MADRID
Actualizado:En la Colonia Vicente Guerrero, uno de los barrios más violentos de Oaxaca -también uno de los más pobres-, algunos chicos cambiaron las drogas y las armas por la música cuando nació la Escuela de Iniciación Musical Santa Cecilia. Los ensayos de una orquesta de cámara, una banda y una orquesta sinfónica alivian ahora el nauseabundo olor del basurero y el peligro de los asesinatos y la violencia diaria. "El joven que toca Mozart de día no puede romper vidrieras de noche", diría el músico paraguayo Luis Szarán, fundador de Sonidos de la Tierra, otra red de orquestas de barrios marginales.
La música, la pasión más pura, su poder transformador se han demostrado valiosísimos en muchos puntos deprimidos del planeta. Barenboim y Edward Said unieron a músicos árabes e israelíes con ello, en la Orquesta del Diván de Oriente y Occidente. Carlinhos Brown rescató así a niños y jóvenes de Candeal, una favela de San Salvador de Bahía… Ahora el director francés Ludovic Bernard vuelve a insistir en esta idea en La clase de piano, una película que surgió de una experiencia personal.
Chopin o rap
En la estación de Bercy esperando el tren, el cineasta escuchó a un joven tocando el piano. Interpretaba un vals de Chopin. La música le conmovió. “La música clásica me emociona, me invade”. Pero en aquella ocasión, además, le provocó la imagen del pianista, un chaval que no “parecía tener nada afín a este tipo de música”. Y ahí empezó a escribir la historia de este chico, su pasado, su futuro… se preguntó cómo había aprendido a tocar de ese modo a Chopin.
Porque en esta ficción Matthieu “viene de un barrio marginal y tuvo nociones de piano, pero para sus amigos, eso es algo de lo que burlarse”, dice el director en las notas de producción de la película. “Igual que para todos los jóvenes de extrarradio que no tienen acceso a la música clásica porque la presión social les obliga a conformarse con la cultura dominante, como saber escuchar rap, por ejemplo. Es difícil asumir algo así. Si Mathieu hubiera preferido tocar la batería, todos le habrían animado, pero tocar Chopin es algo ridículo. Por eso prefiere ser discreto”.
Jules Benchetrit interpreta a Matthieu en La clase de piano, donde el veterano Lambert Wilson es una especie de alter ego del cineasta, el director del Conservatorio Nacional Superior de Música que le vio tocando en una estación y que le saca de la cárcel a cambio de servicios sociales. El aprendizaje musical, la disciplina, el encuentro con un universo nuevo de reglas que no existen en la calle… queda en manos de una exigente y agria profesora, a la que da vida Kristin Scott Thomas.
Mucho más que cine
El talento, la entrega y el alma musical de Matthieu triunfan. Vence la música. “La música cambia a las personas”, se decía en un momento de Los chicos del coro, una película de Christophe Barratier que arrasó primero en los cines franceses –más de ocho millones de espectadores– y después en los del resto de Europa, y que convenció de las bondades y virtudes sociales de la música.
La vida dificilísima de los alumnos de aquel centro de reeducación de menores en la Francia de 1948 cambiaba radicalmente gracias al coro que organizaba Clément Mathieu –“músico fracasado, vigilante en paro”–. Las voces de estos niños de orfanato dieron la vuelta al mundo por la promesa de cambio y humanidad que encerraban.
Mucho más felizmente apegada a la realidad estaba El milagro de Candeal (2004), película con la que Fernando Trueba mostraba la transformación de Candeal, una favela de Salvador de Bahía convertida en una comunidad sin armas ni drogas gracias al proyecto musical de Carlinhos Brown. La experiencia, extraordinaria, es una de las más inspiradoras de los últimos decenios. Eso es cultura, eso es arte… mucho más que cine.
"Irreverencia, pasión y alegría"
La realidad de una de las favelas más grandes de São Paulo (la segunda mayor de toda América Latina) y la historia del director de orquesta brasileño Silvio Bacarelli inspiraron la película del cineasta Sérgio Machado El profesor de violín (2015). Es la historia del nacimiento de la Orquesta Heliópolis, hoy una de las formaciones sinfónicas más importantes de Brasil, y del Instituto Baccarelli. “Los jóvenes de los barrios pobres, que vemos como un problema, en realidad son la solución”, dijo el director de la película en una entrevista con Público, en la que explicaba que a los niños de Heliópolis les había dirigido Zubin Mehta, habían tocado con el violinista Joshua Bell y habían conseguido emocionar hasta las lágrimas a Ennio Morricone. “Los chicos que están en proyectos sociales añaden a la música irreverencia, pasión y alegría”.
La música conseguía mantener en pie a un grupo de mineros del Norte de Inglaterra en Tocando al viento (Mark Herman, 1997). Es la durísima época de Margaret Thatcher y estos hombres están a punto de quedarse sin trabajo y sin ninguna posibilidad de futuro. Todo es depresión, desesperación. La banda de música, una institución de más de un siglo de historia, también está en peligro y, sin embargo, será gracias a ella y al espíritu de compañerismo que allí se vive cómo todos saldrán adelante. Magnífica la interpretación del tristemente desaparecido Pete Postlethwaite y de un jovencísimo Ewan McGregor.
Forever young
Música para escapar de realidades atroces, para huir de la violencia, para competir contra la desesperación o para encontrar caminos mucho más luminosos en la vida. Música para fortalecer la convivencia, la solidaridad, para acabar con la exclusión… y música para vivir y disfrutar. “I feel good, I knew that I would / So good, so good, I got you”. Escuchar a los miembros del coro Young@Heart, mujeres y hombres a partir de 75 años hasta los 90 y más, cantando el legendario tema de James Brown es, sin duda, una de las mejores y más directas maneras de convencerse del valioso poder de la música.
Stephen Walker llevó al cine la emocionante e irresistible experiencia de este grupo en Corazones rebeldes (2007), donde todo el rock and roll y el pop que cantaban estos ancianos de Nueva Inglaterra –Jimi Hendrix, Dylan, Radiohead…– cobraba una nueva dimensión. “May you stay forever young, / Forever young, forever young”.
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