Este artículo se publicó hace 2 años.
Yo acuso: los intelectuales contra la guerra
Los antiguos escritores de la literatura rusa, ahora borrados en los cursos universitarios, condenaron la autocracia zarista a favor del pueblo. Es hora de que los grandes escritores actuales se conviertan en conciencia de las víctimas de ambos lados.
Sofia Chiabolotti
Madrid-Actualizado a
Pocas veces la cultura ha sido un tema tan espinoso como en estos días de invasión por parte del ejército ruso en Ucrania. Nadie quiere hablar sobre el boicot a la música y a la literatura rusa: "Es un tema muy impopular", te advierten, "mejor dejarlo". Y si acceden a concertar una entrevista, por breve que sea, te llaman preventivamente con la respiración casi cortada: "¿Vas a hablar solo de cultura antigua ¿verdad? Digo… ¿no vas a preguntar sobre la guerra, ni nada por el estilo?".
Nadie quiere hablar sobre el boicot a la música y a la literatura rusa
Y, a pesar de la frustración, no los culpabilizo. Porque si los fondos destinados a cubrir los gastos de ministerios tales como el de Defensa, por ejemplo, fueran destinados a Cultura y Educación, otro ejemplo, quizá el panorama sería diferente.
Pocos días antes, Putin accedía a hablar frente al presidente Macron, sentado al otro lado de una mesa de madera blanca y de cuatro metros de longitud, cuya foto dio la vuelta al mundo. Antes de que el soft power europeo recibiera ese duro golpe en el estómago, los intelectuales rusos firmaban una carta rabiosa: "Hablamos en nombre de Rusia, y no de vosotros [las autoridades], porque el pueblo, habiendo perdido millones de personas en conflictos pasados, piensa desde hace décadas que cualquier alternativa es mejor a la guerra. ¿Lo habéis olvidado?".
Último vals para el zar
Según Amelia Serraller Calvo, eslavista y crítica literaria, el objetivo de Putin es poder festejar el aniversario de la victoria del Ejército Rojo contra los nazis del nueve de mayo, celebrando con él la victoria en Ucrania. "Ya están preparando el gran desfile", me confiesa. Pero si desde el principio de la invasión del Donbás los analistas apuntaban al imaginario terrorífico de otra guerra mundial, el pasado se repite no una, sino varias veces.
Después del pogromo de Kishinev en 1903, el último zar, Nicolás II, empieza a perder tanto el apoyo del pueblo como el de la intelligentsia rusa. Con el Domingo Sangriento de 1905, cuando una manifestación de obreros fue reprimida por la policía zarista, la Ojranka, que causó al menos 300 víctimas, se abre para la autocracia zarista un camino sin retorno.
"Fue un zar muy dubitativo", me confiesa Amelia. "En privado podía ser un padre de familia ejemplar y un marido amoroso pero en política exterior era un desastre. El Domingo Sangriento fue una manifestación en contra del hambre provocada tanto por la guerra ruso-japonesa –una derrota terrible para el imperio ruso– como por las primeras huelgas proletarias. La imagen que quedó fue que el zar había actuado contra su propio pueblo, para quien además era como el papa, siendo la cabeza de la Iglesia ortodoxa".
Los intelectuales rusos deciden dar la espalda al zar, y muchos, entre ellos Chernyshevski, Tolstói, Bakunin, Kropotkin y Aleksandr Herzen, irán forjando la conciencia de clase del proletariado. Al igual que el futuro escritor comprometido en Francia, esta nueva clase social, a pesar de la nobleza de sus orígenes, dedica su obra a los estratos más humildes de la sociedad. Reivindicando conceptos tales cuales la igualdad y la verdad, cuando todavía el campesinado estaba relegado a un estado de semilibertad.
"La gran literatura rusa del XIX, con Pushkin, Tolstói y Turguénev por ejemplo, está centrada en los nobles. Es muy interesante pero es un espectro muy pequeño de la sociedad, como ahora lo es la oligarquía rusa. Todas esas novelas se centran en los conflictos de los privilegiados; todos los demás tienen un papel episódico. Así que cuando llega gente como Chernyeshevki y Dostoyevsky, que en lo político y en lo ideológico no coinciden en nada, sin embargo es importante porque eligen como protagonistas de sus novelas a gente de la calle. Es un cambio brutal".
Tolstói fue excomulgado por la Iglesia ortodoxa y Dostoyevsky, condenado a trabajos forzados en Siberia; por no hablar de todos aquellos que cayeron bajo el yugo de las purgas estalinistas como Boris Pilniak, Isaak Babel y Osip Mandelstam. Les debemos mucho. La cultura les debe mucho por haber seguido ejerciendo la labor de artista en nombre de una multitud silenciosa, cuando levantar la voz equivalía a un tiro en la frente o a un enterramiento en vida en Siberia.
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