Este artículo se publicó hace 15 años.
Coros, danzas y aire acondicionado
Eliseo Parra repasa más de veinte años dedicado a la renovación de la música tradicional en su disco Diez
La voz del pueblo suena a campana y pandero. La voz del pueblo es fina e irónica, porque habla con sentencias y necesita poco para acompañarlas. "Por mucho que corte el filo, más corta una mala lengua", se canta con una pandereta. A la voz del pueblo le basta con una cazuela, un plato y unos tenedores para cantar de desamores, desazones, traiciones que arden generación tras generación. Sobre todo, la voz del pueblo son canciones que puede cantar cualquiera. Pero si las canta Eliseo Parra (Sardón de Duero, 1949) suenan a fiesta.
El músico que en los 70 y 80 odiaba todo lo que sonara afolclore, que lo único que quería era tocar su batería y cantar en inglés. El que pasaba del rockal jazz y de ahí a la salsa y al flamenco; al que se le veía con Jaume Sisa, Gato Pérez o Maria del Mar Bonet, entre tantos; ese Parra que dice quea pesar de todo este trayecto musical tan florido su máxima es "no buscar nada" y le queda de lo más zen, no pudo escapar del encanto del musicólogo y destacado dulzainero segoviano Agapito Marazuela (1891-1983), ni renunciar a la voz del pueblo que el etnólogo le enseñó.
Así que deja Barcelona en 1983 y llega a Madrid, desde donde se dedica a la recuperación de la música tradicional. Conoce a José Manuel Fraile: "Y enseguida ligamos la hebra". Como es ciego, estuvo 15 años recorriendo los pueblos de España, a lo Paul Bowles por el Rif. "Eso enseña muchísimo más que el mero hecho de recoger una canción, un cuento o un romance. Gente que no conoces de nada te abre la puerta", se sorprende el hombre urbanita.
Y en el camino publica Tribus hispanas en 1998, con el que enseña la patita: inspiraciones propias a partir de coplas y danzas de la zona central de la península Ibérica. Ahora, aparece Diez (Mirmidón), un CD y DVD tributo de aquel disco, grabado durante tres días en el teatro Galileo de Madrid, con invitados como Carmen París, Kepa Junkera o Javier Paxariño.
Letras de oídasDice que le ha salido más lento de lo que suelen ser sus discos. También se alegra es difícil imaginárselo triste de vivir en un país donde "todavía funciona la tradición; basta con ir en verano por los pueblos para ver las rondas". Y de vez en cuando suelta algún juicio tan ardiente como las letras de esas canciones que escucha a viejas de negro: "El patrimonio cultural es una herencia tan importante como las catedrales".
Debe de haber una extraña razón por la cual, a pesar de las comodidades, la canción en el campo se resiste a pasar a mejor vida. La siega se hace en un chisme con aire acondicionado, nevera y equipo de música, "ya nadie las canta en ese momento", pero ahí están. Quizás por eso la cigüeña y la culebra de la que habla uno de sus temas, o Las jotas del chato, o El reloj de Valdetorres o la Nana del Roble, hayan escapado de la memoria en polvo de archivos y museos.
Más rarezas: del choque urbano con lo rural ha aflorado en una necesidad de encontrar algo que no sea de plástico y en una música con un mínimo de dignidad. "La música hoy es una gran mentira", dice agrio Parra, que está acostumbrado a canciones como aforismos: "Sé cantar/ sé bailar/ se tocar la pandereta" y para qué más. "Tocar el pandero no da de comer/ pero, por si se ofrece, bueno es saber", dice Eliseo que "ahí está todo".
"El folclore le gusta a todo el mundo. Debe ser por la herencia genética cultural. Algo hay ahí dentro. Tú no lo has vivido, pero tus abuelos sí". Y recuerda una copla: "Hay muchos tesoros en la tierra/ el oro, la plata y el marfil/ pero la mayor riqueza es ir a dormir tranquilo". Eso no es una copla, es una bomba.
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