El 5 de noviembre de 2008, la reina Isabel de Inglaterra preguntó cómo había sido que una crisis tan grande había tomado a la casi totalidad de expertos económicos por sorpresa. '¿Por qué nadie se enteró?', preguntó la reina en la London School of Economics.
¿Y si aplicamos la misma pregunta al periodismo? ¿Por qué no vio venir la crisis?
El periodismo no vio venir la crisis, ya que forma parte del pensamiento grupal
Antes diré que tan lejos como puedo recordar, el periodismo no ha visto venir ninguna gran crisis económica.
¿Por qué? La primera y breve respuesta es: ni los expertos económicos ni el periodismo son observadores neutrales de la actividad económica y financiera. Y ambos están unidos por un concepto que la psicología ayuda a entender: groupthink. La traducción más aproximada puede ser pensamiento grupal. Irving Janis, de la Universidad de Yale, acuñó este concepto para explicar los errores sistemáticos cometidos por instituciones al poner en práctica decisiones colectivas y parece que su fuente de inspiración fue el escritor británico George Orwell, quien en su novela 1984 inventó la llamada neolengua.
El periodismo no vio venir la crisis que afloró en agosto de 2007 y se hizo nítida en 2008. Tuvo que hundirse un Titanic como el banco de inversiones Lehman para que fuera evidente. Y la razón es que el periodismo forma parte del pensamiento grupal que había minimizado los síntomas que condujeron a la explosión financiera como resultado de los riesgos que se venían acumulando. El periodismo defendió el orden financiero realmente existente como una religión.
Los medios están tan empotrados' que no ven el ajuste de cuentas alemán
Y, después, en 2009, cuando cayó otra ficha del dominó de la crisis, la llamada crisis de la deuda soberana, con Grecia primero y la llamada periferia europea más tarde, y hasta estos días con Irlanda, no teníamos nuestros deberes hechos, es decir, no habíamos extraído las conclusiones de nuestra incapacidad para anticipar la Gran Crisis iniciada en Estados Unidos.
La Gran Crisis o la Gran Recesión fue el resultado del fracaso de un cierto tipo de capitalismo que fue llevado hasta sus últimas consecuencias por el presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, una tarea que aquí, en Europa, quedó a cargo de Jean-Claude Trichet, presidente del Banco Central Europeo. Un cierto tipo de capitalismo significa un sistema en el cual la actividad central pasa a ser la actividad financiera, con el instrumento de la innovación y la desregulación, todo ello en medio de grandes desequilibrios a escala mundial.
El mismo pensamiento grupal o comportamiento de rebaño, concepto francés para definir la actitud de los inversores en bolsa, es la enfermedad que está en la raíz de la cobertura periodística de la crisis de la deuda que infecta a la llamada periferia de Europa: Grecia, Irlanda, Portugal y España.
Los políticos se comportan como una copia mediocre de Roosevelt
Me parece a mí que los medios de comunicación están tan empotrados en el sistema, para usar una palabra americana que definía la condición en la que trabajaban los medios durante la invasión de Irak, que no atinan a exponer el gran tema que está desarrollándose en estos momentos: el gran ajuste de cuentas que está llevando a cabo Alemania. Es decir: la reconstrucción sobre nuevas bases de los débiles y frágiles fundamentos del euro. Unos fundamentos que han quedado machacados por la Gran Crisis, una situación que no tenía cabida, que era completamente impensable para quienes diseñaron el invento.
Ustedes saben, Angela Merkel no estaba allí entonces. Pero su actual ministro de Finanzas, Wolfgang Schauble, sí. En 2000 y 2001, Alemania tuvo su gran burbuja tecnológica y el endeudamiento de familias y empresas llegó a niveles espectaculares. Fue entonces cuando Alemania se pudo dar el lujo de no utilizar su política fiscal para relanzar la economía. Esa tarea quedó a cargo de Jean-Claude Trichet, quien bajó los tipos de interés hasta el 2%. Ello supuso la expansión en la Eurozona. Lo mismo que había hecho Alan Greenspan en Estados Unidos para superar la burbuja tecnológica. Y, tal como en EEUU, comenzó la burbuja de la vivienda y de crédito también en Europa. Las burbujas de la vivienda y el crédito crecieron en Irlanda y España.
Pero gracias a esa expansión de la ahora llamada periferia, Alemania exportó mucho más. Y aunque no cumplió el techo del déficit fiscal del 3% del PIB, Alemania y Francia se las arreglaron para imponer la suspensión de dicha norma legal. Eran los tiempos en los que Pedro Solbes, comisario de Asuntos Económicos y Monetarios, corría a gorrazos a ambos países amenazándoles con sanciones. Que nunca se impusieron.
La crisis ha sacado a pasear la parte más oscura de Europa. Hay un discurso muy interesante de Axel Weber, presidente del Bundesbank alemán, el pasado 12 de octubre en Nueva York, que lo dice casi todo. Vean su diagnóstico ya que es candidato a suceder a Trichet al frente del BCE en noviembre de 2011:
'El principal problema para los miembros de la Eurozona con persistentes déficit por cuenta corriente es que el flujo de capitales no siempre ha sido asignado de manera eficiente. En España e Irlanda creó una burbuja de la vivienda. En Grecia financió elevados déficits públicos y en Portugal apoyó el consumo privado. Esta asignación fortaleció la demanda doméstica y, debido a mercados de trabajo inflexibles, los salarios se incrementaron más que la productividad. Esto, a su vez, redujo la competitividad de los precios de los citados países. Como resultado, las importaciones crecieron, las exportaciones cayeron y el déficit por cuenta corriente volvió a aumentar.
Aunque estos desequilibrios tienen raíces domésticas, los problemas asociados no están confinados a las fronteras nacionales. Dados los efectos de contagio en los mercados financieros estrechamente integrados de la zona euro, son también un problema para otros países y para la unión monetaria en su conjunto. La crisis de la deuda en la primera mitad de este año ha sido muy instructiva. Por tanto, el problema de los desequilibrios dentro de la Unión Económica y Monetaria tiene que ser atendido'.
La conclusión, pues, es que, dado que los miembros de la zona euro no pueden devaluar sus monedas cedidas para crear el euro, la única salida es una 'devaluación interna'. Una reducción o abaratamiento de todos los costes, en primer lugar los laborales, para conseguir competitividad en los países 'periféricos' que son una especie de Tercer Mundo incrustado en la zona euro.
Las autoridades de la Eurozona se están comportando durante esta crisis como una copia mediocre del presidente Roosevelt en la Gran Depresión. Todos hemos sido keynesianos cuando el estímulo fiscal consistía en salvar los sistemas financieros. Pero este estímulo fiscal era ya imposible cuando se trataba de salvaguardar el empleo y asegurar el crecimiento.
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