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Guía práctica para sobrevivir a la familia

Kore-eda busca la Concha de Oro con 'Milagro' y Delpy hace reír con 'Le Skylab'

SARA BRITO

La familia dominó ayer la competición del Festival de San Sebastián. La cómica y pintoresca visión de la actriz y directora francesa Julie Delpy en Le Skylab y la tierna aventura que plantea Hirokazu Kore-eda en Milagro supusieron un soplo de aire fresco después de la tragedia sublime de Terence Davies y el experimento lúdico de Isaki Lacuesta del día anterior. También fue el caso de la tercera película en la competición oficial, la fallida Happy End, producción sueca de Zentropa [la conocida productora de Lars von Trier], que cuenta, entre la sordidez y la frialdad nórdica, un momento crítico en la vida de una madre viuda y su hijo depresivo. Tres tipos de familia muy distintas que, en pleno ecuador del certamen, se descubren como el inevitable y muchas veces sufrido espacio de aprendizaje del ser humano.

Tanto Delpy como el prestigioso japonés Hirozaku Kore-eda deciden contar sus historias desde el punto de vista de un niño (una niña en el caso de la francesa) y sacan ventaja de un humor luminoso, acorde con el día claro que se abrió ayer en Donostia.

El director japonés ya debió ganar con 'Nadie sabe' y 'Still Walking'

Kore-eda llega dispuesto a llevarse la Concha de Oro, que le ha sido arrebatada en dos ocasiones (con Nadie sabe,en 2004, y con Still Walking, en 2009). Como es habitual en el director japonés, la familia y la relación entre padres e hijos está en el centro de sus preocupaciones, así como las ceremonias de lo cotidiano entre ellas la comida en cuyo registro poético Kore-eda es un maestro. Para el director, este filme funciona como 'el reverso luminoso de Nadie sabe' y como una película de aventuras juvenil a la japonesa, en la que el final del trayecto no es la obtención de un tesoro (¿o sí?), sino el aprendizaje y la aceptación de la vida tal y como viene, con alegría y templanza japonesa.

La película sigue el camino hacia la madurez de Koichi, de 10 años, que vive con su madre y sus abuelos, después de que sus padres se separaran, y su padre se llevara a su hermano Ryunosuke a vivir con él a Tokio.

Bajo la amenaza de un volcán que escupe cenizas, Koichi especula con la idea de reunir a la familia nuevamente, al tiempo que va aprendiendo cosas de sus amigos y sus abuelos. La película se gana al espectador no sólo por las interpretaciones de los dos hermanos también lo son en la vida real, sino además por un guión, que combina verdad y humor sin apenas esfuerzo.

Delpy rememora una época de optimismo en la izquierda francesa

Julie Delpy mira a su propio pasado para construir una comedia ligera sobre un fin de semana en la vida de una familia que se reúne para celebrar el cumpleaños de la abuela. Imaginen: película coral, con secuencias de hasta 20 personas en plano, grandes comilonas, discusiones, política y secundarios deliciosamente vivos.

La tribu de Delpy no es una cualquiera: se trata de un filme autobiográfico, en el que se ha reservado la interpretación del personaje que homenajea a su madre (la actriz Marie Pillet) y muchas de las situaciones están levantadas sobre sus recuerdos. La protagonista y la mirada de la película es Albertinela propia Delpy de niña, que se enamorará por primera vez durante un fin de semana de juegos dominado por la amenaza de un satélite a punto de caer en Bretaña.

Delpy rememora un tiempo, finales de los setenta, cuando el optimismo había tomado posiciones en las filas de la izquierda francesa y el 68 estaba aún en el ambiente. Pero también se ocupa de las secuelas de Vietnam, de los traumas de Argelia, de la pena de muerte y de la música: mítico baile de Albertine con el Alone again de Gilbert O'Sullivan tronando. Brava familia.

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