Durante mucho tiempo, para los viajeros que se adentraban en Portugal las tierras del Alentejo era el tramo que había que recorrer entre la frontera y Lisboa. Si no, era ese lugar donde se compraban toallas y manteles a buen precio. Quedaba así, ajena a la curiosidad de casi todos, una buena porción de Portugal. Y eso que esta región esconde buena parte de la historia portuguesa.
Si sólo se pudiera visitar una ciudad del Alentejo, ésta debería ser Évora. Se la ve de lejos, subida sobre una pequeña colina, bien ceñida por una muralla que contiene su pasado pero deja entrar el futuro. En sus calles blancas y estrechas es posible caminar unos centenares de metros y recorrer un par de milenios. Allí está, con su aspecto de cuerpo descarnado, el templo romano de Diana. No tiene mal aspecto si se piensa que tiene diecinueve siglos. Para llegar allí se habrá pasado por algunas callejuelas de indudable sabor moruno. Y al lado se alza, bien restaurado, el convento dos Lóios, que muestra el paso del medievo cristiano, igual que la catedral, más antigua ya que se empezó a construir apenas veinte años después de la expulsión de los árabes. Se tardó tanto en terminar que la empezaron con ideas románicas y la acabaron con empujes góticos.
Para seguir con el concentrado de historia portuguesa habrá que acercarse al palacio de Dom Manuel, el rey que dio nombre al estilo arquitectónico peculiar de este país. De este estilo es también el pórtico de la iglesia de São Francisco, en una de cuyas capillas, la Capela dos Ossos (de los Huesos), hay un sobrecogedor recuerdo de la fugacidad de la vida humana. Muchos de los monumentos más importantes de Évora datan de los siglos XIV, XV y XVI, cuando fue la favorita de la Casa de Avís, la dinastía reinante. Al final de ese periodo se fundó la Universidad jesuítica. En esos tiempos competía con ventaja con Lisboa.
Y luego llegó el olvido. Los nuevos monarcas portugueses, después de la unión y la separación de España, se inclinaron por Lisboa. La expulsión de los jesuitas tuvo también mucho que ver en este declive. Évora se detuvo en el tiempo, como buena parte del Alentejo. Muchos de sus hombres decidieron buscar su vida en otras tierras. El alentejano Vasco de Gama, que encontró la vía marítima a la India tras rodear el cabo de Buena Esperanza, había sido uno de los primeros. Pero tal vez por ello Évora y muchas otras ciudades han quedado como detenidas en el tiempo. No se puede saber si el precio pagado por su conservación ha sido justo, pero ahora sólo queda disfrutar de lo bueno de ese proceso, caminar sin rumbo por esas calles antiguas, pasar delante de iglesias medievales y recios solares -los palacios familiares- de mármol, acercarse a la praça do Giraldo y observar el ambiente estudiantil que vuelve a tomar la ciudad con la nueva Universidad.
Del pasado más antiguo de la región quedan buenas muestras en los alrededores de Évora. A unos 15 kilómetros, después de tomar un par de desvíos y recorrer un espléndido alcornocal, se llega al crómlech de Almendres, una formación elíptica sobre una ligera pendiente. En una finca cercana, un menhir solitario de tres metros de altura apunta con igual fuerza al cielo y a la tierra. Aquí, cuando cae la tarde y el aire está en calma, parece que se respira el paso del tiempo. La mano del hombre trabajó la piedra hace cinco o seis mil años, y lleva también muchos siglos modelando el bosque de alcornoques. Es que aquí se puede con todo, tanto con la roca dura del menhir y el mármol del palacio como con el corcho humilde.
açorda de alhopoejada de bacalhausarapatelensopado de enguiasencharcadaTime OutCozinha de Santo Humberto
Pousada dos Lóios
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