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La historia de 12 monos es una vieja conocida para los amantes de la ciencia ficción. Hace muchas décadas, en 1962, el francés Chris Marker estrenaba un corto titulado La Jetée que nunca imaginó que llegaría tan lejos y que tendría un recorrido tan largo. 33 años después Terry Gilliam lo rescataría y se basaría en él para rodar Doce monos, película de culto y referencia en los noventa que regaló a Brad Pitt uno de sus mejores papeles (llegaron a nominarle al Oscar) y que veinte años después se ha convertido en una serie de calidad que llega a España con año y medio de retraso y casi de tapadillo como una de las novedades del catálogo de Netflix en este mes de septiembre.
Desde hace unos días la primera temporada de 12 monos está disponible para los usuarios del portal de streaming. 13 episodios altamente adictivos que sabrán a poco. Sobre todo sabiendo que la segunda temporada ya fue estrenada por Syfy y que hay una tercera encargada cuyo estreno tendrá lugar en 2017.
La premisa de la que parte la serie creada por los responsables de la fallida Terra Nova, Terry Matalas y Travis Fickett, es la misma que la de la película de Gilliam. Un hombre de pasado violento y delictivo, James Cole, es enviado al pasado para impedir que el ejército de los 12 monos libere un virus que aniquilará a gran parte de la población mundial condenando a las generaciones posteriores a vivir en la oscuridad, el hambre y la lucha continua por la supervivencia.
En la serie, Aaron Standford (X-Men) es ese viajero del tiempo que empieza siendo una cosa, como le ocurría en la película, y acaba siendo otra al cruzarse en su camino la doctora Cassandra Railly (Amanda Schull), una doctora especialista en virus que en la versión de Gilliam se llamaba Kathryn y tenía el aspecto de Madeleine Stowe. La premisa de la que parte, decíamos, es la misma que en la película y el espíritu y algunos personajes (aquí el papel de Pitt es femenino, se llama Jennifer Goines y lo interpreta Emily Hampshire), también. Sin embargo, el medio y el formato hacen que esta 12 monos desarrolle mucho más la historia, profundice en los personajes, complique su ya de por sí enrevesada trama y ofrezca al espectador un alto nivel de adición, porque cada pista complica la historia y aumenta proporcionalmente el interés en saber qué viene después, cuál será el siguiente giro del guión y a dónde conducirá.
Dos tiempos diferentes
12 monos dibuja dos mundos que son muchos y se van entretejiendo porque uno no deja de ser la consecuencia del otro. El punto de partida es el presente, 2043, cuando una científica de nombre Jones ha sido capaz de retar a las leyes del espacio tiempo poniendo en marcha una aparatosa e impresionante máquina que permite viajar en el tiempo. Basta con ponerse unas inyecciones para preparar el cuerpo, sentarse en una especie de butaca de dentista y cruzar los dedos para llegar al destino con todas la partes unidas y en su sitio. Ese es el presente, un presente donde la humanidad no es ni una sombra de la que era, donde los carroñeros hacen lo imposible por sobrevivir y sólo unos pocos son inmunes a un virus que ha mutado y amenaza con acabar su trabajo de extinción.
Al otro lado de la línea temporal, 2013. Año del primer encuentro entre los dos protagonistas, Cole y Cassie. Un mensaje del pasado lo ha elegido a él como el salvador de la humanidad. La misión es fácil: viajar tres décadas atrás en el tiempo, encontrar a la doctora que envió el mensaje y dar con el paradero de Leland Frost para matarlo. Muerto él, el virus no será liberado. El futuro será reescrito y el ser humano estará a salvo. Fácil, ¿no? En realidad, no. Porque si fuese así la serie se habría resuelto en el piloto y no habría alcanzado las cotas que ha llegado a tocar.
El primer episodio es de esos que enganchan. Con un ritmo vertiginoso, poniendo las cartas sobre la mesa, colocando a los jugadores en posiciones y dando algunas pinceladas de lo que está por verse. Tener más tiempo del que dura una película ha posibilitado a Matalas y Fickett complicar la trama, desarrollar mejor a los personajes haciéndoles mucho más interesantes (ya lo eran en la película), mostrar cómo es ese futuro apocalíptico y ahondar en cuestiones inherentes al género de los viajes en el tiempo como el funcionamiento de la máquina, las paradojas temporales o las motivaciones para desafiar a las leyes de la naturaleza. Todo contado con un ritmo trepidante, de thriller, casi sin respiro. Y con una gran dosis de misterio que se va complicando con cada capítulo mientras el espectador ata cabos al mismo tiempo que lo hacen los protagonistas.
Los propios interesese de los protagonistas
Como muchas de series y películas de viajes en el tiempo el fin de los mismos es viajar al pasado para cambiarlo a mejor, para evitar un acontecimiento catastrófico para el ser humano, ya sea el asesinato de JFK –como ocurre en 11/22/63– o una plaga altamente letal. Ese es el motor de la serie, pero el de los protagonistas es mucho más egoísta. Sí, quieren salvar a la humanidad. Pero, como Walter Bishop en Fringe, en el fondo lo que les mueve es la salvación de un ser querido. Para Walter era su hijo Peter. Para Jones, su hija Hannah. Y para Ramse (Kirk Acevedo), personaje sumamente importante en la trama de 12 monos, su hijo Sam. Al final no se trata de la humanidad como algo abstracto, de salvar o condenar a 7.000 millones de personas, sino de salvar a quienes uno quiere y, en muchos casos, a lo que un padre está dispuesto a hacer por salvar a sus hijos.
Por cierto, y para acabar, en 12 monos las paradojas temporales no son algo que echar en cara a los guionistas, sino un arma para los protagonistas (sean de un bando u otro) y una parte muy importante de la segunda temporada, para la que aún habrá que esperar en España. De momento, la primera temporada ya está disponible en Netflix y merece mucho la pena dejarse atrapar por sus idas y venidas por el tiempo y cómo repercuten estas en la historia.
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