Un médico con sensibilidad solidaria puede prestar su experiencia para tratar a los enfermos en una región deprimida. Un ingeniero puede perforar un pozo en una región asolada por la hambruna. Pero, ¿cómo puede un científico poner su grano de arena al servicio de las causas sociales más apremiantes? Este camino es el que pretenden explorar dos nuevos proyectos nacidos en EEUU, que invitan a los científicos de todo el mundo a interaccionar con organizaciones no gubernamentales para compartir su tiempo y experiencia en fines solidarios.
Otros empeños anteriores ya han tratado de cubrir esta intersección entre ciencia y compromiso social. En mayo de este año se lanzó el portal web de Científicos Sin Fronteras, una alianza entre la Academia de Ciencias de Nueva York y el Proyecto Milenio de Naciones Unidas.
Pero mientras esta organización se basa sobre todo en la ayuda a distancia, a través de una malla de conexiones on-line norte-sur y sur-sur, el intento de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia (AAAS) -editora de la revista Science- quiere situar a los científicos directamente sobre el terreno, siempre que su ayuda pueda resultar provechosa.
El programa On-call Scientists (que se traduce como Científicos de Guardia) lanzó el mes pasado una base de datos en la que pueden registrarse científicos de cualquier país, especificando datos como su especialización, región geográfica o disponibilidad.
Se requieren científicos con al menos dos años de experiencia y tres referencias profesionales. La base de datos ligará las ofertas de los científicos con las demandas de las ONG. Puede consistir en una simple consulta técnica, revisar un informe o realizar trabajo de campo. Y la dedicación oscila entre sólo unas horas o un año entero.
Entre las áreas donde se sugiere que los científicos pueden aportar conocimientos útiles se mencionan la asesoría en gestión de agua o salud pública, la ayuda forense para documentar genocidios, o la estadística aplicada a valorar la magnitud y los efectos de los conflictos, como los desplazamientos de la población civil. La AAAS ya ha abordado anteriormente programas de este tipo, como el empleo de genetistas para identificar a los descendientes de los desaparecidos en Argentina.
Otro ejemplo de cómo la ciencia y la tecnología pueden contribuir a defender los derechos humanos es el análisis de imágenes de satélite para denunciar operaciones de genocidio. El pasado verano, este método permitió documentar los ataques del ejército ruso contra las aldeas georgianas en la provincia de Osetia del Sur. En la misma línea, el proyecto Eyes on Darfur (Ojos sobre Darfur), promovido por la AAAS y Amnistía Internacional, ha revelado la destrucción de poblados en el conflicto de Sudán.
Un caso ya en marcha es el de la ONG Global Rights, que busca asesoría científica para evaluar el impacto sanitario y medioambiental de explotaciones mineras y petrolíferas en África. Según Maria Koulouris, directora del programa en esta organización, 'el potencial del proyecto de la AAAS es enorme, ya que para nosotros no siempre es fácil saber por dónde empezar'.
Una segunda iniciativa va a fraguar durante las jornadas que se celebrarán del 14 al 16 de enero de 2009 en la sede de la AAAS en Washington (EEUU), con la asistencia libre y gratuita de todos los científicos y
organizaciones que lo deseen. Allí se lanzará la Coalición de Ciencia y Derechos Humanos, que aspira a fundar un laboratorio de ideas en el que las instituciones científicas y los grupos pro-derechos humanos puedan compartir sus experiencias y buenas prácticas.
La Coalición también pretende servir como altavoz de denuncia pública cuando sean los propios científicos los que sufran censura o represión, una labor similar a la que realiza desde 1999 la red Scholars at Risk (Académicos en Riesgo), con sede en la Universidad de Nueva York.
La Academia de Ciencias para el Mundo en Desarrollo (TWAS, por las siglas en inglés de su nombre anterior, Academia de Ciencias del Tercer Mundo) celebró esta semana su primer cuarto de siglo con una convención general en la capital mexicana. Bajo el lema “promover la excelencia científica para el desarrollo sostenible del sur”, esta institución fomenta la cooperación sur-norte y sur-sur para aplicar el conocimiento científico a la resolución de los problemas de los países en desarrollo.
TWAS fue fundada en 1983 en Trieste (Italia) por un grupo de científicos dirigidos por el paquistaní y Nobel de física Abdus Salam. Los académicos, que hoy son 911 miembros de 90 países, se eligen por sus méritos científicos. La administración de TWAS está en manos de la Unesco y su principal financiador es el Estado italiano, que en 2004 aprobó una ley para asegurar la continuidad de este apoyo.
Según refleja TWAS en su informe publicado con motivo del aniversario, la ciencia en los países en desarrollo muestra un rostro esperanzador incluso en el panorama actual de crisis.
Los indicadores de la ciencia, la tecnología y la innovación están al alza, tanto en las naciones grandes –Brasil, China, India o México– como en países más debiles, léase Chile, Malasia, Ruanda o Vietnam, donde la inversión en estos conceptos ha pasado a un primer plano. Dado que muchos de estos proyectos se cubren con préstamos del Fondo Monetario Internacional o del Banco Mundial, el informe insiste en la necesidad de aislar estas iniciativas de los eventuales embates de la economía global.
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