Adolfo Vega, un hombre dedicado a la captura de palomas, tiene colocadas en la ciudad de Toledo unas 140 jaulas con palomos cazadores, entre los cuales se encuentra Pipi, el "más galán" de la ciudad, que llega a cazar en los aledaños del castillo de San Servando alrededor de tres palomas diarias.
"Yo sentía atracción por las palomas desde siempre", confiesa Adolfo a Efe, y agrega: "es un hobby desde hace diez años, pero yo heredé el amor por las palomas desde hace cuarenta cuando mi padre, al que también le gustaban, me regaló la primera paloma".
Prueba de ello es que Adolfo posee unas sesenta palomas en su casa, además de los treinta palomos que tiene repartidos en la ciudad.
Bromea cuando se le pregunta por la opinión de su mujer hacia las palomas: "ella me conoció con las palomas y moriremos con ellas".
La labor es "ardua, complicada y hay que conocer bien el mecanismo", cuenta Adolfo, que relata que existen varios tipos de palomos ladrones: los buchones, los deportivos, mononcelos o los ladrones.
El buchón valenciano "es el auténtico y el mejor para atraer palomas".
Tras comprar una cría de palomo, a un valor de cincuenta euros más o menos, éste se hace adulto y se le introduce durante unos tres o cuatro días en una jaula con una "hembra especial" que le entrena para que se acostumbre a su compañía.
Esta hembra también es necesario comprarla en el mercado "no valen las que los mismos palomos capturan", y su valor económico ronda los cuarenta euros, explica el colombicultor.
Posteriormente, al palomo cazador se le quita la paloma, "momento en el que se queda soltero" y se le suelta para que consiga otra hembra con la que regresará a la que reconoce como su casa -la jaula-.
Las jaulas de hierro ideadas por Adolfo poseen un mecanismo mediante el cual las palomas pueden entrar en la jaula a través de una reja por donde el palomo las hace entrar, tras lo cual, no pueden salir.
Todas las jaulas, unas 140, están colocadas en el casco histórico de la Ciudad Imperial: en el Ayuntamiento, en la bóveda de la Catedral, en el palacio arzobispal, en el Convento de las Gaitanas, en la Puerta de Bisagra, en el torreón de Puente de Alcántara o en el convento de Santa Clara.
Adolfo y su ayudante Mariano Martín diariamente recogen las palomas capturadas por los palomos cazadores en cada punto de la ciudad.
Tanto por la mañana como a eso de la medianoche y durante unas dos horas Adolfo y Mariano recorren los tejados en busca de sus jaulas, sus palomas, y sus palomos, a los que liberarán para que sigan trabajando.
Unos palomos a los que Adolfo pone nombre, que conoce y que le conocen.
Juanito y Carlitos son los palomos que tiene por la zona de San Lucas, y Pipi, el "más galán", el de San Servando.
Adolfo tiene disecado en su casa a un palomo cazador que vivió veinticinco años y le llamaba El Abuelo.
A las palomas capturadas, unas cincuenta al día en los meses de temporada alta, primavera y verano, Adolfo se las lleva a su casa, las vende a cetreros, las regala, o se las come guisadas; "aunque de pequeño mi madre me las freía y estaban muy ricas", rememora.
El precio de cada paloma en el mercado ronda los dos euros, aunque Adolfo confiesa que él no gana nada con esta actividad puesto que hay que pagar la alimentación de los palomos cazadores y el mantenimiento de jaulas.
Hasta el momento, Adolfo ha capturado en Toledo cerca de 40.000 palomas, número que aumentará hasta final de año, cuando capture alrededor de 8.000 ó 10.000 más, de las 12.000 que hay ahora en la ciudad.
En ese momento, la población de estas aves en Toledo pasará a ser de unas 3.000, "la correcta", opina.
"Nunca extinguiéndolas", porque para Adolfo la paloma es el símbolo de la paz y una ciudad sin este animal en sus cielos, "no es ciudad".
Adolfo termina este año su labor, dice que está cansado de subir y bajar edificios después de tantos años; quizá "seguiré recogiendo palomas en algunos lugares", añade.
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