Este artículo se publicó hace 14 años.
Marineros del Este en dique seco
Un grupo de tripulantes, abandonados por sus patrones, malviven en su barco anclado en el puerto de Las Palmas
"Pasado, presente y futuro", traduce al castellano arrastrando las erres Khomin Vizalig cuando se le preguntan qué significan las letras chinas que cruzan su antebrazo derecho. Viernes por la tarde, puerto de La Luz, en Las Palmas de Gran Canaria. Este chico ucraniano de 20 años acaba de llegar con otros compañeros al lugar que desde hace siete meses se ha convertido, sin desearlo, en su casa: el barco de bandera ucraniana M/V Paxic.
Un día, viniendo de "algún lugar de África", el Paxic llegó al puerto de La Luz para dejar combustible. Se trataba de una escala más. Pero una mañana, el patrón desapareció sin dar explicaciones y ellos se tuvieron que quedar en la capital grancanaria, en una tierra desconocida, sin dinero, sin conocer el idioma. Así que hicieron del barco, enorme, oxidado, su casa. Allí se encerraron.
"Bancarrota", repite Mychaylo Pererva, uno de los marinos más jóvenes (22 años) cuando se le pregunta qué pasó para que se quedasen tirados en el puerto. Eso lo averiguaron después, cuando vieron que el patrón no regresaba. Mychaylo habla inglés, como el resto de la tripulación (diez en total, nueve ucranianos y uno de nacionalidad rumana), porque cuando trabajaban a bordo el uso de este idioma era obligatorio. Entonces ganaban unos 3.000 euros al mes.
Ahora no tienen nada que hacer. El hastío marca los días. "Fumar", dice Mychaylo, apoyado en una de las paredes del navío mientras expulsa humo por la nariz. Los marineros consumen un cigarrillo detrás de otro, la cocina-salón del barco está repleta de cajetillas arrugadas. Dentro, el calor es sofocante, pero no hay mucho desorden. Los hombres mantienen la disciplina militar de los buques: madrugan, se reparten las tareas, cocinan. No tienen dinero para irse a casa ni tampoco el pasaporte (retenido por la policía española). Así que han decidido transformar la desgracia en una lucha. "Este barco es nuestra única propiedad", explica Dmitriy Zhogob, de 22 años, pelo rubio, camiseta a rayas, modales educados, muy sonriente.
La situación de estos hombres no es única. Además de en la capital grancanaria, la ONG Stella Maris ha detectado casos en Santa Cruz de Tenerife y en el puerto de Barcelona. En total, habrá unos 50 afectados. Pero la situación ha mejorado respecto a años anteriores, y Stella Maris cree que es porque las autoridades portuarias hacen controles más eficaces a los barcos que pretenden atracar en sus muelles.
Entre la burocracia, persiste el drama. Los marineros no quieren oír hablar de gestiones. "Quiero mi dinero", dice Vladimir Yasnovsky, de 40 años. Vladimir tiene ojeras, no deja de fumar, mata el tiempo leyendo en ruso un libro que se titula Detective y que sólo está "psé". En su habitación también hay un diccionario ruso-español, una ducha con varias garrafas de agua, colonia y jabón de afeitar.
Sergeii, el segundo ingeniero, pasa de los 40 años. "En Ucrania yo tenía una vida: tenía novias, salía a divertirme, tenía tarjetas de crédito", ironiza, mientras ayuda a otros compañeros a colocar la compra en la cocina. Entre todos han recopilado cien euros, que les da para "aguantar unos tres o cuatro días". "Beicon, té, salchichas, verduras, peras...", enumeran al sacar las cosas de las bolsas. Todo está perfectamente calculado. Se nota la disciplina soviética. Y nada de alcohol, estos marinos beben continuamente té.
Así pasan las jornadas estos hombres, sin saber si algún día regresarán a sus países, donde sólo cobrarían una pensión de 50 euros al mes. Y regresar a temperaturas bajo cero, sin trabajo, sin dinero y sin saber cómo explicar a sus familias que vuelven con los bolsillos vacíos, es algo que la mayoría no sabe ni siquiera cómo afrontar.
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