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Menos lágrimas y mucho más cine

Pedro Almodóvar presenta 'Los abrazos rotos', una declaración de amor al cine donde se muestra sobrio y contenido como nunca. La película, que se estrena el 20 de marzo, es un juego de espejos, que explora la naturaleza de

SARA BRITO

Si hay un amor que prevalece en Los abrazos rotos, último filme de Pedro Almodóvar, que se estrenará el próximo 20 de marzo, no es el amor obsesivo que siente el empresario Ernesto Martel (José Luis Gómez) por Lena (Penélope Cruz) o ese otro redentor de esa femme fatale por el director de cine Mateo Blanco/Harry Caine (Lluís Homar) o el arrollador y ciego de Caine por Lena. Ni siquiera el de Judit García (Blanca Portillo) por su hijo Diego (Tamar Novas). Es el de Pedro Almodóvar por el cine o como dice el director: 'Por la vida una vez fotografiada y montada. El cine sería el tipo de realidad paralela donde todos podríamos vivir mejor'.

El cine es en Los abrazos rotos bálsamo, confesionario y un extraño lugar donde las personas permanecen inmortalizadas, como entre las cenizas de Pompeya. Al contrario de la vida, un filme se puede montar y remontar, aunque, como advierte la frase final: 'Las películas hay que acabarlas, aunque sea a ciegas'.

Juego de espejos

De todos los momentos de metacine que construye Almodóvar (la cinta es un gran artefacto de espejos, de realidades y ficciones), el que queda en la retina repitiéndose una y otra vez, es ese en que Penélope se dobla a sí misma, mirándose de frente a la pantalla. Una secuencia que escenifica, como ninguna otra, la duplicidad con la que juega el director en el filme: la vida y la representación y la forma en la que la una entra a formar parte de la otra.

Porque el decimoséptimo filme del manchego es una película dentro de una película, de la que a su vez se hace un making of. Para conectar las múltiples capas, Almodóvar pica de aquí y de allí: de su propia cosecha, al homenajear Mujeres al borde de un ataque de nervios, interpretada libremente en Chicas y maletas, rodaje que sucede dentro de Los abrazos rotos. 'Mis películas son todo mi patrimonio', reconoció ayer en rueda de prensa.

Y también se va a pescar a su universo cinéfilo a veces enarbolado en exceso que va del cine negro, al Rossellini de Te querré siempre, el Louis Malle de Ascensor para el cadalso o el Antonioni de Blow up. 'Es mi declaración de amor al cine por eso no es extraño que haya tantas referencias', admitió. Puestos a buscar alusiones, tal vez sea más misterioso por qué el diario El País aparece hasta en cinco ocasiones dentro del filme.

El cine, siempre presente

Ahora bien, las referencias tampoco son una novedad en el cine de Almodóvar, sólo que en esta ocasión adquieren una sobriedad y un peso que las convierte en la esencia del relato. Ya en Mujeres al borde de un ataque de nervios, estaba Johnny Guitar, de Nicholas Ray, en Tacones lejanos, Sonata de otoño, de Ingmar Bergman y en La mala educación, La bete humaine, de Jean Renoir y Teresa Raquin, de Marcel Carné.

Pero ¿respira la película fuera de ese juego de unir con flechas o estamos ante un mero ejercicio de cinefilia? ¿Qué es Los abrazos rotos además de un artefacto, a veces artificioso en exceso, sobre la naturaleza de la ficción? Es un relato de cine negro: 'De la zona noir de la película es de la que estoy más orgulloso', dijo. Pero también una comedia almodovariana reconocible, y un drama contenido como pocas veces se le ha visto al director. 'Yo estaba ahí para secar las lágrimas de los actores, les he pedido a todos sobriedad', indicó el realizador. Lástima, que esa misma sobriedad quede traicionada por el subrayado del monólogo de Blanca Portillo.

La condición humana

Almodóvar ha filmado su película más cara 12 millones de euros volcado hacia una mayor gravedad que, dice, le dan los años. 'Me estoy especializando en un tipo de cine que se hace cada vez menos, que está degenerado por la televisión y en el que se habla de la condición humana'.

¿Perdimos, entonces, definitivamente al Almodóvar fresco y cómico, cercano a un costumbrismo bizarro? 'Ahora llevo una vida más de interiores, que en los ochenta, cuando mi vida era coral. Me hago mayor, aunque me gustaría volver a hacer una comedia', reconoció en una rueda de prensa en que alternó la sobriedad con el humor y con la parodia de su egocentrismo: 'Lo que importa es que te den el Óscar', comentó en un guiño a Penélope Cruz. El que sí permanece es el Almodóvar más plástico: la composición y el uso de los colores planos en la película es estimulante.

La duda es si este relato alambicado y retorcido será el que venga a salvar a un cine español que en 2008 perdió casi un millón y medio de espectadores. 'Le he dedicado a esta película 24 horas durante 14 meses, ahora la pelota está en la calle', dijo el realizador.

Almodóvar escribe en las notas de producción de Los abrazos rotos: 'Es una escena sencilla, nada retórica, directa y profundamente emotiva'. Así describe una secuencia de Te querré siempre, de Roberto Rossellini que resuena en toda la película. En ella, Ingrid Bergman y George Sanders interpretan a un matrimonio en crisis que presencia cómo desentierran a una pareja abrazada desde hace dos mil años. La última película de Almodóvar, no es sencilla, es retórica, no es directa y es más fría que emotiva. Pero extrañamente, como esos amantes, permanece.

 

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