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Una tumba marina para la Estación Espacial Internacional

¿Dónde enterramos los humanos las enormes moles de metal de las estaciones espaciales y satélites cuando se quedan obsoletas? En un alejado lugar en el fondo del mar yace el mayor cementerio de alta tecnología aeronáutica del planeta.

Soyuz MS-18
Foto de archivo de la nave rusa Soyuz MS-18 de camino a la Estación Espacial Internacional. NASA / ZUMA PRESS / Europa Press

48º52.6´S 123º23.6´O)1. No es la contraseña del wifi. Son las coordenadas del punto Nemo, un lugar de novela fantástica que existe en el lugar más perdido del océano Pacífico Sur; misteriosamente equidistante –a 2.688 km– a tres pedazos de tierra deshabitada que forman un triángulo equilátero a su alrededor: isla Ducie –del archipiélago Pircairn, británico–, islote Moto Nui –del archipiélago Isla de Pascua, chileno– e isla Maher –en la Antártida, apátrida–.

Se conoce su curiosa posición precisa desde hace relativamente poco, gracias a los cálculos del ingeniero canadiense Hrvoje Lukatela, en 1992. También sabemos que tiene 3.962 metros de profundidad y que los humanos que más se acercan allí son los astronautas de la Estación Espacial Internacional cada vez que su nave lo sobrevuela, a 415 km de altura sobre la superficie terrestre.

Lo bastante lejos para que no les alcance la furia del terrible Cthulhu, un monstruo mitológico que, según H. P. Lovecraft (La llamada de Cthulhu, 1926), vive justo en esas mismas coordenadas. Al lado de La isla misteriosa (Julio Verne, 1874), en la que a veces recala el capitán Nemo.

Por algo su nombre científico es Polo de Inaccesibilidad del Pacífico: ostenta el récord de ser el lugar del mundo más lejano a cualquier punto habitado.

El punto Nemo está tan deshabitado que ni los peces quieren vivir allí. Apenas tiene nutrientes para ellos, por culpa de un mal juego de corrientes –Circular del Pacífico Sur y Circumpolar Antártica– y por estar tan alejada de tierra firme desde donde pudiera llegar materia orgánica con el viento.

Un estudio reciente del Instituto Max Planck de Biología Marina encontró que, en su sedimento, "vive una comunidad bacteriana que se caracteriza por su muy baja biomasa y muy baja actividad metabólica. En concreto, la cantidad de estos organismos es tres o cuatro veces menor que cualquiera medida con anterioridad en otros fondos oceánicos del mundo".

Cementerio de alta tecnología

Si es tan inaccesible, remoto y desierto, si no tiene dueño ni país que lo reclame o defienda, si es tan profundo... ¿por qué no convertirlo en una basurero de chatarra espacial? Se les ocurrió primero a los rusos, con su espectacular enterramiento de la estación espacial MIR –134 toneladas de metal– en 2001.

Han sido varios los países que han copiado tan brillante idea, por lo que la jerga aeronáutica ha bautizado el lugar con el eufemismo de "zona de descenso planificado". Entre 1971 y 2018, Estados Unidos, Rusia, Japón y Europa han tirado allí, al menos, 161 juguetes espaciales desechados.

punto Nemo
El punto Nemo situado en un mapa. Ada Cukminski, CC BY-SA 4.0 , a través de Wikimedia Commons.

Que se sepa, en sus profundidades yacen 11 vehículos de carga –de la Agencia Espacial Europea y de Japón–, 140 naves de abastecimiento rusas, los restos de la MIR y de la primeras estaciones espaciales de la historia –dentro del programa Salyut, también ruso–, más la cápsula de un cohete de SpaceX.

Siguiendo con la tradición, la NASA planea el mismo final para la EEI en 2031. Será el muerto más grande del cementerio, con 109 metros de largo y 420 toneladas de peso.

El pasado mes de junio, la NASA anunció que SpaceX, la compañía de satélites de Elon Musk, ha sido la elegida para fabricar la nave que atrapará en órbita a la EEI y la propulsará hasta tierra para conducirla a una reentrada controlada sobre el punto Nemo.

Pedazos del tamaño de un coche

Estas reentradas atraviesan la atmósfera a velocidades de 28.164 km/hora, incendiándose por el camino y estallando en pedazos... a no ser que se trate de cacharros especialmente diseñados para soportar altas temperaturas y duras condiciones de presión, como les pasa a los tanques de combustible o los propulsores de las naves espaciales.

Los trozos de chatarra que sobreviven al roce con la atmósfera pueden llegar a pesar media tonelada cada uno, como los 38 fragmentos de la primera estación espacial estadounidense, Skylab, que por un error de cálculo cayeron sobre Australia en 1979 –y que, por cierto, le valieron a la NASA una multa de 400 dólares por "tirar basura"–.

Consecuencias medioambientales

Acero inoxidable, aluminio, titanio fibra de carbono son los componentes más habituales de estos cadáveres que llegan a Nemo. Lo que aún queda por investigar es cuál será su impacto medioambiental y en la biodiversidad.

Porque, como demuestran investigaciones de las últimas dos décadas, la vida brota hasta en los ecosistemas más difíciles. Hasta en el punto Nemo. Cerca de allí está la dorsal Pacífico-Antártica, salpicada de respiraderos hidrotermales que son el hogar de microorganismos extremófilos muy valiosos para la ciencia, por su capacidad de sobrevivir a partir de compuestos inorgánicos.

Mientras los desechos espaciales se acumulan en las profundidades del territorio de Cthulhu, en un lugar vecino –dentro de su insondable lejanía–, la isla de Henderson, en el archipiélago de Pitcairn, se ve asediada por el plástico que llega a sus playas, no importa lo lejos que esté de los lugares donde ese plástico se fabrica y consume.

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