Este artículo se publicó hace 13 años.
Mantas, largas colas para comer y sueños a la intemperie
La mayoría de los acogidos en los campamentos de emergencia son inmigrantes
Los cinco campamentos que los servicios de emergencias han levantado en Lorca presentaban ayer una imagen similar. Mantas, largas colas para recibir alimentos, sueños a la intemperie Tras una húmeda primera noche que arrancó con escasez de mantas y suministros para cerca de 30.000 sin techo por la inmediatez del suceso, el 80% de los 92.000 habitantes del municipio recibió ayer autorización para regresar a sus domicilios.
Sin embargo, la vuelta a las viviendas no fue tan masiva como se esperaba por el temor a nuevos temblores. Durante el día, los rumores sobre nuevas réplicas recorrieron los campamentos como mechas de pólvora. "¡Tengan cuidado! ¡Han avisado de que a las cinco podría haber una sacudida muy fuerte!", voceaba a primera hora de la tarde Luis Prieto, ecuatoriano de 35 años, a unos amigos que abandonaban el asentamiento del Huerto de la Rueda, el más grande.
El centro de salud se ha trasladado al parking de un centro comercial
La primera noche, miles de vecinos durmieron al aire libre, en los parques y calles, o en sus coches. Ayer, con celeridad, la Cruz Roja y la Unidad Militar de Emergencias (UME) levantaron tiendas de campaña para dar cobijo a 6.500 personas. Muchos esperaban todavía por la noche a que los técnicos de Urbanismo por lo menos les diesen el visto bueno para entrar a recoger sus cosas.
Entre los damnificados que aguardaban en la cola de alimentos, era complicado encontrar rasgos españoles. El 20% de la población de Lorca es inmigrante. En la calle, marroquíes, subsaharianos y latinoamericanos representaban a nueve de cada diez afectados. "¿Dónde están los españoles? La primera noche no entendíamos el porqué apenas había", explica un miembro de Cruz Roja. El motivo se encuentra en la falta, por parte de los extranjeros, de dos cosas: segundas residencias, y redes de familiares y amigos en los municipios cercanos. Localidades como Totana o Ágilas han absorbido a gran parte de los españoles, ante el cierre de todos los comercios, supermercados, cafeterías y colegios de Lorca. Estos últimos siguen sin fecha de apertura en el horizonte.
Ojeras y resignaciónEl sacristán de una iglesia afectada sacó los objetos de valor por miedo a un robo
La población arrastraba ayer por las calles del municipio sus ojeras, desesperación y resignación. "Seguimos recibiendo muchas personas con ataques de ansiedad, hipertensión y asmáticos", explicó la médico de familia Piedad Martínez. El centro de salud en el que trabaja habitualmente se ha trasladado por el temblor al parking de un centro comercial. 24 horas después del terremoto, las sirenas de las ambulancias todavía resonaban por las avenidas de Lorca en busca de la carretera a Murcia. La fina lluvia que cayó por la mañana, hizo mirar al cielo a miles de los sin hogar.
Entre los escasos españoles que había en el Huerto de la Rueda, se encontraba Antonio Sánchez, sacristán de la parroquia de Santiago Apóstol, semiderruida por el terremoto. "La mitad del edificio se ha venido abajo, pero ayer me la jugué y entré porque teníamos la caja de los donativos, el cáliz, patenas, vinagreras algunos tienen un valor de dos o tres millones de euros y no nos los pueden robar", explicaba temeroso.
Entre lágrimas y suspiros, Isabel Franco y Antonio Martínez, pareja de 40 años de edad, retiraban ayer los objetos de valor del centro de estética que abrieron hace un año. "Nos costó mucho sacarlo adelante en plena crisis y ahora todo se ha ido a la ruina", sollozaba Isabel, mientras cargaba con dos bolsas de plástico llenas de cremas y enseres, y echaba cuentas: "30.000 euros de la máquina para la celulitis, 4.000 del drenaje linfático, 3.000 dela depilación".
"El futuro se nos ha ido a la mierda", se lamenta el dueño de un negocio
Miedo a robosComo el párroco, esta pareja temía que alguien entrase a saquear la tienda por la noche y prefirieron guardar el ordenador y la maquinaria que se libró de los cascotes en su piso, declarado validado por los técnicos y sin riesgo de derrumbe. "El futuro se nos ha ido a la mierda", lamentaba Antonio.
El barrio en el que se encuentra el local de la pareja se llama La Viña y es el más afectado por el temblor. Allí, murieron tres de las nueve víctimas, y se produjo el único derrumbamiento íntegro de un edificio. Este inmueble, junto a la calle central del barrio, es un amasijo de escombros: las paredes cayeron como fichas de dominó y los pisos se amontonan uno sobre otro.
El cordón de seguridad mantenía ayer por la tarde vetado el acceso a sus calleslimítrofes.
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