Este artículo se publicó hace 13 años.
Quizá primavera
La ultraderecha, los fachas de siempre, el fascismo que no quiere ocultar su nombre, está de capa caída. Ya sólo yergue el brazo para cambiar, cada 20 de noviembre, la bombilla siempre fundida del otrora glorioso pasillo por donde desfilaba el abuelo.
Y lo que les jode aún más. La vieja izquierda, la ilegal y bandolera, la que intercambiaba hostias con los camisas azules a la sombra noctívaga de aquel Madrid de serenos y radios insomnes, resurge tal que un domingo de mayo, y sigue siendo heroica y clandestina. Legalizaron a socialistas y comunistas en España, y luego los domesticaron, pero la izquierda vuelve a florecer de su raíz alegal, silvestre y callejera que no se amanceba con siglas ni embustes, y hasta les apalean los maderos por un "quémame allá unos contenedores". El yugo y las flechas se retuercen de envidia, y la oxidada pistola del cajón dispara su última bala hacia dentro para suicidarse.
Tuitea el escritor Santiago Jaureguízar que, en Compostela, los manifestantes estuvieron a punto de montarla como en Madrid. Intentaron dañar la fachada de un periódico, pero sus propios compañeros les entraron en razón: a las barricadas, sí, pero sin borricadas.
En Madrid no se sabe bien cómo se desarrollaron los acontecimientos. Si fue primero el huevo o la gallina, la ferocidad policial o el despatorre popular.
Yo creía a la vieja izquierda cancelada hasta que la noche de autos vi a dos antidisturbios perseguir a un joven, abatirlo y después aporrearlo con una saña que me retrotrajo a tiempos mejores, ejem, aquellos tiempos de "extraordinaria placidez" que glosó Mayor Oreja. O sea, Franco, Franco, Franco.
Ese joven apalizado es el petit Gavroche de la revolución ácrata. Joderos, fascistas, que hoy es la vieja izquierda la que empieza a amanecer, la que alumbra Atlantes en su Alcázar callejero y nada fortificado. De cada golpe policial no nace un moratón, nace una rosa.
No he visto jamás un entusiasmo policial semejante contra ultraderechistas. Ni siquiera en el Bernabéu, donde los neonazis montaban un sindiós cada domingo hasta que Florentino les obligó a crecerse el pelo al uno y a aparcar el bate de béisbol en casa, que esto es fútbol.
Fuerza Nueva ya no existe. Falange de las JONS ya sólo sirve para denunciar garzones. Y Falange Auténtica se ha vuelto altermundista. Sin embargo, esta nueva izquierda que no quiere llamarse tal, rebrota hoy entre humo de contenedores (no queméis más, borricos) y palizas policiales. No es casualidad que hoy sea mayo. Y quizá primavera.
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