Este artículo se publicó hace 12 años.
Antonio Iturbe: "La cultura es un alimento de primera necesidad, no es un lujo"
El escritor recupera en La bibliotecaria de Auschwitz la historia real de Dita Polachova, una de las supervivientes del Holocausto que se ocupó de una biblioteca clandestina en el campo de exterminió
En el campo de exterminio de Auschwitz, en medio del horror, sobrevivió una diminuta biblioteca secreta en un barracón infantil. La pequeña Dita Polachova, que fue enviada allí con nueve años, era la bibliotecaria, la encargada de proporcionar las obras que le pedían y de devolverlas a su escondite cada noche. Con dieciséis años, aquella joven salió del campo, donde había muerto su padre y al que su madre sobrevivió gravemente enferma para morir solo unos días después. El periodista y escritor Antonio G. Iturbe recupera ahora, en la novela La bibliotecaria de Auschwitz, la historia de aquella heroína, que hoy con 82 años vive en Israel.
La excepción de aquel barracón infantil, donde se improvisó una escuela clandestina, y de su biblioteca, no era más que una tapadera preparada por las SS para una anunciada visita de un comité de la Cruz Roja Internacional. Sin embargo, el judío alemán al que encargaron que se ocupara de que los niños no molestaran, Fredy Hirsch, organizó aquel colegio prohibido y enseñó a Dita a ser una valiente. Una heroína en medio de una fábrica de muerte, donde los prisioneros debían enfrentarse al horror nazi y a los peores instintos del ser humano que surgían entre algunos de sus compañeros.
"Si algo pretende este libro es rendir homenaje a Dita, Hirsch y todos aquellos que pusieron en riesgo su vida para que los niños del campo tuvieran una escuela y unos libros que los devolvían a la sensación de un vida normal y les hicieron soportable el infierno de Auschwitz", dice el autor, que transmite auténtica emoción con un novela de la que emana puro amor por los libros.
También es un homenaje a los libros, a la educación y a la cultura.
"En 1933 Alemania era una gran hoguera de libros"Sí, en estos tiempos en que el gobierno nos viene a decir con la equiparación del IVA de cines y teatros al de las joyas y los hoteles de cinco estrellas, el libro es un manera de mostrar que la cultura no es un lujo. Es un alimento de primera necesidad, es el pan y el agua para nuestro cerebro y nuestro espíritu. Los libros son una de las primeras víctimas de las dictaduras. En 1933 Alemania era una gran hoguera de libros, siguiendo las órdenes del jefe del aparato propagandístico del Reich, Goebbels. Se prohibieron 524 autores y se quemaron públicamente miles de libros. Heinrich Heine escribió que "Allí donde queman libros, acaban quemando hombres". Por desgracia, no se equivocó.
Ha dedicado cuatro años a documentarse para escribir la novela, ¿ comenzó la investigación por un interés en el Holocausto o en los libros?
"Conocí la existencia de la pequeña biblioteca oculta en un barracón de Auschwitz a través de la lectura de La biblioteca de noche"Mi llegada a Auschwitz no fue a través del Holocausto, sino a través de mi fascinación por las bibliotecas, que tengo desde pequeño. Para las personas que no comulgamos con ninguna religión y que sentimos pasión por los libros, entrar en una biblioteca es como entrar en una iglesia o una mezquita laica. Conocí la existencia de la pequeña biblioteca oculta en un barracón de Auschwitz a través de la lectura de La biblioteca de noche de Alberto Manguel. Manguel es uno de los grande empujadores de la lectura, una persona que sabe muchísimo sobre la historia del libro y las bibliotecas.
¿Qué libros tenían escondidos en aquel pabellón?
La documentación me permitió dilucidar los títulos de cinco libros de la biblioteca: un libro de psicoanálisis de Freud, La breve historia del mundo de H.G. Wells, un libro de matemáticas, una gramática rusa y un atlas. Después había una novela francesa sin tapas, una novela checa desvencijada y otro libro, probablemente en ruso. Yo he querido imaginar que la novela checa podía ser Las aventuras de Bravo Soldado Svejk, de Hasek, y la novela francesa, El conde de Montecristo.
¿Y después descubrió la historia de Dita Polachova?
En el proceso de documentación encontré lo inesperado: la muchacha que manejaba los libros en el barracón, Dita Polachova de soltera, estaba viva, tenía entonces 79 años y vivía en Israel. Nos empezamos a escribir y hemos mantenido el hilo durante cuatro años.
¿Qué le ha sorprendido más de ella?
Ella me ha dado un ejemplo de entereza, fortaleza moral y humildad que no olvidaré nunca mientras viva. Es una mujer que jamás se queja de nada, que jamás se lamenta de nada, que cuando le preguntas por la biblioteca dice que ella manejaba los libros pero otros hacían otras cosas y se niega a darle mayor importancia.
¿Por qué decidió contar la historia desde la ficción?
Primero pensé en hacer un reportaje y empecé a investigar para hacer acopio de documentación. Pero había espacios en blanco, no se podía completar la lista de los libros, por ejemplo. Había personajes interesantes que coincidían en el tiempo en el campo familiar BIIB de Auschwitz, pero no se cruzaron físicamente. La ficción me ha permitido juntar personajes, recrear diálogos y mostrar así una visión panorámica de lo que aconteció en aquel campo familiar vigilado por la mirada gélida del Doctor Mengele.
Aquel campo con niños era una rareza en Auschwitz. Los nazis asesinaban a los ancianos, a los niños y a los enfermos...
"Los niños no eran mano de obra útil, así que iban directamente desde los andenes a las cámaras de gas sin pisar el campo"Sí, era una rareza. Los niños no eran mano de obra útil, así que iban directamente desde los andenes donde llegaban los transportes de deportados a las cámaras de gas sin pisar el campo. Pero la petición de la Cruz Roja Internacional de mandar un comité de inspección les hizo optar por tener preparado un campo donde convivieran familias enteras, por si los inspectores solicitaban visitar Auschwitz. Para que los niños no molestasen, encargaron a un interno judío alemán llamado Fredy Hirsch que dirigiera un barracón infantil. Le prohibieron hablar de religión, política o cualquier materia docente: sólo debían jugar y cantar. Pero Hirsch organizó de manera clandestina una escuela e incluso logró reunir a través del mercado negro ocho libros que conformaban una modesta pero heroica biblioteca.
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