pasado se volviera a colar. La Historia puede jugar fácilmente con la gente, como si fuéramos muñecos.
¿Qué hay que hacer para superar ese pasado?
No es suficiente la tolerancia. También hay que saber que tenemos que ser más responsables ante el pasado. Hay que pensar en las víctimas, en los matrimonios rotos, hay que ser mucho más responsables ante las cosas malas que pasaron, porque entonces lo que prevalecía era el odio. Hoy también parece que para los jóvenes es más difícil amar que odiar.
¿Se puede decir, entonces, que usted hace un cine por la paz?
Suena bien. La paz a partir de la energía creativa. Hubo una ola negra en el cine yugoslavo de los sesenta. Ahora llaman ‘neo ola negra’ al cine que se hace desde Zagreb y Belgrado porque tenemos la misma aproximación. No queremos hacer grandes películas patrióticas. Yo creo mucho más en la crítica del país para conseguir que sea mejor que en un cine patriótico que agita banderas.
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