Cual representante de comercio en horas bajas, Nicolas Sarkozy culminó ayer un viaje relámpago a Abu Dhabi con múltiples inclinaciones y parabienes hacia el emir local. Objetivo: convencerle para que compre aviones de guerra y centrales nucleares de concepción francesa. Ofrenda francesa: un 'Louvre del desierto'. Sarkozy inauguró, además, una base militar que sitúa la máquina de guerra gala a 220 kilómetros de Irán.
Todo había sido milimetrado a la perfección para que la visita del presidente francés a su colega, el emir de Abu Dhabi y presidente de la Federación de los Emiratos, jeque Khalifa ben Zayed Al-Nahyane, resultara un éxito brillante y sin incidentes. No andaba por esos lares desérticos la inflamante Carla Bruni.
Sí estaban, por el contrario, los representantes de France Musées y el célebre arquitecto francés Jean Nouvel, responsables de la construcción del 'Louvre del desierto', el museo muy deseado por el emirato, de próxima apertura en la isla de Saadiyat.
Un oportuno informe de la organización Human Rights Watch, sobre las pésimas condiciones de trabajo infligidas a los obreros inmigrantes de esa construcción del Louvre, vino a enturbiar los propósitos de Sarkozy, y sus colaboradores se vieron obligados a replicar que: 'no somos nosotros los encargados de velar por las condiciones de trabajo en la obra'. Algo que, sin duda, los emires apreciarán.
La venta de la otrora prestigiosa e intocable marca 'Le Louvre' al emirato, que enriquecerá las arcas de los museos franceses con algo más de 1.000 millones de euros, fue acompañada por otra inauguración, esta vez de color caqui. Sarkozy abrió oficialmente la que va a ser primera base permanente aeronaval francesa en la región del Golfo.
Según el diario Libération, la base contará con unos 500 hombres en tierra, buques de guerra, aviones Rafale y medios de escucha y espionaje electrónicos, claramente preposicionados de cara a Irán. Y es que esa base, claramente situada en el Golfo, viene a reemplazar en importancia a la que los franceses ya tenían en Djibouti, en el extremo oriental norte de África.
En su discurso inaugural, Sarkozy dijo: 'Si ocurriera cualquier cosa, nosotros estaríamos, alteza, a su lado'. Y añadió alguna precaución verbal del tipo 'esta base no está dirigida contra nadie'.
Así las cosas, ningún periodista especializado francés se creyó la frase del canciller Bernard Kouchner, según el cual ésta será una base de lucha contra la piratería frente a las costas de Somalia.
Sarkozy no tomó ninguna precaución para ocultar el segundo y auténtico objetivo de su visita: vender. Asistió con los dirigentes abudhabianos a una demostración de vuelo del cazabombardero francés Rafale. Fabricado por la firma de la dinastía Dassault, está resultando un aparato totalmente invendible al extranjero, hoy por hoy sólo equipa al Ejército francés. Su no amortización compromete los futuros planes tanto de la firma privada como del Ejército galo.
No sólo aviones de guerra llevaba Sarkozy en su maletín: El presidente también apoyó las candidaturas de varias firmas francesas a la construcción de las dos centrales nucleares que el emirato pretende abrir en 2017. Unos contratos en los que los franceses parten con desventaja frente a EEUU.
Ante tanto agasajo, los emiratíes dieron tiempo al tiempo. Se limitaron a señalar que 'prosiguen' las negociaciones sobre la compra de los Rafale, y que, en cuanto a las centrales nucleares, tomarán una decisión en septiembre a la luz de lo propuesto por los diferentes candidatos.
Fabricado por Dassault
El avión Rafale, fabricado por la firma privada Dassault, es, de alguna manera, el hijo tonto de la industria militar gala. Está en servicio en el Ejército francés desde 2001, pero, contrariamente a su triunfal predecesor, el Mirage, no ha podido ser vendido a ningún país. París intentó venderlo a Libia y Marruecos. Abu Dhabi, es el único cliente potencial serio.
Financiación pública
Para el presupuesto francés, cada uno de los más de 200 Rafale que antes de 2015 deben equipar el Ejército galo cuesta 113 millones de euros. La concepción y desarrollo del sofisticado avión, no obstante, costó 33.000 millones, 8.000 de ellos directamente salidos del presupuesto público.
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