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Elecciones generales 28ALos problemas de la desinformación política: cuando las mentiras no se van ni con lejía
¿Ha seguido usted la campaña electoral del 28A? ¿Ha estado pendiente de su móvil para ver mensajes, vídeos y memes en redes sociales y WhatsApp? ¿Se ha cabreado con alguna noticia o se ha reído a carcajadas con alguna parodia política? Ahora párese un momento a pensar: ¿se ha creído todo lo que ha visto?
Madrid--Actualizado a
Expertos de comunicación, académicos, periodistas y analistas politicos llevan meses dando vueltas al mismo fenómeno: cómo combatir la desinformación, las mal llamadas 'fake news'. Cuando quedan apenas un par de jornadas para las elecciones generales, un interesante grupo paritario —dos mujeres, dos hombres— convocados por el profesor de la Universidad Carlos III (UC3M) de Madrid Raúl Magallón se plantean si los esfuerzos de medios, 'fact checkers' y plataformas tecnológicas sirven realmente para combatir el problema. Porque es un problema.
Durante las dos últimas semanas hemos visto de todo: cómo unos partidos echan el resto en unas redes sociales y otros, en otras; cómo se han suspendido cuentas de WhatsApp de formaciones por incumplir las normas; cómo se han eliminado perfiles falsos y páginas con comportamientos sospechosos. Y cómo la verificación de contenidos se ha disparado, casi como respondiendo a una estrategia de comunicación basada en decir la mayor barbaridad posible para no tener que entrar a debatir los problemas reales de los españoles.
Una mesa redonda celebrada esta misma semana en la citada universidad convocó a cuatro especialistas cuyas visiones aportaron ángulos diferentes pero complementarios. Allí acudieron Francisco Seoane, profesor de periodismo de la UC3M y vocal de la Asociación de Comunicación Política ACOP; Marta Peirano, periodista especializada en seguridad, privacidad y derechos en Internet; Mariluz Congosto, ingeniera e investigadora especializada en análisis de datos sociales; y Óscar Espiritusanto, periodista, investigador y profesor también en la UC3M.
Todos ellos se reunieron en torno al libro Unfaking News, cómo combatir la desinformación (Pirámide, 2019), de Magallón, quien alertó de varias cuestiones nucleares en cuanto a desinformación y la campaña electoral:
1. La jornada de reflexión, tal y como se concibió hace décadas, ya no existe a causa de internet y las redes sociales.
2. Estamos peligrosamente expuestos a la publicidad segmentada, y los partidos se han dejado en eso un dineral. Es decir, no sabemos que el mensaje que nos va a llegar es diferente al que le llegará a los demás, y es previsible que a medida que os acerquemos a las elecciones recibamos mensajes muy sementados.
3. Es importante añadir, además, que las campañas electorales están sirviendo también para disuadir que usted vote a un candidato determinado, y quizá no tanto para persuadirle de que vote. Eso sucedió, como recordó Marta Peirano, en la campaña de Donald Trump, parte de cuya campaña se dirigió selectivamente a la comunidad afroamericana para denostar a su contrincante, Hillary Clinton. En cualquier caso, sean cuales sean sus preferencias políticas, vaya a votar.
¿Y si nos gustan más los bulos?
"La posverdad parece un debate reciente, pero en realidad es bastante antiguo; en realidad, son el fundamento de la creación de las facultades de periodismo", recordó Francisco Seoane, quien para abrir fuego se preguntó, en la línea de Walter Lippmann: "¿Y si el problema es que resulta que la gente no está interesada en conocer la verdad?".
Para este experto, nos deberíamos preguntar si la desinformación es un fallo de la información o una característica inherente. "A veces, nos interesa difundir datos que no son verdad", apuntó. "En los estudios más recientes sobre desinformación nos muestran que no es que la gente no sepa distinguir la verdad de la mentira, sino que utiliza instrumentalmente la mentira para meter cizaña o avivar posturas; hay un vínculo interesante entre la desinformación y el discurso del odio".
Parece que los bulos viajan más rápido y mejor que la información veraz, muchas veces porque es más llamativa, polémica o incluso divertida, pese a que resulte inverosímil. "Y las difundimos intencionadamente aun siendo conscientes de que son mentira, quizá porque se ajustan a ciertos intereses o al malestar que podemos tener", plantea este investigador.
Por tanto, el problema es antiguo. Lo que pasa es que ahora se ve amplificado como jamás antes por la popularización de las redes sociales y el fin del monopolio de los medios. Si a esto añadimos el fenómeno de las 'hechos alternativos', uno de los lamentables legados de la Administración Trump —convertir verdades incómodas en opiniones—, tenemos un embarrado panorama como punto de partida.
Competencia desigual
"A mí una de las cosas que más me interesan de las 'fake news' es que con ellas pasa como con la estupidez: siempre le pasa a los demás, que nunca haces ni tú ni tu medio", arracó Marta Peirano, provocadora. "Me parece sintomático que cuando por fin logramos introducir en España la figura del 'fact checker' lo hacemos para que hagan 'factchecking' a los demás".
Para esta periodista, en los recientes debates, según el diario que uno lea ganó un candidato u otro, mintió un candidato u otro. "Lo cual demuestra que incluso cuando haces 'factchecking', éste parece una especie de opinión", comentó Peirano.
Esta periodista, además, alertó del "problema particularmente grave que supone que las redes, que hace 15 años se veían como un espacio que incrementaba la libertad de expresión y rompía al fin el monopolio de los medios, se ha reconcentrado y ha quedado en manos de un número de empresas particularmente pequeño".
"Cuando por fin logramos introducir en España la figura del 'fact checker' lo hacemos para que hagan 'factchecking' a los demás"
Así, Peirano incidió en que se ha pasado de un panorama dominado por las grandes cabeceras a otro dominado por una industria "que ni siquiera está sujeta a decir la verdad", como en teoría están los medios de comunicación tradicionales: si un medio publica una mentira se expone a una demanda; si Facebook publica una mentira, resulta que de entrada es legalmente irresponsable del contenido que circula por sus servidores, al ser un "agente de distribución de contenidos ajenos". "El New York Times y Caso Aislado están compitiendo en el mismo entorno tecnológico pero sujetos a reglas de juego diferentes".
Y alertó —como tantos expertos en cibersociedad— sobre el efecto 'cámara de eco': "Nosotros pensamos que decidimos, de forma voluntaria y un poco perversa, acceder a las fuentes de noticias que nos dan la razón y coinciden con nuestra visión del mundo, pero en realidad si accedemos a la información a través de las redes sociales accedemos a una selección algorítmica de las mismas en función de los verdaderos clientes de estas empresas, que pueden ser marcas pero también campañas políticas".
Una 'cámara de eco' que, recordó Peirano, puede afectar más a los más vulnerables que se acojan a conexiones a internet 'gratis' (como el proyecto Free Basics de Facebook) con contenidos que pasan obligatoriamente por los filtros algorítmicos de la red social.
Para Peirano, quizá estamos muy obsesionados con a quién les llega determinados anuncios por las redes, pero "no nos preocupamos los suficiente por el hecho de que Facebook te permite seleccionar a quién le llegan tus anuncios y a quién no, en un sistema súper segmentado, que no tiene nada que ver con lanzar un mensaje unificado y coherente a todo un país para convencer a los ciudadanos de que te voten".
Las redes sociales, que lo saben todo de cada uno de nosotros, permite a un actor político decir a cada potencial votante lo que quiere escuchar, y además a cada uno un mensaje diferente. "Esto puede acaba con el debate público, porque ya no es necesario lanzar un mensaje único y coherente sobre el que se pueda discutir: puede que el mismo partido les esté diciendo a unos que les va a bajar los impuestos, y a otros que se los va a subir", razona Peirano.
Pon de tu parte, por favor
"Creo que las palabras que más se repitieron en los últimos debates electorales fue mentira, mentiroso, miente...", apuntó Óscar Espiritusanto por su parte. "Y uno tenía que estar miranto sitios de comprobación como Maldita, Newtral, algunos medios, para enterarse de qué era verdad y qué no, pero con datos". Para este investigador, por tanto, es importante establecer una serie de pautas tanto para que periodistas como ciudadanos sepan cómo informarse bien.
Porque antes de la llegada de las redes sociales vivíamos en una época de 'escasez' de información, había que rellenar espacio. "Ahora", añadió Espiritusanto, "hay exceso de información, mucho ruido, un caldo de cultivo idóneo para estresar a los ciudadanos y facilitar la confusión sobre lo que es cierto y lo que no: produce desinformación".
"Como ahora cualquiera puede generar información, tenemos que aprender a lidiar con ella, y creo que lo más importante es generar una comunidad de individuos que sean capaces de verificar", apuntó. "La comunidad que están generando proyectos como Maldita o Neutral es una buena idea, porque es esa comunidad la que va a distribuir la verificación a lugares adonde los 'factcheckers' no llegan".
Es decir: los ciudadanos deberían a aprender a discernir qué es una patraña, a contrastar la información. Algo similar a cuando uno se quiere comprar un coche y compara modelos del mismo segmento, más allá de la publicidad.
Un reciente — contundente— informe del colectivo Xnet señalaba que los "grandes productores" de la desinformación son, precisamente, el Gobierno, los partidos políticos, los medios de comunicación y las empresas cuyas actividades impactan sobre más del 10% de la población. O sea, intentaba romper el mito de que el origen de la desinformación, los bulos y las manipulaciones surgían siempre de la ciudadanía.
"Los usuarios son, al final, agentes de diseminación de esa desinformación que se genera en otros puntos", apunta Óscar Espiritusanto, partidario de una alfabetización de dichos usuarios para que, precisamente, no contribuyan a difundirla. Y para él, el papel de los medios debería incluir un esfuerzo por enseñar a sus usuarios a verificar por sí mismos la información que les rodea.
Un trabajo a largo plazo
Mariluz Congosto recogió el guante de la formación de las audiencias. Poca gente como ella está analizando casi en tiempo real todo lo 'sospechoso' que acontece en Twitter —cuentas falsas, redes de usuarios raras que polarizan el discurso en esa red, etc.— y enseñando al mismo tiempo a los usuarios herramientas y recursos para que no nos la cuelen.
En este caso, centrada en la campaña electoral, Congosto apuntó algo tan evidente como sorprendente para muchos analistas de última hora: "Una campaña electoral dura 15 días, pero hay mucho trabajo antes: todo esto no es de ayer". La clave: se reutilizan cuentas con muchos seguidores, renombradas, de modo que se llegan a encontrar cuentas que pasan de apoyar a Belén Esteban en Gran Hermano a Vox (como el caso de @superwomanroja, que parece ser de una agencia por su comportamiento).
Esta experta investiga sobre todo la difusión de la información, cómo se propagan los mensajes y cómo son los individuos que hacen posible que eso se propague. Por ejemplo, su análisis sobre la cuenta @Anonymus_ES ("me llamó la atención porque sus mensajes estaban muy a la derecha", confiesa) parte de una comparación de datos que ella misma ha ido recogiendo desde hace años, en los que localizó que esa cuenta había cambiado de nombre tras las elecciones de Catalunya: había borrado todos sus tuits anteriores —muchos de apoyo a Ciudadanos— y empezaba a tuitear sobre Vox.
Tal y como está demostrando una y otra vez Congosto, en Twitter a veces se reutilizan cuentas del pasado y se van renombrando para generar desinformación o mensajes polarizados con interés, en este caso, político: ésa es una forma de detectar los vectores de propagación.
Otra es rastrear bulos directamente: comprobar la veracidad de una supuesta información que de repente se distribuye a gran velocidad porque ha 'viralizado'. Con un análisis temporal y geográfico de las cuentas más activas que mueven estas historias se puede observar cómo, casi siempre, se tratan de los mismos bulos en diferentes países, en distintos idiomas, que saltan de uno a otro. "Como si fuese algo organizado".
Los ejemplos son numerosos. Y ya hemos visto que no todo tiene que ver con la ultraderecha. Pero si bien la propia Congosto reconocía que "Twitter es muy pequeñito" (hay menos de cinco millones de usuarios en España, y a falta de cifras oficiales la cifra parece que apenas se mueve), para ella "es como mirar por una rendija" a lo que está pasando en la red en España. "Lo que pasa en Twitter, las acciones que vemos allí, es un poco a largo plazo, de mantenimiento de opinión", apuntó
"La gente está indecisa", recuerda esta investigadora, "y en redes sociales se tiene muy poca memoria: hay que tener cuidado en las horas previas a las elecciones, habrá bombardeo de mensajes segmentados, probablemente en Facebook o WhatsApp". Pero insiste, "Los mensajes, la polarización, todo esto lleva calando desde hace mucho tiempo, se trabajan en unas ideas a largo plazo, de modo que lo que vamos a vivir estas horas podría ser como 'la traca final'".
Esté pues atento a sus pantallas. O, mejor, no.
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