En el año 2154, los pobres de la Tierra, un planeta que estará devastado y sumido en el caos, hablarán español. Los ricos, privilegiados que vivirán en las grandes mansiones de la estación espacial de Elysium, hablarán en inglés. La sanidad -sistemas avanzadísimos- solo será para los segundos, mientras que los primeros pagarán lo que no tienen por llegar ilegalmente a ese paraíso artificial... Y así, uno tras otro, todos los detalles argumentales de Elysium -segunda película de Neill Blomkamp- encajan perfectamente en un puzle que muestra un predecible y próximo futuro.
Con este filme, el director sudafricano repite fórmula. El cóctel de ciencia-ficción, acción, denuncia social y referencias políticas que le dio el éxito con su ópera prima, Distrito 9, reaparece en Elysium, con el que ya ha conquistado a los espectadores de EE.UU. y a la crítica internacional. Si alienígenas hacinados en una zona militar, segregados en una especie de campo de refugiados, permitían al joven cineasta un singular retrato del apartheid, ahora la creación de nuevos mundos en avanzadas estaciones espaciales le pone en bandeja el escenario para hablar de este mundo de diferencias, de ricos y pobres, de desigualdad e injusticia social.
Matt Damon y Jodie Foster, en los papeles del héroe de los marginados y la poderosa líder del nuevo mundo, son los protagonistas de esta película, en la que el director se ha trabajado el reparto buscando a intérpretes que, como los mencionados, han destacado no solo por su talento profesional, sino también por su compromiso ético. Así, en el cartel están también Sharlto Copley, actor principal de Distrito 9; el mexicano Diego Luna o los brasileños Alice Braga (Ciudad de Dios) y Wagner Moura (Tropa de élite).
Estos últimos viven en un planeta arruinado, superpoblado y exhausto. Una previsión para dentro de un siglo desgraciadamente mucho más que probable. Y con este vaticinio Elysium se une a una de las tradiciones más valiosas de la ciencia-ficción, la de erigirse en el género más certero en la descripción de lo inminente y en la denuncia de la injusticia social.
Spender, uno de los personajes de Aunque siga brillando la luna, de las Crónicas marcianas del genial Ray Bradbury, ya se lamenta del poder destructor de los humanos. 'Nosotros, los habitantes de la Tierra, tenemos un talento especial para arruinar las cosas grandes y hermosas', le dice al capitán en este relato. Ahora, en Elysium la Tierra está al borde de la muerte, tal y como aparece en la reciente Wall-E (Andrew Stanton, 2008), película de animación de Pixar, en la que el planeta es un vertedero de basura del que han salido todos los humanos
Humanos a los que el género no augura épocas gloriosas, sino más bien todo lo contrario. Depredadores salvajes, los hombres del futuro imaginado en la literatura y el cine son seres crueles que intentan someterse unos a otros. Ya lo pronosticó así Fritz Lang en 1927, en Metrópolis. El cineasta y la escritora y guionista Thea von Harbou imaginaron una megalópolis de este siglo XXI, donde las diferencias entre los ricos y los pobres eran brutales y estos últimos estaban condenados a vivir en un gueto subterráneo en míseras condiciones, frente a los lujos de los que disponían los primeros. Dieron de pleno en la diana.
Atinaron con una finísima puntería que también demostró tener el brillante Terry Gilliam con Brazil (1985), donde imaginó un deprimente futuro con un Estado represor asesino, una omnipresente amenaza terrorista, un mundo gobernado por la ineficacia y lo inhumano. Un universo sucio, amenazado y amenazante como el que presentaba el irrepetible John Carpenter en 1997: Rescate en Nueva York o en 2013: Rescate en los Ángeles. Esta última, ambientada en el año en que vivimos hoy, muestra una ‘Nueva América Moral', donde los ciudadanos ‘indeseables' (fumadores, musulmanes o comedores de carne roja) son deportados a Los Ángeles, convertida en una colonia penitenciaria.
La visión macarra de Carpenter iba más allá, daba la vuelta en el marcador en otro clásico de la ciencia ficción, El planeta de los simios (Franklin J. Schaffner, 1968), donde había finalizado el imperio de los hombres. El astronauta George Taylor aterriza en la Tierra, cuando en ella mandan unos simios mentalmente muy desarrollados, que tienen esclavizados a los seres humanos, ahora incapaces de hablar.
Las predicciones que la mejor ciencia-ficción ha hecho desde el cine han ido habitualmente unidas a la denuncia.Así, a los títulos mencionados se pueden unir muchos otros, revolucionarias historias que se lamentan de la deriva del ser humano en el planeta. Blade Runner (Ridley Scott, 1982) anunciaba un mundo en el que los ‘otros', los ‘diferentes', eran desde su origen esclavos, sin libertad. La invasión de los ladrones de cuerpos (Don Siegel, 1956), que nació como una denuncia política de la psicosis anticomunista de los años cincuenta en EE.UU., se ha enriquecido con el tiempo y ahora sirve de alegoría de la pérdida de identidad del ser humano.
De unas enormes vainas surgen copias casi idénticas de las personas, aunque éstas carecen de sentimientos. Y hoy, rodeados de ‘vainas', en su mayoría políticos y empresarios insensibles, recordamos también con aprensión la mirada del formidable Stanley Kubrick en 2001: Una odisea en el espacio (1968), donde predecía el poder de la máquina sobre los hombres. Máquinas e inteligencias artificiales que han esclavizado a los humanos en Matrix (hermanos Wachowski, 1999) y que dominan el mundo en Terminator (James Cameron, 1984).
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