Este artículo se publicó hace 13 años.
Un año para la ¿reelección? del presidente de Estados Unidos
Los Estados Unidos comienzan el domingo la cuenta atrás hacia unas elecciones presidenciales que, dentro de un año, decidirán si la estrella política de Barack Obama, que deslumbró al mundo en 2008, sobrevive a la peor crisis de la posguerra.
El 6 de noviembre de 2012 -el martes siguiente al primer lunes de noviembre, como estipula la ley-, los estadounidenses elegirán al 45 presidente de su país, el mandatario más poderoso del planeta, en unos comicios que se anuncian reñidos, más hipermediáticos que nunca y decisivos para todo el concierto internacional.
Las promesas de cambio del primer presidente afroamericano en la historia de los EEUU han chocado desde el principio de su mandato con la crudeza de la crisis financiera y la posterior recesión y, desde las elecciones intermedias de 2010, con la enconada resistencia de la oposición republicana en el Congreso.
Obama, líder indiscutible en el Partido Demócrata, sigue gozando de la mejor imagen, pero las minorías y las clases medias, tan determinantes para su victoria de 2008, le han ido retirando poco a poco su apoyo, a medida que se han visto golpeadas por el desempleo.
Ningún presidente de los EEUU, recuerdan los cronistas, ha sido reelegido con una tasa de paro superior al 7 % y, a un año de que se abran las urnas, el desempleo se mantiene obstinadamente dos puntos por encima de ese umbral.
La herencia de dos largas guerras, en Afganistán e Irak, el costoso rescate del sistema financiero tras el colapso de Lehman Brothers y dos planes multimillonarios de estímulo económico han dejado al Tesoro estadounidense exangüe.
En agosto pasado, por primera vez en su historia reciente, la deuda pública de los EEUU. perdió la máxima calificación crediticia, la preciada triple A, como consecuencia de la incapacidad del gobierno y el Congreso para ponerse de acuerdo sobre una reducción sustancial del déficit.
La economía americana creció en el último trimestre al 2,5 %, un ritmo que puede parecer envidiable a los europeos actualmente, pero que resulta insuficiente en este país para devolver un trabajo estable a la gente que lo ha perdido.
Por el contrario, Obama ha acumulado éxitos sorprendentes en la lucha contra el terrorismo, la otra obsesión de los americanos.
La captura y ejecución a principios de mayo del enemigo público número uno, el líder de la red Al Qaeda, Osama bin Laden, después de una década de búsqueda infructuosa, fue celebrada en las calles como una fiesta nacional.
En el caso libio, Obama ha demostrado a su predecesor en la Casa Blanca, el republicano George W. Bush, que se puede derrocar a un dictador cruel sin una sola baja y con un coste muy reducido, "liderando desde atrás" a los aliados europeos de la OTAN y dejando a la ONU el protagonismo.
Finalmente, ha ordenado el regreso a casa para Navidad de todas las fuerzas de combate estadounidenses en Irak y ha acelerado la transferencia de la responsabilidad sobre la propia seguridad al Gobierno de Afganistán.
Pero, de creer a las encuestas, ninguno de estos éxitos ni decisiones, por populares que parezcan, serán suficientes para garantizarle la reelección, mientras los ciudadanos continúen sumidos en el pesimismo y la desconfianza ante el futuro.
El Partido Republicano ha encontrado en la economía el flanco más débil del presidente y martillea el mensaje de que el comandante en jefe, pese a su oratoria y su carisma, no sabe en realidad cómo sacar al país de la crisis.
El caos de la deuda que se vive en Europa, donde el gasto público excesivo ha terminado socavando los fundamentos de la moneda única, parece dar la razón a los rivales republicanos que propugnan, a este lado del océano, menos gobierno, menos impuestos y menos subsidios sociales.
Ocho aspirantes se disputan en el bando republicano el honor de enfrentarse al presidente saliente: el exgobernador de Massachusetts Mitt Romney; el gobernador de Texas, Rick Perry; el empresario Herman Cain; la congresista Michele Bachmann; el también congresista Ron Paul; el expresidente de la Cámara de Representantes Newt Gingrich; el exsenador Rick Santorum; y el exembajador en China Jon Huntsman.
En esta fase preliminar de la pugna electoral, en la que los candidatos tienen que conquistar el favor de sus propias huestes, los ocho han hecho gala de un conservadurismo intachable en sus propuestas fiscales y sociales, con muy pocos matices.
Serán la coherencia en el discurso y en la vida privada, la resistencia y, desde luego, la capacidad financiera los factores que marcarán la diferencia cuando llegue la hora de proclamar al rival republicano.
Los tres primeros de la lista, según todos los medios, parten como favoritos.
Por Jose Manuel Sanz
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