Este artículo se publicó hace 15 años.
Una chivata llamada parafina
El término parafina viene del latín. En concreto, de parum affinis, que significa "poca afinidad", en referencia al nulo aprecio que esta sustancia "sólida, opalina e inodora que se obtiene como un subproducto del petróleo" tiene hacia el agua, con la que no se mezcla.
Sin embargo, la cualidad que de ella ha interesado de siempre a la Policía es, precisamente, la contraria. Es decir, su querencia a unirse a otras sustancias y, más en concreto, a las microscópicas partículas de plomo, antimonio y bario resultantes de la explosión de la pólvora al ser disparada un arma. Minúsculas esferas de cinco micras que se propagan en una imperceptible nube de gases alrededor de quien empuña la pistola.
Por ello, los especialistas de la Policía Científica insípido nombre que reciben los chicos del CSI patrio utilizaron en su día esta sustancia para determinar si un sospechoso había apretado el gatillo. ¿Cómo? Extendían una capa de parafina en las manos o en la ropa de este, y luego la retiraban confiados en que la parum affinis hubiera atrapado las pequeñas esferas que se ocultan en los poros de la piel o de los tejidos. Tras recoger la parafina, el laboratorio y una prueba de hipocloritos se encargaba de comprobar las sospechas.
El borde de la mano entre el pulgar y el índice es el primer lugar en el que se buscan restos que delaten al autor de un disparo
Pero como los tiempos avanzan una barbaridad, también para la ciencia policial, la parafina se vio relegada hace mucho a los museos de criminalística. No era del todo fiable, insistían los expertos. Por ello, ahora se usan unos pequeños botones de 12 milímetros de ancho recubiertos con un adhesivo que la Policía pasa a los sospechosos por los mismos lugares donde antes extendía la "sólida, opalina e inodora" sustancia en busca de idénticos delatores.
Las manos siguen siendo el principal foco de atención, en concreto el borde correspondiente al pulgar e índice, así como el pliegue de la mano que los une, por ser, lógicamente, la parte del cuerpo más próxima al arma. Aunque no es la única, sobre todo porque los malos se las lavan, precisamente, para borrar este tipo de rastro. Por ello, los expertos policiales también buscan la esferas microscópicas detrás de las orejas, por ejemplo, una parte del cuerpo que no suele ser lavada con intensidad y que, por tanto, tiene muchas papeletas de guardar restos.
La pista del chándalDe todas formas, el agua y el jabón a veces no son suficientes para borrar los rastros. El pasado mayo, la Guardia Civil detenía a Ramón García, un joven de lAlfàs del Pi (Alicante) acusado de matar a tiros a su hermana Rocío, de 17 años, cuando esta se encontraba en la cama.
Tras el crimen, Ramón intentó disimular su participación en los hechos lavándose a conciencia en los baños del hospital al que había llevado el cadáver de la menor y deshaciéndose de la camiseta que llevaba. Pero cometió un error. Siguió vistiendo los pantalones de chándal que llevaba cuando presuntamente apretó por dos veces la escopeta de caza de su padre. Los agentes, que le convirtieron en el sospechoso número 1 de las investigaciones, tuvieron la certeza de que él había sido el homicida cuando la prueba, a la que siguen llamando coloquialmente "de la parafina" como un homenaje a la vieja chivata, dio positivo. Ante ello, a Ramón sólo le quedó cantar.
Comentarios de nuestros suscriptores/as
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros suscriptores y suscriptoras, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.