Este artículo se publicó hace 13 años.
¿Qué hacía una banda de rap metal compartiendo cartel con La Unión y Coti?
El día a día se está poniendo tan jodido que poder subirse a la furgoneta y largarse a tocar por ahí los fines de semana se ha convertido en una especie de viaje al país de las maravillas (rockeras). Lugar que te aleja por un día de las miserias e incertidumbres de un presente cuyo color parece depender sólo de la calificación que la agencia de turno tenga a bien ponerle a nuestra deuda soberana. Es entonces cuando la soledad de la carretera y el trajín que conlleva cada concierto, se antojan como únicos vestigios de una "normalidad" que, cual legendario paraíso, parece definitivamente condenada a desaparecer.
La entrañable comida de tupper-ware encajando los vaivenes de la furgo y el posterior siestón con charco de baba, arrullados por el rumor del diésel, nos trasladaron el pasado 9 de julio al frontón semicubierto de Lasesarre, junto al paseo de txoznas de un Barakaldo en Fiestas del Carmen. Pero lo que en principio parecía una noche de concierto normal, pronto se convertiría en un atroz enfrentamiento entre dos modos de ver la música: una batalla a vida o muerte entre dos primeros espadas del pop, La Unión y Coti, y un grupo de rap metal como el nuestro ¿Y cómo fue esto posible? Pues porque resulta que a escasos cinco minutos andando desde nuestro frontón, más en el casco urbano de Baraka, se alzaba un escenario el doble de grande que el primero, con un enorme montaje de sonido y luz, que acogería la actuación de los poperos en cuanto Def Con Dos terminásemos en el frontón. A las once y media empezamos el bolo, y cuando quisimos darnos cuenta (¿contra todo pronóstico?) el frontón de Lasesarre se empezó a llenar hasta los topes de mutan-tes inconformistas, y unas 5.000 personas acabaron dando botes con nuestro repertorio.
"En la margen izquierda del Nervión quedó bastante claro que no sólo de radiofórmula vive el hombre"
Cuando empezamos el primer bis, llegaron mensajeros de la comisión de festejos acompañados por un representante de la emisora comercial que patrocinaba a los poperos, para rogarle a nuestro mánager que abreviásemos en lo posible el set previsto porque frente al otro escenario no había nadie. De buen rollo, y dado que Kiki Tornado, nuestro batería, se había comprometido con Coti (buen amigo suyo) a tocar también con él en un apoteósico doblete, renunciamos a tocar nuestro segundo bloque de bises para darle tiempo a la peña a moverse al escenario pop. Corrió Kiki como pudo hasta el gran escenario pop, se tomó una bebida energética y se cambió de camiseta para subirse enseguida a tocar con Coti. Mientras, nosotros le jaleábamos como a un boxeador agotado por un primer combate que debe seguir peleando en un segundo, aunque, eso sí, a un ritmo bastante más pausado que el precedente.
Avanzado ya el concierto, con ese gran montaje escénico de por medio, frente a ellos apenas llegaron a juntarse 800 entusiastas de los ritmos poperos, para estupor de un delegado de la radio comercial que minutos antes nos miraba con desprecio. Sin querer desmerecer el arte y entrega que le pusieron La Unión y Coti, ni al indudable mérito de su trabajo, pese a nuestra no beligerancia buenrollista, en la margen izquierda del Nervión quedó bastante claro que no sólo de radiofórmula vive el hombre. ¡Garaipena! Gracias a todos.
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