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La banca vuelve al FMI

Las entidades financieras organizan cumbres paralelas donde el dinero vuelve a fluir alegremente

BELÉN CARREÑO

Sobre los puentes Gálata y Ataturk, en Estambul, una lluvia fina agita las banderas que dan la bienvenida a los asistentes a la reunión anual del Fondo Monetario Internacional con el Banco Mundial. 'Si la recesión ha terminado, ahora es el momento'. Enormes vallas publicitarias con eslóganes en inglés (una lengua que apenas habla la población local) incitan al consumo de los miles de asistentes que colapsan la ciudad.

La cumbre ejerce una fuerza centrípeta sobre el mundo financiero y arrastra una parafernalia institucional que va mucho más allá de los burócratas de los 186 países miembros y los lobby de las organizaciones sociales. El que desee tener una palabra en el mundo de las finanzas tiene que decirla aquí. Los políticos tienen su oportunidad en las reuniones oficiales y los principales gurús económicos predican en decenas de seminarios organizados por el Banco Mundial.

Quien quiera tener una palabra en las finanzas tiene que decirla aquí

Esta aglomeración, en un solo punto del globo, de la elite del pensamiento financiero inspiró hace ya años a los grandes bancos privados a crear una compleja red de 'minicumbres' paralelas a la reunión oficial, que les permiten aprovechar las ventajas de tener a mano a los ponentes de moda y ofrecérselos cómodamente a sus clientes institucionales. En esta ocasión, la montaña va a Mahoma.

Pero esta suerte de sinergia con el Fondo, también tiene sus inconvenientes. El coste de alojarse, o los billetes de avión del personal de la banca con destino al país anfitrión (cada tres años se sale de EEUU) se dispara ridículamente. En la época de bonanza, la pega no lo era tanto. Los ya extintos bancos de inversión copaban decenas de habitaciones en los hoteles de lujo y hacían reservas en los restaurantes más selectos, con una factura estratosférica que se digería sin problemas.

El coste del alojamiento o de los billetes de avión se dispara

El estallido de Lehman Brothers escasas semanas antes de la celebración de la cumbre de 2008 en Washington frenó en seco los preparativos del circo financiero el año pasado. Los días de vino y rosas de la banca de inversión habían aparentemente acabado y el gasto era inasumible. Las inyecciones públicas de capital imponían ética y la estética a los gastos corrientes. No importa si la banca de inversión no era buena, tenía que parecerlo.

Apenas un año después, espoleados por el bussiness as usual (el negocio como siempre) los bancos de inversión, camuflados ahora bajo marcas comerciales, han vuelto a las andadas de las vacas gordas. JPMorgan, Barclays o Bank of America, entre otros, han tejido de nuevo una red de encuentros alternativa que les ha llevado a acaparar los mejores hoteles y los locales de moda del Estambul pijo.

Una habitación básica en uno de los hoteles cercanos a la cumbre (un radio de 2 kilómetros) cuesta a partir de los 500 euros la noche, y subiendo. Un disparate que ha obligado a la vicepresidenta segunda del Gobierno, Elena Salgado, a alojarse junto con su comitiva en un modesto hotel de una popular cadena estadounidense cuyo precio medio ronda los 150 euros en temporada alta. Un alojamiento inaudito para un ministro europeo.

Mientras, dentro de las paredes del Fondo se advierte a los banqueros de que la regulación va a cambiar y que hay que ahorrar para pagar los platos rotos. Pero a las orillas del Bósforo, los banqueros olvidan sus penas y dejan atrás que hace tan solo doce meses el mundo financiero saltó por los aires.

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