El Villarreal pasó por encima del Juventus. Le ganó con alevosía (1-4) en Italia y pudo hacer más sangre si las patadas de los turineses no hubieran aparecido. Fue un paseo. Cierto es que la enjundia del Juventus preveía ser un muro para los de Valverde. Pero ayer, en Salerno, el discurso más futbolístico planteado por los amarillos se impuso al físico dispuesto por los italianos desde el primer minuto.

Cani e Ibagaza rompían una y otra vez a Melo en el medio; Nilmar bailaba de un lado a otro, abriendo unos espacios increíbles a Rossi; y Gonzalo y Eguren imponían su corpulencia ante Del Piero y Giovinco. Todo funcionaba a la perfección, pero faltaba una chispa, una genialidad que decidiera el partido. Y, de pronto, Cazorla se inventó el gol de lapretemporada.

El menudo extremo recogió un balón a 30 metros, recortó a dos rivales y, viendo a Cannavaro, le recortó sobre su propio eje y a la media vuelta se inventó una volea imposible que Manninger acompañó a la escuadra con la mirada. Un golazo al que los tifosi se rindieron con una ovación.

El Juventus nunca pudo con los amarillos. La única manera que veían para aplacar su inferioridad fue la menos noble. Fútbol brusco, sin ánimo de jugar, pero sí de hacer daño. Si ante los bianconeros el Real Madrid sufrió por Cristiano ante una alevosa entrada de Grygera a la rodilla, Valverde se asustó en la banda cuando vio como Molinaro entraba sin balón a Nilmar, que le había vuelto loco durante todo el partido y que le había dejando en ridículo con el segundo tanto. El árbitro nopitó ni falta.

Con todo, Valverde tiene motivos para sonreír. Ha heredado un equipo brillante preparado para animar la Liga.