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MADRID.- “Pan y circo”, así definió en el siglo I el poeta romano Décimo Junio Juvenal la decadencia y el abandono de su pueblo en pro del divertimento popular. Las batallas de gladiadores, entre otros entretenimientos, hacían las delicias de las clases pudientes de la época. El macabro espectáculo consistía en ver luchar a dos pobres diablos hasta que uno diese muerte al otro. A veces peleaban entre ellos y otras contra fieras hambrientas que soltaban en la arena. El pueblo se retorcía de júbilo, los políticos gobernaban con impunidad mientras los más miserables servían para el regocijo.
Durante la Gran Depresión, en la década de los años 30, surgió una nueva modalidad de entretenimiento entre las clases altas, los maratones de baile. Una competición que consistía en danzar durante horas, a veces incluso días. El premio, de 1.500 dólares, era para la pareja que más tiempo resistía en movimiento. Los participantes tenían un descanso de diez minutos por cada hora y no podían parar bajo ningún concepto, lo que quiere decir que muchos comían o se aseaban entre giros, algunos incluso llegaron a casarse, y otros del esfuerzo fallecían. Todo el espectáculo ante la atenta y burlona mirada de los ricos, que una vez más se divertían a costa de la desgracia de los que menos tenían.
Esta realidad fue documentada en el libro ¿Acaso no matan a los caballos? por el escritor norteamericano Horace McCoy en 1935, y mas tarde llevada al cine por el director Sydney Pollack bajo el título Danzad, danzad, malditos en 1970. Este verano, en el festival Frinje Madrid, el director Alberto Velasco estrenó la versión teatral en la que participaron 13 actores. El estreno fue todo un éxito: “Salimos alucinados porque todo el público se puso en pie, como si hubiesen competido con nosotros. La respuesta es muy positiva, vinieron nombres como Carlos Hipólito, Aitana Sánchez Gijón… y todos nos felicitaron por haber conseguido esta verdad escénica tan bonita”.
Desde este miércoles, la obra Danzad malditos se representa en la sala Max Aub de Matadero, hasta el próximo 13 de diciembre. Carmen Garay, una de las actrices que participa en la función, explica que la intención fue la de hacer una metáfora acerca de la situación de los artistas en España. “Queremos hacer un homenaje a todas las personas que luchan cada día por sus sueños a pesar de las consecuencias sin importarles nada más que llegar y conseguirlos.”
El espectáculo parte de la iniciativa de un grupo de actores que se conocieron en un curso que impartía el director Andrés Lima. La mayoría no tenía trabajo por aquel entonces y las ganas de actuar se impusieron a la dura realidad que compartían. Uno de los intérpretes propuso adaptar la película al teatro y al resto les pareció una buena idea. Entonces fue cuando comenzaron los problemas, baches que han ido superando como la financiación y la producción. “Hay mucha gente que ha colaborado gratis porque confía en nosotros y en el proyecto. Hasta ahora lo único que hemos hecho es pagar, todavía no hemos visto un euro. Esperamos que tras Matadero todo cambie”. Por el momento, tras la última función en Matadero solo tienen apalabrado un espectáculo en Valladolid, pero auguran un largo recorrido ya que aseguran que son muchos los teatros que han mostrado su interés por representar la obra.
Este espectáculo se define como una obra de teatro, no de danza, porque aunque durante la mitad del espectáculo el público es testigo de un concurso de baile, los intérpretes no son especialistas en esta disciplina. La coreografía la firma Velasco, y no está pensada para bailarines profesionales. “Son movimientos de swing reconstruidos y de gimnasia. El objetivo es llegar al final del concurso con la extenuación física y real de los intérpretes”, asegura el director.
Uno puede pensar que un espectáculo así no deja mucho a la dramaturgia y tira más de la improvisación, pero es todo lo contrario. Los actores, los 11 que compiten, pueden interpretar todos los personajes, de manera que aunque el concurso si queda al libre albedrío, dependiendo de lo que suceda, los intérpretes tomarán un camino u otro. Ante todo tienen que estar atentos al devenir de la función. El público, mientras, es cómplice de la extenuación a la que la macabra danza lleva a los bailarines. “Pan y circo”.
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