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La OTAN aprovecha la guerra de Ucrania para apartar a Rusia de la estrategia de seguridad global 

El objetivo final de la Alianza Atlántica es convertir a Rusia en un paria dentro del futuro concepto estratégico de seguridad global.

24/06/2022 Eugene intenta recuperar algunos objetos, luego de que su casa resultara incendiada tras el ataque de misiles rusos, ayer en Chuhuiv (Ucrania)
Eugene intenta recuperar algunos objetos, luego de que su casa resultara incendiada tras el ataque de misiles rusos, ayer en Chuhuiv (Ucrania).  Orlando Barría / EFE

La OTAN se reúne en su cumbre de Madrid con la decidida voluntad de seguir apoyando diplomática y militarmente a Ucrania contra Rusia, aunque ello suponga alargar la guerra "durante años" e imponer en Europa un espíritu belicista que sirva de contrapeso al manifestado por el Kremlin con su invasión. El objetivo final de la Alianza Atlántica es convertir a Moscú en un paria dentro del futuro concepto estratégico de seguridad global.

La piedra angular del compromiso de la OTAN con el Gobierno de Kiev será la entrega de armamento pesado y de última generación, incluidos misiles de medio alcance, que permita a Ucrania aguantar el embate ruso y, de paso, desgastar militar y económicamente a Rusia.

No es solo Ucrania la que está en guerra con Rusia, sino que es la propia OTAN liderada por Estados Unidos en un conflicto "por delegación" (proxy war) la que busca la derrota de Moscú y la obliteración de Rusia como "amenaza" para el nuevo sistema de defensa y estabilidad internacionales cuya bandera enarbolan Washington y Bruselas.

Las pasos dados contra Moscú por algunos de los países más beligerantes de la OTAN, que son los que comparten fronteras con Rusia, como los Bálticos y Polonia, no dejan lugar a la confusión y avivan el fuego de una eventual extensión del conflicto a otras zonas de Europa: si se quiere parar a Moscú en Ucrania, la OTAN debe tomar medidas excepcionales y proactivas, no solo entregar armas a Kiev. Algunas de las propuestas incluyen la creación de zonas de exclusión aérea en la región del Báltico o el estrambótico despliegue de una fuerza de paz en Ucrania bajo bandera de la OTAN.

Con apoyo de Polonia, Lituania ha cerrado en las últimas jornadas los accesos por tierra al enclave ruso de Kaliningrado (enclaustrado territorialmente entre esos dos estados miembros de la OTAN). La antigua Königsberg prusiana es una de las puntas de lanza militares de Rusia frente a Europa, pero también ha sido un lugar de cooperación privilegiada con Alemania hasta muy recientemente.

La respuesta rusa no se ha hecho esperar: el bloqueo del corredor de Suwalki (un embargo amparado por el cumplimiento de las sanciones que pesan sobre Rusia por la invasión de Ucrania) tendrá "un grave impacto negativo" sobre Lituania y su población, advirtió el secretario general del Consejo de Seguridad de Rusia, Nikolai Patrúshev, quien viajó de urgencia a Kaliningrado.

Lituania, donde sigue habiendo una importante población rusófona, es uno de los territorios de la OTAN donde hay mayores probabilidades de que salte la chispa de una confrontación directa con Rusia, dada la importancia geoestratégica que Moscú da a su enclave báltico.

En el nuevo concepto estratégico global que la OTAN definirá en Madrid y que sustituirá al planteado en la cumbre de Lisboa de 2010, la palabra pacifismo sobra, especialmente cuando buena parte de la opinión pública europea jalea la entrega de armas al ejército ucraniano para continuar la guerra e ignora el fracaso de las negociaciones de paz en Turquía.

Los propios dirigentes de los países europeos más importantes de la OTAN, como Francia o Alemania, un día abogan por la necesidad de no acorralar al presidente ruso, Vladímir Putin, y al siguiente dan por segura la victoria de Ucrania en la guerra, obviando la terrible realidad de que buena parte del este de Ucrania está ya bajo control del ejército ruso.

Ese es el primer fracaso de la estrategia de la OTAN en Ucrania, pese a los miles de millones de euros enviados en armas. El segundo es que Ucrania ha dejado de ser un candidato factible para entrar en la Alianza, una de las razones que llevaron a este conflicto, dada la irreconciliable oposición rusa a la adhesión.

Existe una elevada probabilidad de que el resultado de la guerra sea un país partido y un estado fallido dependiente del exterior, como ya ocurrió con Afganistán, Libia o Somalia. En tales circunstancias, que no figuran en ninguno de los análisis abiertos de la OTAN sobre el conflicto, es poco creíble el compromiso de la Unión Europea para abrirle a Ucrania sus puertas.

Mientras los rusos intensifican sus ataques en el Donbás y la presión se hace insostenible para las tropas ucranianas en Severodonetsk, el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, con un soplo de honestidad entre tanta desinformación suministrada por ambos bandos y por la propia Bruselas, ha sido tajante: "Debemos prepararnos para el hecho de que la guerra podría durar años. No debemos dejar de apoyar a Ucrania", incluso "si el precio es alto, no ya solo por el coste militar, sino por el alza de los precios de la energía y los alimentos". Stoltenberg estaba dibujando el panorama que golpeará a Europa y el resto del mundo a partir del otoño.

Rusia, con sus indispensables suministros de hidrocarburos a Europa y sus sólidas relaciones comerciales con muchos de los socios de la OTAN, había sido hasta el comienzo de la guerra en febrero pasado uno de los pilares de la estabilidad económica del viejo continente. Ahora Stoltenberg la deja fuera de la ecuación, como si, de la noche a la mañana, pudieran borrarse del mapa sus 17 millones de kilómetros cuadrados y sus 144 millones de habitantes, muchos de ellos opuestos a la tormenta bélica lanzada por Putin en Ucrania.

Según Stoltenberg, en el nuevo documento estratégico que será firmado por los treinta miembros de la Alianza Atlántica en Madrid el 30 de junio, se declarará que Rusia "es una amenaza para la seguridad, la paz y la estabilidad" en Europa y el mundo. Se supeditan así los intereses europeos a la dirección de Estados Unidos y sus intereses globales, y se borran también cientos de años de historia común. De esta manera, la victoria soviética, codo con codo, con el resto de aliados sobre la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial podría ser ahora revisada en los libros de texto occidentales y considerada como un hecho fortuito y poco relevante.

En la declaración de Madrid también se espera dar la bienvenida a la OTAN a Suecia y Finlandia, cuya futura adhesión a la organización no solo garantizaría la seguridad de estos dos países, sino que, según Stoltenberg, "beneficiará a la alianza en su conjunto". Las trabas van a venir por Croacia y, muy especialmente, por Turquía, que no están de acuerdo con esas incorporaciones. 

Putin y el cambio de paradigma 

La Rusia débil de Boris Yeltsin cedió a finales de los años noventa al ímpetu de la OTAN en su avance sobre los antiguos satélites soviéticos del Pacto de Varsovia. La llegada de Vladímir Putin al poder en Rusia en el año 2000 pidió una tregua en esa ampliación de la OTAN, en un principio con amabilidad y colaborando incluso con la Alianza Atlántica en Asia Central y Afganistán, tras el 11-S, pero después con ira, tras las propuestas en 2008 del presidente estadounidense, George W. Bush, a Georgia y Ucrania para servir de parachoques de la OTAN en la frontera rusa.

Ese mismo 2008, Rusia aplastó militarmente a Georgia cuando el envalentonado presidente Mijail Saakashvili ordenó a su ejército retomar Osetia del Sur, territorio secesionista que contaba con el apoyo ruso. Fue una advertencia a la que nadie hizo mucho caso, al contrario de lo que ocurrió en 2014 con la anexión rusa de la península ucraniana de Crimea y el respaldo del Kremlin al Donbás separatista.

La intervención rusa en Siria en 2017 apuntaló al régimen de Bashar Al Asad, acosado por las guerrillas islamistas, por una parte, y por grupos opositores respaldados por Estados Unidos, por otra. Este puñetazo ruso sobre la mesa de Oriente Medio tiró por los suelos los intereses estadounidenses en Siria. Moscú se hacía así con un balcón privilegiado sobre el Mediterráneo desde los puertos sirios y al tiempo llamaba de nuevo la atención a la OTAN sobre sus renovados avances en torno a Ucrania.

La que fuera canciller alemana Angela Merkel recordó en una reciente entrevista que, durante su mandato (2005 -2021), Berlín sabía a ciencia cierta que la adhesión de Ucrania a la OTAN habría sido considerada por Rusia como una "declaración de guerra". Por ello, siempre bloqueó ese plan de Washington y trató de mantener una relación de confianza con Putin.

Según Merkel, si Rusia hubiera invadido Ucrania antes de 2014, cuando empezó a llegar la multimillonaria asistencia militar estadounidense al ejército ucraniano, Moscú habría tenido un éxito mayor en su invasión. "Uno no se convierte en miembro de la OTAN de la noche a la mañana. Es un largo proceso y yo sabía que, durante el mismo, Putin le habría hecho a Ucrania algo nada bueno", aseveró Merkel. Para la excanciller alemana el asunto era evidente: "Sabía cómo pensaba" Putin y "no quería provocarlo más". Eran otros tiempos.

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