La delincuencia es como el fútbol. Muchos juegan, pero sólo unos pocos llegan a hacerlo en Primera División. Hay criminales que consiguen que sus andanzas llenen páginas y páginas de los periódicos e, incluso, inspiren telefilmes. Otros, sin embargo, se pueden dar con un canto en los dientes si consiguen colar una breve reseña sobre su detención en la hoja parroquial de su barrio. Porque hasta para delinquir hay que valer o, al menos, tener imaginación para hacerlo. Eso es lo que debió pensar Juan Antonio, un atracador de 50 años de edad cuya vida delictiva había pasado sin pena ni gloria hasta que el pasado mes de noviembre fue detenido por la policía en Madrid como presunto autor de diez robos con violencia e intimidación ¿Qué tenían de especial estos atracos? Pues que los cometía disfrazado del faraón Tutankamón, pero sin sarcófago.
Juan Antonio se vendaba la cabeza antes de entrar en los establecimientos, y una vez en el interior de los mismos, mostraba a los dependientes una nota manuscrita en la que se podía leer que era un enfermo terminal, que no le importaba morir y que, de hecho, estaba dispuesto a inmolarse allí mismo si no le entregaban el dinero de la caja ¿Cómo? Aseguraba que llevaba encima nitroglicerina y que podía hacerla estallar al más puro estilo Al Qaeda. Si su aspecto momificado y sus explosivas amenazas no surtían efectos, Juan Antonio se guardaba una última carta: una pistola con la que apuntaba a aquellos dependientes que se resistían a darle la recaudación. Luego, emprendía la huida con el botín.
Carlos robaba farmacias y, de propina, se llevaba todas las existencias de la pastilla azul
Su detención no fue sencilla, porque además de ocultar su rostro bajo las vendas, el atracador demostró haber visto más de un episodio de CSI-Las Vegas: siempre llevaba guantes para evitar dejar huellas dactilares en los establecimientos que asaltaba. Lo que le perdió fue su afición a robar sólo farmacias algo lógico cuando se quiere pasar inadvertido pese a llevar la cabeza vendada y, sobre todo, las de determinados barrios de Madrid. La policía montó un dispositivo de vigilancia en estas zonas y finalmente cazó a la momia. No fue difícil identificarlo: era el único que se parecía a un faraón difunto.
También diez atracos y también a boticas acumulaba otro delincuente capturado el pasado mes de marzo en Madrid. La llamativo de su forma de delinquir no estaba, en este caso, en el uso de un disfraz ni tampoco en el arma esgrimida. De hecho, asaltaba las farmacias al estilo clásico: con una pistola y a cara descubierta. Lo llamativo era lo que buscaba: además de la recaudación del día, Carlos, de 43 años, se llevaba de propina todas las existencias de viagra que tuviera la botica. Un botín nada despreciable, ya que en el mercado negro la pastillita azul se cotiza a 20 euros la unidad. Su error fue el mismo que el de su colega la momia. Siempre iba a farmacias de las mismas zonas de la capital y la policía terminó cazándole. Por ello, ni la momia ni el robaviagras ocuparon en su momento grandes espacios en la prensa y, con toda seguridad, tampoco inspirarán el guión de ninguna película, pero al menos ya han conseguido algo: un hueco en esta sección. Y no es poco, porque en realidad jugaban en Tercera División.
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