Edward O. Wilson permanece calmado hasta que se le pregunta por las hormigas. Entonces se revuelve en la silla, gesticula describiendo la ferocidad de unas mandíbulas, imita con sus manos el paso de un ciempiés y sonríe hasta con el ojo que se cegó mientras pescaba cuando tenía 7 años. Aquel muchacho 'fascinado por los bichos' nacido el 10 de junio de 1929 en Alabama (EEUU) se convirtió en todo un caballero de la Universidad de Harvard. Allí escandalizó a sus colegas y cambió el rumbo de las teorías de la evolución basado en las hormigas, el animal con sociedades más complejas después del hombre. En 1975 propuso que la sociedad dentro de un hormiguero sirve para entender a la humana, algo que los marxistas no toleraron y por lo que James Watson, codescubridor del ADN, le retiró el saludo. Desde entonces, la idea de Wilson se ha convertido en una disciplina, la sociobiología, y su padre ha seguido acuñando nuevos términos, como el de biodiversidad, en 1988. También escribe de forma incansable obras de divulgación por las que ha ganado dos premios Pulitzer. Tras llegar a Madrid para recibir el Premio Fronteras del Conocimiento de Ecología y Biología de la Fundación BBVA, este profesor emérito de Harvard explicó ayer a Público los detalles de su nueva obra, que se publica en 2012.
¿Qué hace cuando no está trabajando?
'Esperamos que se creen parques nacionales en la zona del el vertido'
Trabajar es divertido. Acabo de regresar de Ecuador y de la costa estadounidense del golfo de México. He estado en junglas y en praderas. En julio me voy a Mozambique. Este es mi trabajo y mi hobby.
¿En qué estado se encuentran los ecosistemas del Golfo tras el vertido?
Dirijo varios estudios sobre la biodiversidad en Florida y Alabama. También estoy planeando recomendaciones para que el Gobierno cree nuevos parques nacionales o reservas.
¿Es viable establecer esos parques nacionales?
Esperamos que sí. Debemos actuar rápido para crear reservas. Pero al mismo tiempo tenemos que ponernos de acuerdo con los empresarios para crear una economía dentro de los parques y alrededor de ellos. Si no podemos mejorar la vida de la gente de la zona, se perderá todo.
Usted se ha mostrado optimista con que el hombre sabrá llegar a un acuerdo para salvar la biodiversidad. ¿Lo sigue pensando?
Soy un cauto optimista. No podemos salvar todos los ecosistemas y especies. Es como el cambio climático, ya lleva demasiada inercia. Perderemos especies y ecosistemas hagamos lo que hagamos, pero podemos frenarlo y, al final de este siglo, detener la pérdida. Salvar la biodiversidad quiere decir salvar al mundo vivo. Deberíamos estar prestando mucha más atención a esto. Por ahora, nos interesa el cambio climático o la escasez de agua, pero la humanidad en su conjunto, incluidos los políticos, no entienden que estamos perdiendo el mundo vivo.
Su sociobiología causó mucho revuelo hace 30 años. ¿En qué estado está hoy?
En los setenta introduje la idea de la sociobiología, es decir, que se puede estudiar el comportamiento social de forma científica. La oposición no llegó por el rechazo de esa idea sino por una objeción de incluir a los humanos. Se asumía que la mente humana está libre de instintos. Que es una página en blanco que se forma a través de la experiencia y la educación. Es una postura difícil de entender hoy en día, pero muy extendida entonces en las ciencias sociales. Era un dogma, también de la extrema izquierda. Los marxistas creían que podían hacer al hombre perfecto y después tener la sociedad perfecta. Pusieron en duda la sociobiología, pero hoy en día está completamente aceptada. Ahora hay estudios en muchas áreas que han recuperado los instintos como característica verdaderamente humana.
¿Cuánto se pueden modificar esos instintos con educación?
Hay que buscar el medio. Entonces surge la definición de la naturaleza humana que yo sugiero. Según ella, los instintos no son respuestas absolutas a un estímulo, como en los animales. En humanos, los instintos son la predisposición de aprender una cosa y no otra. Incluye, por ejemplo, la forma en la que los humanos vemos, dividimos y nombramos los colores. Sigue reglas muy claras, una tendencia que no es absoluta, que varía entre sociedades, pero siempre existe. Otra es la tendencia a eludir el incesto. La gente evita tener hijos entre dos personas que han sido criadas y educadas juntas, como hermano y hermana. Es un gran ejemplo de un instinto que no depende del aprendizaje ni las circunstancias, pero aún así es muy poderoso.
Usted también defiende que la evolución sucede en grupos de hormigas, por ejemplo, que triunfan sobre otros. ¿Se aplica lo mismo a los humanos?
La próxima primavera publicaré mi nuevo libro, Social Conquest of Earth (La conquista social de la Tierra). En él examino el origen de los humanos, pero también el de las otras criaturas exitosas en crear sociedades. En ellas hay una división del trabajo, unos se reproducen y otros se sacrifican a no hacerlo, y se cuida de los individuos jóvenes. Me pregunto cómo han surgido estos comportamientos en todas las criaturas, incluidos los humanos. Con datos de arqueología, psicología, historia y genética de poblaciones, creo que puedo mostrar que la razón es la evolución grupal. Es algo que empezó hace tres o cuatro millones de años y desemboca en que un grupo se queda con el terri-torio de otro, al que elimina o asimila. Es uno de los rasgos más enraizados del comportamiento humano y también uno de los más peligrosos. Fue lo que creó al ser humano frente al resto de prehumanos. Ahora, lo que nos creó amenaza con destruirnos.
¿Seguimos evolucionando en grupo?
Todo el mundo quiere pertenecer a un grupo y quiere pensar que su grupo es mejor que el resto. Los seres humanos somos extremadamente grupales. Queremos estar con otra gente, pero siempre dentro de nuestro grupo, que siempre será mejor que otros sin importar si hablamos de una religión, una nación, un equipo de fútbol Eso es lo que es la naturaleza humana.
¿Cómo cree que surgióel primer animal social?
El salto a una sociedad avanzada, como la que tienen las hormigas o los humanos, convierte a ambos en especies extremadamente exitosas. Llegaron al umbral de convertirse en criaturas sociales cuando sus ancestros construyeron un nido para cuidar de sus crías. Esta es, en los 20 casos que he analizado, la regla, sin excepción.
¿Y en los humanos?
Empezó hace unos tres millones de años, en un grupo llamado Homo habilis. Fueron los primeros en hacer dos cosas. Primero, comer carne, transformarse en omnívoros. Lo segundo es hacer nidos, o sea, campamentos, como los que se han hallado y que pertenecieron a los Homo erectus, que descendían de los Homo habilis. No eran diferentes de otros animales eusociales [hormigas, abejas, termitas]. Es una preadaptación rara, muy pocas especies hacen nidos para alimentar a los jóvenes. Dentro de estas, un número mucho más pequeño, unas 20 o 25 especies, dio el salto al siguiente paso: la nueva generación y la vieja se quedan en el nido y forman un grupo.
¿Eso es todo?
Cuando tienes un grupo, la ventaja de la cooperación es enorme, pero requiere saber qué necesita el otro. Si estiro el brazo para agarrar una botella pero no alcanzo, tú lo harás por mí. Un chimpancé no. Nosotros leemos las intenciones del otro. También nos gusta competir con los demás en un entorno de cooperación. Esa es una fuerza primordial de la evolución.
¿Cómo explica el auge del creacionismo en EEUU?
EEUU sigue siendo un país intensamente religioso. Creo que se debe a su carácter de frontera. Hace siglo y medio se formaron pequeños grupos. Comenzaron en Nueva York o Pensilvania y conquistaron el oeste. Necesitaban algo que les uniera. No tenían grandes iglesias como en Europa, ni obispos, ni santos. Lo único que les unificaba era la Biblia. Así que aceptaron que todo lo que dice es verdad. A eso se debe que los americanos sean más religiosos y explica por qué están dispuestos a creer en cosas estúpidas. No es tanto ignorancia como lealtad a su grupo.
¿Es posible ser parte de un grupo religioso y aceptar las teorías de Darwin?
Sí. Puedes ser un muy buen científico y no creer en la evolución. Pero apenas ocurre. En 1990 se supo que entre los biólogos de la Academia Nacional de Ciencias, la élite de los mejores científicos de EEUU, sólo el 3% creía en Dios o en la vida después de la muerte. En otras palabras, los mejores científicos rara vez son religiosos.
Edward O. Wilson no duda ni un segundo cuando se le pregunta por su hormiga favorita. 'Es una que busqué durante años y años', reconoce. Sorprender a este biólogo en materia de hormigueros no es fácil, ya que, como profesor (ahora emérito) de Harvard y conservador del Museo de Zoología comparada de esta universidad, estuvo a cargo de la mayor colección de hormigas del mundo. Pero aquel ejemplar de ‘Thaumatomyrmex' era algo único. 'Sus mandíbulas son como horcas, con una hilera de dientes que llega hasta la cabeza. Eran tan difíciles de encontrar que no sabíamos qué comían. Por fin unos colegas brasileños encontraron una colonia y supieron que se alimenta de una sola especie de ciempiés que se defiende como un puercoespín. Está cubierto de espinas y es el único alimento de la hormiga. Esta llega con sus mandíbulas, traspasa las púas, lo mata y se lo lleva a casa. Después le quita las espinas gracias a unos parches rugosos que tiene en las patas traseras y así se lo puede comer. Esa es mi hormiga preferida', relata Wilson. Su otra gran pasión es la hormiga podadora, sobre la que acaba de publicar una monografía y que califica como 'la más interesante' entre las que ha estudiado. Se caracteriza por formar largas colas de obreras que acarrean trozos de hojas. 'Son agricultoras y forman la sociedad más compleja que se conoce después del ser humano. Toman hojas frescas para cultivar hongos. Lo hacen siguiendo una cadena de montaje por diferentes castas. Crean un sustrato en el que cultivan los hongos', comenta.
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