Una agujereada cabeza de (queso) emmental, exquisitas tartas de dedos, riñones y tejidos, una gigantesca plasta con ojos de plástico y cuerpo de espaguetis... No, no es un menú muy convencional, pero sí el capítulo más humorístico de la exposición que se puede ver hasta el 15 de mayo en La Maison Rouge de París.
Bajo el título Todos caníbales, que toma el nombre de una reflexión del célebre antropólogo Claude Lévi-Strauss, quien aseguraba que la antropofagia es 'el medio más simple de identificar a otro como uno mismo' se presenta en este centro de arte parisino esta muestra que analiza el afán del ser humano por devorar a sus iguales, que inspiró tanto a las antiguas tribus de Nueva Guinea como a videoartistas contemporáneos, pasando por maestros como Francisco de Goya o Lucas Cranach.
La muestra se inicia con una mirada salvaje de la antropofagia, en la que se retrata a los caníbales como seres diabólicos y forasteros bárbaros que organizan cacerías humanas, como revelan fotografías del siglo XVIII de nativos de las islas Fiji, o que engullen sus presas en manada, como reflejan los grabados del escritor y aventurero del siglo XVI Jean de Léry.
El recorrido avanza hacia 'la construcción de una identidad personal y colectiva que se establece en un doble movimiento de incorporación y de rechazo, del cuerpo pensado como un organismo que se metamorfosea, se alimenta y se entrega al otro, como explican los organizadores.
Las escenas de prisioneros atados mientras esperan a que sus captores les descuarticen -la perspectiva más científica de la exposición- dejan paso a la sensibilidad de artistas que abordan el fenómeno con una mirada crítica, una cierta delicadeza y un imaginario onírico.
La exploración se adentra en el erotismo y el amor voraz, la violencia y el horror, el rito y el sacrificio, así como en un imaginario cuyo origen proviene del desarrollo de una infancia entre cuentos y leyendas, siempre con una marcada cadencia hacia las piezas sanguinolentas y los pedazos de cuerpos arrancados, seccionados y cocinados, aunque más atractivos que repulsivos.
Alusiones al sacrificio, a los ritos sagrados y profanos, a la maternidad o a la sensualidad de los cuerpos consumibles alternan en composiciones fotográficas, aguafuertes de la satírica serie goyesca de Caprichos u óleos firmados por Norbert Bisky.
Cerca de un centenar de obras en las que no faltan referencias al universo de la moda, con maniquíes que portan trajes de piel, humanoides derretidos o despellejados, óleos que se acercan al mundo del cómic, grabaciones en las que el canibalismo se mezcla con el onanismo y dibujos en los que la antropofagia se funde con la sexualidad y el dolor colectivo se entrelaza con el placer individual.
A través de piezas como el vídeo She wolf, de Pilar Albarracín, que propone un singular viaje al territorio de Caperucita Roja, en el que las personas interactúan con lobos, o mediante litografías como Hansel & B-rästel, de Michaël Woolwort, Todos caníbales juega también con la bipolaridad de fábulas y cuentos infantiles.
Cuentos y leyendas en las que los que personajes que han pasado al imaginario colectivo a través de relatos que han rodado de generación en generación morían en las fauces de otros seres o que escapaban de los estómagos de distintos villanos.
Una exposición osada la que propone La Maison Rouge, pero no tan polémica como Our body que el holandés Gunther von Hagens llevó a París en 2009 y que la Justicia terminó cerrando al no poder determinar la 'lícita o fraudulenta' procedencia de los cadáveres de los que se servía el artista para reflexionar sobre el cuerpo humano.
La sofisticada inmersión en la vertiente más salvaje del ser humano que propone Todos caníbales, que viajará después a Berlín -entre el 28 de mayo y 18 de septiembre-, concluye con un capítulo gastronómico de tintes humorísticos. Una invitación para pasar al restaurante de la fundación donde, a pesar de los anhelos que uno pueda albergar, se sirve un menú perfectamente convencional.
La Maison Rouge
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