Este artículo se publicó hace 15 años.
Un espacio para volver a la vida
Para escritores y cineastas anglosajones de ambos lados del Atlántico, el sur de Europa ha representado muchas veces ese espacio geográfico que invita a reecontrarse con la vida, un reducto de cualidades ausentes o perdidas para esas culturas como el romanticismo, la calidez humana o el disfrute de las pequeñas cosas. La Génova que da título al nuevo filme del británico Michael Winterbottom también ejerce en parte esta función.
Los protagonistas, una familia norteamericana que acaba de perder a la madre en un accidente de coche, viajan hasta Italia esperando que el cambio de escenario les permita reponerse del trauma. Son un profesor universitario, Joe (Colin Firth), su guapa hija adolescente, Kelly (Willa Holland), y la hermana pequeña, Mary (Perla Haney-Jardine), que se instalan en este puerto italiano en pleno verano.
Sin caer en ningún momento en la típica postal costumbrista tan recurrente en el cine anglosajón ambientado en países mediterráneos, Winterbottom nos transporta a una Génova cotidiana, donde el peso de la historia se siente en el día a día: en sus callejuelas oscuras, su antigua Universidad, sus calles llenas de motocicletas o sus soleadas playas. La ciudad cambia de rostro según la viven cada uno de los protagonistas: un oasis de desconexión para el padre, un lugar de diversión amatoria para la hija mayor y, sólo para la menor, una geografía desconocida y misteriosa que justifica la aparición del fantasma de la madre protectora. Es este planteamiento de drama relocalizado de múltiples expresiones lo que sitúa Génova un peldaño por encima del clásico melodrama familiar con trauma.
Quizá el tramo final, cuando se fuerza demasiado un desencadenante catártico como forma de cohesionar de nuevo la familia, no resulta tan satisfactorio, y la figura de un fantasma materno que se relaciona con una niña fue mucho mejor aprovechada por Jacques Doillon en Ponette (1996), pero Génova nos recuerda por qué Michael Winterbottom sigue siendo uno de los más interesantes directores del cine europeo contemporáneo.
En su dúctil filmografía ha sacado el brillo a la adaptación literaria clásica, con sus espléndidas versiones de Thomas Hardy en Jude (1996) y en el western nevado El perdón (2000); ha dotado de romanticismo una relación pornográfica en 9 Songs (2004), y ha convertido en obra maestra una radiografía de la escena musical mancuniana en 24 Hour Party People (2002). En resumen: pocos cineastas contemporáneos pueden presumir de una trayectoria como la suya, tan imperfecta como apasionante.
Comentarios de nuestros suscriptores/as
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros suscriptores y suscriptoras, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.