El albanés Ismail Kadaré (Gjirokastra, 1936) se subirá esta tarde al escenario del Teatro Campoamor de Oviedo para recoger el Príncipe de Asturias de las Letras. Allí coincidirá con los alcaldes de Berlín antes y después de la caída del muro, un acontecimiento que recuerda con precisión.
¿Qué significa este premio para usted?
Estoy encantado. Ha sido curioso ver cómo había gente en Albania que me felicitaba pensando que me habían dado un título nobiliario en España. Y es que en un país comunista hay una gran nostalgia de títulos nobiliarios.
El premio se le concede por su compromiso en la lucha contra el totalitarismo. ¿Hubiera sido escritor en otro régimen diferente?
Sin duda, cuando la literatura empezó a fascinarme yo no entendía el régimen en el que vivía. Creía que era libre, todavía no conocía nada más.
Pero le ha influido...
En realidad la literatura es universal. No creo que se pueda diferenciar si un escritor pertenece a uno u otro pueblo.
Dice que la literatura no puede cambiar el mundo, pero ¿qué puede hacer?
No puede cambiar el mundo de manera inmediata, pero es necesaria para la vida humana. No puedo imaginar una vida sin libros, sin bibliotecas, sin la parte artística de la literatura.
Sin embargo, algo cambió con El palacio de los sueños...
Creo que sí. Lo introduje en medio de una recopilación, como si fuera un relato más. Cuando salió todo el mundo estaba sorprendido. Decían: '¿Qué hacen aquí estas 70 páginas?'. Los burócratas tardaron dos semanas en darse cuenta. Se convocó una reunión pero ya se habían vendido 20.000 ejemplares, y en cuanto se supo que se había prohibido, se leyó mucho más. Fue importante para la emancipación de Albania, porque hablaba de su vida cotidiana.
La censura publicitó el libro.
La gente pensaba que el régimen debía estar a punto de caer si se permitía que algo así fuera publicado. Y el régimen después fingía, decían que tenía influencias decadentes, vanguardistas, pero sabían que esa no era la razón.
Cuando solicitó el exilio en Francia, en 1990, argumentó que las dictaduras y la literatura eran incompatibles.
En realidad, yo siempre he escrito lo mismo. Los regímenes cambian pero mi literatura no. Las dictaduras son pasajeras, pero la literatura es eterna y tiene las mismas leyes, haya libertad o no. Después de la caída del comunismo, nunca volví a escribir nada tan valiente como El palacio de los sueños.
¿Era una excusa?
Es que a los occidentales les gusta dar lecciones de moral. No comprenden la situación de los escritores en los países comunistas. Nosotros somos como las fieras y los gladiadores en el circo, y ellos están tranquilamente en su palco, viendo el espectáculo. Al final, el dictador decide si nos perdona o no la vida, y ellos jalean.
Y no apoya la postura española con respecto a la independencia de Kosovo.
El Gobierno español hizo una interpretación inadecuada. Lo leyó desde la óptica de sus problemas internos, que no tienen nada que ver con los de Kosovo. Allí hubo genocidio.
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