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Adoration, o la inocencia contra el terror

Atom Egoyan convierte a un adolescente en exploradorde nuestra era y recibe aclamaciones de crítica y público

 

ANDRÉS PÉREZ

Cada vez hay más adolescentes mestizos en el planeta. Chavales capaces de aprender lenguas fácilmente, buenos conocedores de la tecnología y mocosos cuyo pasado por filiación incluye hambrunas, guerras, migraciones y pueblos en lucha. A uno de esos ciudadanos del futuro, que están en Occidente para explorar qué guardarán y qué tirarán a la basura, dedica el cineasta Atom Egoyan el filme Adoration. Con aclamaciones y vítores terminaron los pases de prensa de la cinta presentada ayer en competición en el festival de Cannes.

Nadie puede llamarse Atom por casualidad, y este Atom Egoyan lleva ese nombre de pila porque así quiso su familia armenia saludar su nacimiento en El Cairo en 1960, coincidiendo con la construcción del primer reactor nuclear en el Egipto de Gamal Abdel Nasser. Aunque lo de lo nuclear no está claro que sea muy contemporáneo, sí está claro que es contemporánea la vida de migrante de Egoyan, el criollismo constante de su filmografía y la pasión por las comunicaciones electrónicas que obsesiona desde el inicio de su carrera al cineasta hoy canadiense.

Adoration, que entusiasmó al público de críticos y cinéfilos de Cannes a juzgar por los vítores, es un tenso juego del gato y el ratón entre las identidades verdaderas y falsas de un adolescente misterioso, Simon (Devon Bostick), y de su familia.

El joven, privado de pasado familiar o nacional por un despiadado accidente de tráfico, descubre, gracias a una maestra, un texto que le intriga: el relato de un intento de atentado anti-israelí. Será el punto de partida de una investigación del chaval sobre su identidad, que es un auténtico viaje al centro del ciberespacio y al misterio de la creación teatral.

Solito, sin ayuda de nadie, pese a los neonazis, pederastas y ultrasionistas que pululan por la Red, Simon descubrirá quien es, efectuará su rito iniciático a la vida adulta y creará una auténtica familia con los retazos que quedan de la anterior.

Toda la magia de un Egoyan en su máxima plenitud envuelve por completo cada segundo de esta película de 100 minutos, en el que los personajes nunca son lo que parecen.

La cibercomunidad que va creando el adolescente en su pesquisa son otras tantas caras de la Humanidad, con lo mejor y lo peor. Un Belén destinado a unir, al final habrá que quemarlo, junto con una cámara digital. Un valioso violín será más valioso una vez roto. Una mujer con velo integral de gala no pondrá nunca ninguna bomba, y por el contrario se dedicará a desactivar varios probables suicidios. Un banal taxista desagradable se convierte en la cara del Mal. Un coche que se lleva la grúa y todo está arreglado.

La fotografía sublime de su tradicional colaborador de Egoyan, Paul Sarossy, juega con la profundidad de campo y con la saturación de los colores y participa en esa atmósfera siempre al filo de la navaja entre lo sobrenatural y lo cotidiano, típica del autor de Exotica. La película, según el productor, director y guionista es decir, Egoyan presenta al espectador diferentes objetos de adoración. Algunos son antiguos. Otros son nuevos y peligrosos, porque son inéditos. 11-S, campos de concentración nazis, Navidad: Egoyan no se prohíbe nada en Adoration. Algunos se agarrarán a esa polémica fácil para descalificar la cinta.

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