Este artículo se publicó hace 16 años.
Eimbcke dice que "uno se ve increíblemente bien como representante del cine mexicano"
El director Fernando Eimbcke devolvió el cine mexicano a la sección a competición de la Berlinale con "Lake Tahoe", un film que la crítica internacional considera ya uno de los descubrimientos de ese festival, tras varios años de sequía en lo que respecta a México.
"Uno se ve increíblemente bien como representante del cine mexicano de hoy. Por supuesto que es una gran responsabilidad, pero también un orgullo que debo al impulso dado por gente como (Alfonso) Cuarón, (Carlos) Reygadas o (Alejandro) González Iñarritu", explicó Eimbcke, en entrevista con Efe.
De la escasez de anteriores Berlinales se pasó a tres filmes, ya que junto a Eimbke se exhiben "La frontera infinita", de Juan Manuel Sepúlveda, y "Sleep Dealer", de Alex Rivera, ambas en Panorama.
"Mis compañeros dieron el tirón, ahora nos beneficiamos todos. Aunque lo cierto es que creo que, incluso sin ese impulso o la confianza que me dio la Berlinale, mi película habría llegado tarde o temprano donde está, Europa", añadió, sin falsa modestia.
Eimbcke, a quien el festival berlinés presentó como un autor salido de su cantera porque hace unos años participó en su Talent Campus, aborda en "Lake Tahoe" la adolescencia, un tema recurrente en su anterior largometraje, "Temporada de patos".
"Es la etapa de tu vida que más te marca. De ahí surgen las principales relaciones que te acompañan parte de tu vida. También ahí se forja tu sentimiento distinto de la familia, la de los amigos, una especie de familia elegida", afirma.
El film de Eimbcke acompaña a un muchacho, Juan, de taller en taller, en busca de una pieza de recambio para el automóvil que acaba de estrellar contra un poste. En su recorrido se desgrana ante el espectador de una familia por la muerte del padre.
"Partí de una idea parecida al Principito, el solitario en busca del amigo. A ello se añadió la confluencia de dos experiencias propias, la mía y la de Paula Markovitch (la guionista), ya que ambos habíamos perdido a nuestros padres", dice Eimbcke.
Se trata de un tema autobiográfico, aunque sólo en parte, surgido del proceso de "enfrentarse a algo que llevaba tiempo mordiendo por dentro, pero también tomando distancia".
El Juan de 16 años, personaje interpretado por Diego Cataño, no es Eimbcke ni su guionista, sino "alguien nuevo surgido de dos experiencias a su vez distintas, pese al paralelismo".
"Lake Tahoe" es un film en que su director saca partido a su gusto por jugar con elementos mínimos, pero donde "todo está planeado, muy planeado, muy medido. Soy muy meticuloso".
Juan, el muchacho que ha perdido al padre, se verá confrontado no sólo a esa muerte, sino que además experimentará a través de un bebé que alguien le coloca en los brazos la idea de una vida nueva.
"Algo muere, algo nace. Esa es la idea. Y también otra manera de afrontar la relación padre-hijo, desde la perspectiva de quien hasta ese momento sólo ha sido hijo y que de pronto piensa que puede ser un buen padre", afirma el director, de 38 años.
Eimbcke recurre en su segundo largometraje a un "instrumento de expresión" que ya utilizó en "Temporada de patos": La pantalla fundida en negro en momentos de especial intensidad, donde el espectador deja de ver la acción, pero sigue escuchándola.
"Es casi una señal de identidad. A algunos les parecerá excesiva, a mí me gusta experimentar, pienso que el cine debe ser para eso, para expresarse y tomarse la libertad de experimentar", dice.
El escenario elegido -"no por mí, sino por mi camarógrafo, Alexis (Zabé)"- es Puerto Progreso, en Yucatán. "Yo quería hacerlo en Toluca, cerca del Distrito Federal, porque es una ciudad industrial, de paredes grandes, sórdido y agreste, que me venía bien a la idea".
Zabé impuso Puerto Progreso "y eso acentuó un aspecto para mí importante. La película habla de muerte, pero en realidad tiene mucha vida. Así es el lugar donde rodamos: paredes desgastadas, donde surge la vida, matorrales que asoman entre resquicios".
En ese entorno, entre el desgaste y la vida que surge entre carreteras agrietadas y cruces de caminos se desarrolla un film de 85 minutos y a ritmo lento.
"Es el ritmo de la hora de la siesta, de la cultura de la gente que se siente y observa. A alguno le parecerá que es el tópico del México donde nadie quiere trabajar. En realidad es otra forma de percibir el tiempo".
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