Nicole Kidman se lanza al thriller erótico en la era del post-MeToo
Ganadora de la Copa Volpi en el Festival de Venecia, la actriz interpreta a una alta ejecutiva que encuentra la excitación sexual en una relación de sumisión con un becario. Es una película escrita y dirigida por Halina Reijn con la intención de romper el dominio masculino en el thriller erótico.
Madrid--Actualizado a
Hacer una “película sexual y erótica con ojos femeninos” era el objetivo de la neerlandesa Halina Reijn, que con Babygirl, de paso, quería romper todas las reglas de los thrillers eróticos noventeros que confiesa que la inspiraron y provocar unas cuantas preguntas sobre el poder y el sexo, sobre el deseo femenino y el consentimiento.
El resultado ha sido nada menos que la Copa Volpi en el Festival de Venecia para Nicole Kidman, una actriz que se expone abiertamente con este personaje de una alta ejecutiva, una mujer que tiene casi absoluto control sobre su vida, que vive insatisfecha sexualmente con su marido (Antonio Banderas) y que busca excitación y deseo en una relación de sometimiento con un becario (Harris Dickinson).
La película, a pesar de su intención transgresora, que consigue en algunos momentos, es un puro divertimento. Presentar a una mujer feminista, que ha conseguido el éxito profesional y se erige como modelo para sus empleadas, disfrutando con la humillación y el sometimiento podría caer dentro de las rancias fantasías sexuales masculinas, si no fuera porque ella está realmente buscando su placer y no procurando dárselo a él.
Post-MeToo
Sin duda, la película propone preguntas. ¿Es sexista obedecer, excitarse con la sumisión? es una de ellas, y es interesante, sobre todo, por lo que no se cuestiona. Halina Reijn no indaga en si este deseo realmente lo que arrastra es un placer, auténtico, pero conseguido finalmente por haber contentado al que manda, al que históricamente ha mandado.
Son interrogantes para una historia nacida en la era del post-MeToo, donde el consentimiento adquiere un papel importante, que la directora y guionista quiere resaltar. Y, tal vez, esa intención pedagógica que planea sobre toda la película sea lo menos apropiado para un entretenimiento ajeno a cualquier intención de escándalo, un poco desordenado, que no llega a conclusiones, pero que divierte, y, lo más importante, que no juzga.
La masculinidad
“Es una película sobre el deseo”, dijo Nicole Kidman en la presentación en Venecia, en la que la directora y guionista explicó que ésta era una película “contada desde una perspectiva femenina”, pero en la que también se incluye a los hombres. “La película trata tanto de la masculinidad como de la feminidad. Plantea preguntas como ¿quién se supone que debo ser como hombre? o ¿qué puedo y que no puedo hacer?".
“Esta nueva ola feminista tiene mucho que ver con el consentimiento y cómo puedes tratar a las mujeres y cómo quieren ser tratadas”, escribe la cineasta en las notas de producción del filme, donde aclara que el personaje masculino “está luchando un poco con eso, pero también lo está manejando, a mi parecer, de una manera muy bonita. Está probando con ella todos estos roles distintos. Se está preguntando: ¿quién sería yo si fuera más hombre? Pero también le pregunta a ella, ¿crees que soy una mala persona?”.
Perder el control
9 semanas y media (Adrian Lyne, 1986), Instinto básico (Paul Verhoeven, 1992) o La pianista (Michael Haneke, 2001) son algunos de los títulos a los que se ha referido Halina Reijn para ilustrar el indiscutible dominio masculino en el género, el thriller erótico. La idea de romper esa tendencia y la historia que conoció de una mujer que en 25 años de matrimonio jamás había tenido un orgasmo con su marido la animaron a escribir Babygirl y a enfrentarse “a la contradicción de la sexualidad impuesta a las mujeres en la sociedad: ser constantemente sexualizadas y, sin embargo, nunca ejercer su poder”.
La libertad de perder el control es la reivindicación de esta película, que llega en tiempo en los que los personajes femeninos tienen por fin derecho a no mostrarse absolutamente perfectos, mujeres que pueden amarse a sí mismas a pesar de sus zonas oscuras y no sentir vergüenza por ello.
“La conclusión para mí como cineasta es que todos somos corruptos y todos somos ángeles. Todos somos demonios y todos somos ángeles. Lo llevamos dentro de nosotros”, dice Reijn, que defiende su película describiéndola como un “tributo a la autenticidad”.
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