Con doce años, muchos niños están enganchados a los videojuegos. Pueden pasarse noches enteras sin dormir, alumbrados por la hipnótica luz de la pantalla, con cuidado de no despertar a sus padres. Son cosas de la edad. Algo distinto es que un niño diseñe el código fuente de un videojuego espacial con 167 líneas de instrucciones. La revista sudafricana PC and Office Technology lo publicó en 1984, mencionando a su autor: E. R. Musk.
Pocos pensaron entonces que ese misterioso nombre, que evocaba a autores de ciencia ficción, iba a estar asociado para siempre con los sueños más inverosímiles del hombre: conseguir energías limpias y llegar a Marte. “Me gustaría morirme convencido de que a la humanidad le espera un futuro brillante”. El periodista Ashlee Vance se acostumbró a escuchar afirmaciones grandilocuentes de este tipo en las numerosas entrevistas que mantuvo con Elon Musk (Sudáfrica, 1971).
Al principio, al polifacético inventor no le hizo ninguna gracia que el redactor quisiera publicar su biografía y se negó a colaborar. Dieciocho meses después, tiempo que Vance dedicó a recabar los testimonios de unas doscientas personas, Musk reconsideró su postura, pero pidió al periodista que le dejara leer la obra antes de publicarla e incluir notas al pie, a lo que Vance se negó. El empresario accedió de todas formas, consciente de que querer controlar lo que publica un periodista comprometía su imparcialidad y, al mismo tiempo, le dibujaba como un enfermo del control.
Precisamente ese es el principal logro del libro. Las numerosas fuentes que aglutina, muchas de ellas contrarias al inventor, consiguen mostrarlo como una persona de carne y hueso, lejos del mito. En las más de cuatrocientas páginas de la biografía, Vance nos muestra todas las caras de Musk: la tiránica con sus empleados, la tierna con su familia y la temerosa cuando mira a su pasado.
Con una fortuna estimada en 10.000 millones de dólares (cuando se terminó de editar el libro), el empresario ha triunfado en industrias a las que Estados Unidos había dado la espalda: la aeroespacial y la automovilística. Es el principal inversor de tres negocios: SpaceX, la primera empresa privada en lanzar un cohete al espacio; Tesla, la primera en comercializar un vehículo 100% eléctrico, y Solar City, la mayor empresa de placas solares de toda Norteamérica.
Las sombras del mito
Acostumbrados a su imagen de triunfador, probablemente pocos conozcan cómo fue la infancia de Musk. Nació en Pretoria en 1971 y es el mayor de tres hermanos. Sus abuelos fueron unos aventureros que se trasladaron de Canadá a Sudáfrica buscando nuevos retos.
De pequeño, Musk era un niño diferente. Se quedaba ensimismado en su mundo, con la mirada perdida. Los médicos pensaron que podía ser un tipo de sordera y le extirparon las glándulas adenoides para que mejorara su audición, pero todo siguió igual. “Se encierra en sí mismo y entonces ves que está en otro mundo. Todavía lo hace. Ahora ya no le digo nada porque sé que está diseñando un nuevo cohete o algo por el estilo”, explica Maye Musk, la madre de Elon, en una entrevista que reproduce el periodista.
Poder concentrarse en una tarea, junto a su obsesión por la lectura –llegó a leerse todos los libros de la biblioteca de su barrio y la Enciclopedia Británica– lo convirtieron en un niño muy adelantado a los demás. Considerado un bicho raro en su colegio, nunca tuvo amigos y sufrió palizas que lo han marcado de por vida. A esto se suma que sus padres se divorciaron y él, y poco después su hermano Kimbal, decidieron marcharse con su padre para que no se quedara solo.
A la violencia física de las aulas se sumó la tortura psicológica que llevaba a cabo su progenitor. “Las pandillas me buscaban en la escuela para molerme a palos y, cuando volvía a casa, era igual de horrible. El espanto no acababa nunca”, le contó Musk al redactor con los ojos humedecidos. Tal vez por eso, se marchó de Sudáfrica en cuanto pudo. A los 17 años compró un billete a Canadá y no ha vuelto a su país desde entonces.
A partir de aquí, Vance saca pecho como periodista especializado en la industria tecnológica –ha trabajado en The New York Times o The Economist– y explica con mucho detalle la carrera profesional de Musk, intercalando sus impresiones con la de sus socios y empleados. Tras un año trabajando en todo tipo de oficios, en la Universidad de Queen (Canadá) todo empezó a mejorar para el joven. Acompañado de Kimbal, en el verano de 1994 hicieron un viaje en carretera por Estados Unidos y decidieron quedarse allí a vivir.
Musk hizo prácticas en Silicon Valley y, tras terminar las licenciaturas de Física y Administración de Empresas en la Universidad de Pensilvania (EEUU), en 1995, en plena ebullición del negocio de internet, creó junto a su hermano Zip2, un directorio de búsqueda de negocios enlazado a mapas, similar a lo que hoy es Google Maps. Cuatro años después, Compaq lo compró por 307 millones de dólares. “Con 27 años de edad, a Musk le había costado menos de una década dejar de ser un mochilero para convertirse en multimillonario”, destaca Vance en su libro.
Su siguiente empresa fue X.com, uno de los primeros bancos virtuales con el que el joven quería revolucionar el sistema bancario. Unos años después, el nombre de la empresa cambió por el de PayPal, que fue comprada en 2002 por eBay por 1.500 millones de dólares.
Un ritmo frenético
Mientras rumiaba su despedida de PayPal, el incasanble Musk ya tenía en mente un nuevo proyecto. Ni más ni menos que el sueño de su vida: montar una empresa espacial con la que diseñar cohetes a bajo precio que le acercaran a otros mundos. Tras intentar comprar un cohete a los rusos y darse cuenta de lo suicida de la misión, se decidió a construirlo desde cero.
Según relata Vance, uno de los momentos más duros en la vida del empresario fue el fallecimiento de su bebé de diez meses, de muerte súbita. Los testimonios de su ex mujer, Justine, muestran una imagen de Elon fría y evasiva, que, según ella, utilizaba como mecanismo de supervivencia. Como en su vida no se admite el fracaso, Justine se sometió a un proceso de fecundación in vitro y dio a luz a gemelos. Al poco tiempo, repitió el proceso y tuvieron trillizos.
Los testimonios de su ex mujer, Justine, muestran una imagen de Elon fría y evasiva, que, según ella, utilizaba como mecanismo de supervivencia
El periodista muestra la clara prioridad de Musk por sus negocios, entre los que intenta compaginar su vida familiar. Lejos de conformarse con SpaceX, en 2004 se convirtió en el mayor accionista y presidente de Tesla, por aquel entonces un incipiente negocio que se había propuesto diseñar un vehículo eléctrico. Su semana se divide entre Los Ángeles, donde tiene el cuartel general de SpaceX, y Silicon Valley, donde está el de Tesla. Trata de pasar con sus cinco hijos cuatro días de la semana.
Mientras intentaba mantener a flote Tesla y SpaceX, lo que hizo aguas fue su matrimonio. Como Justine contó en su blog, Musk no dejaba mucho lugar al romanticismo y le planteó lo siguiente: “O lo arreglamos hoy o me divorcio mañana”. Ella le pidió más tiempo y él le anuló la tarjeta de crédito.
Absorbido por el personaje
Adentrarse en la vida de una persona a tal nivel de profundidad pasa factura. Durante dos años, Musk absorbió a Vance como los negocios le absorben a él. Lo bueno es que los hijos del periodista se han aficionado a los coches y a los cohetes. Lo malo es que en ocasiones el redactor peca de cierta fascinación hacia el personaje.
Es cierto que incluye testimonios que desdeñan a Musk, pero también otros que lo sitúan en la cima del mundo, y él se inclina más por ellos. “Elon es una de las pocas personas que, a mi juicio, ha conseguido más cosas que yo”, afirma Craig Venter en el libro. El científico, que descodificó por primera vez el ADN humano, fue uno de los primeros propietarios del Modelo S, el primer coche completamente eléctrico fabricado por Tesla.
Convertido en una de las personas más ricas del mundo, el sueño de Musk siguió siendo el mismo que cuando tenía doce años: llegar a otros planetas. Está convencido de que SpaceX, en 2025, habrá desarrollado un impulsor y una nave espacial capaces de llevar a Marte grandes cantidades de pasajeros y de carga.
Hasta que eso ocurra, los últimos accidentes sufridos por sus vehículos –incluida la muerte de un conductor que llevaba activado el piloto automático en su Modelo S–, le quitan las pocas horas de sueño que tiene. Antes de salvar a la humanidad, su futuro más inmediato pasa por diseñar tecnologías más seguras, aunque eso implique llegar a Marte con un poco de retraso.
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