Barcelona ha sido durante los últimos años una de las "mecas" europeas del grafiti, una expresión artística callejera, vandalismo para gran parte de la sociedad, que ha entrado en retirada ante la normativa municipal que ha cosido a multas a los "writers" que han acabado huyendo al extrarradio.
Si Don Quijote visitará hoy Barcelona no tendría dudas en hallar a sus amenazadores gigantes. No sería, evidentemente, el inofensivo molino de El Paralelo, sino alguno de los enormes grafiti que pueblan sus calles.
Ejemplos de estas creaciones de "street art" no faltan: el monstruo amarillo de dos caras que ocupa una fachada entera de un bloque de seis plantas en el 22@ o el espectacular bulbo gigante, en blanco y negro, que trepa por una casa ocupada en la confluencia de las calles Comte de Urgell y Floridablanca.
Sin embargo, la normativa para garantizar la convivencia, aprobada por el consistorio hace cuatro años, con multas por realizar pintadas de hasta 3.000 euros, ha reducido ostensiblemente la presencia de grafiti en la ciudad.
Desde 2006 hasta el 31 de mayo de 2010, el ayuntamiento ha puesto 1.613 denuncias por "degradación visual del entorno urbano", un 99% de ellas por grafiti.
Además de las multas, a los autores de las pintadas menores de edad se les da la posibilidad de realizar trabajos en beneficio de la comunidad. En algún caso, como ocurrió recientemente con un grupo de grafiteros que actuaba en Nou Barris, la Guardia Urbana llevó a cabo una labor de mediación para que pidieran permisos para "pintar de legal" en muros de obras que luego iban a derribarse.
En 2009, el ayuntamiento barcelonés gastó cuatro millones de euros en eliminar medio millón de metros cuadrados de grafiti.
Por su parte, la empresa Transportes Metropolitanos de Barcelona (TMB) presentó el pasado año 150 denuncias por pintadas realizadas en el metro, siguiendo la vía judicial cuando lograba identificar al autor.
En lo que va de 2010, ha habido ocho sentencias por estos hechos en la red de metro, entre ellas una en la que un juez de Barcelona condenó a un joven de EEUU a un año de prisión y a una multa de 7.300 euros por entender que se había producido un delito de daños, cuando este grafitero, acompañado de otros, accionó, en diciembre 2005, el freno de emergencia para detener un convoy de metro y poder hacer el grafiti en un vagón.
Desde TMB, se recalca, no obstante, que los grafiti de mayor tamaño han disminuido en casi un 20%, aunque los "tags" (firmas que se suelen hacer con rotulador) continúan siendo una "plaga", pero se limpian de forma sistemática, ya que lo que buscan sus autores es sobre todo "notoriedad".
Paco, un veterano grafitero de 38 años, reconoce a Efe que las normativas han acabado con el grafiti mural en Barcelona. "La ordenanza ha provocado que ahora sólo haya piezas de bombardeo, tags, cosas muy rápidas que es lo que más molesta a la gente, mientras el grafiti trabajado ha quedado eliminado", afirma.
Esta "persecución" ha provocado, añade, que los grafiteros se hayan dispersado por los municipios de los alrededores: Mataró, Gavá, Terrassa, Granollers, Viladecans, Santa Perpetua... donde existen muros en los que pintar y la normas "sino permisivas, al menos no son tan sancionadoras", explica.
A pesar de llevar veinte años "en la calle", Paco asegura que no ha tenido problemas serios y que nunca le han puesto una multa importante.
"No puedo estar arriesgándome tanto como un chaval de 17 años, me lo miro bastante, voy con gente que tienen dos dedos de frente, intento molestar lo menos posible, aunque el grafiti siempre molesta a la gente, eso es inevitable", dice el grafitero, alguno de cuyos amigos han tenido que hacer frente a multas de hasta 6.000 euros tras ser pillados in fraganti dejando su huella en algún vagón de metro.
Antonio García Mora, jefe de 'marketing' de Montana Colors, una marca catalana que distribuye pinturas y aerosoles para todo el mundo, asegura que a pesar de las restricciones hay muchos jóvenes extranjeros que siguen viniendo a Barcelona por el atractivo de la ciudad.
García Mora señala que mientras el grafiti tradicional ha seguido su línea ortodoxa -vinculada a la cultura hip-hop- le ha surgido desde hace unos siete y ocho años una competencia por el espacio público, el "street art".
En esta modalidad, que los puristas no consideran grafiti como tal, el "artista" trabaja con plantillas, pegatinas y otros elementos, y con una temática más variada, "amable" y "aceptada socialmente", como ocurre con el famoso Bansky, un británico que oculta su verdadera identidad y cuyos trabajos, de activismo casi político, se pueden ver ya en museos.
"Barcelona vivió su época dorada a finales de los noventa y comienzos de 2000; antes se veía más grafiti, gente pintando murales a las cinco de la calle, ahora hay un ambiente de restricción, por eso los 'writers' se han ido a las rieras a los túneles, pero sigue siendo un punto de referencia mundial", remarca García Mora.
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