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JERUSALÉN – En la matanza de Orlando coinciden los dos móviles que ha señalado el presidente Barack Obama: el odio y el terrorismo. El Estado Islámico no ha tardado en atribuirse este atentado indiscriminado y el ejecutor ha sido esta vez un ciudadano americano de origen afgano que ha vivido en Estados Unidos al margen de la sociedad o, al menos, que no ha asumido los valores de la sociedad occidental.
La sharia castiga ciertos delitos, como el adulterio o la homosexualidad, que vulneran las leyes divinas de hudud, que significa ‘límites’ o ‘fronteras’, con la pena de muerte, generalmente por lapidación, aunque puede ser de otra manera. En los últimos años el Estado Islámico ha aplicado el castigo en las zonas de Siria que controla arrojando a homosexuales desde lo alto de un edificio y lapidándolos.
La sharia determina que el castigo será público, aunque es cierto que en muy pocas ocasiones se ha aplicado en el mundo musulmán. Su aplicación casi sistemática por parte del Estado Islámico en los últimos años revela una interpretación literal de las leyes que rechaza la inmensa mayoría de los ulemas contemporáneos.
La violencia indiscriminada de Orlando se justifica en los medios más retrógrados del islam, es decir en los círculos yihadistas-salafistas del Estado Islámico, como una “necesidad” para combatir al enemigo con actuaciones desproporcionadas que le inculquen miedo y le obliguen a cuestionarse sus intervenciones en los países musulmanes.
El ideólogo más destacado de esta corriente es Abu Bakr Nayi, seudónimo del egipcio Muhammad Jalil al Hakaymah, nacido en 1961 y muerto en un lugar remoto de Paquistán en 2008 durante un bombardeo aéreo de Estados Unidos. Aunque desapareció mucho antes de que se estableciera el Estado Islámico, su influencia en este grupo ha sido enorme.
Poco antes de su muerte Nayi escribió un libro titulado aproximadamente Guía de la ferocidad, donde se estipula al detalle cómo debe ser el comportamiento del buen yihadista. El texto ha circulado profusamente en la organización Al Qaeda y en el Estado Islámico, e incluso en círculos yihadistas autóctonos de Europa y Estados Unidos.
El aspecto más relevante del libro en relación con la matanza de Orlando quizá sea que justifica lo que a ojos occidentales sería violencia gratuita, y que en realidad no es gratuita puesto que es necesaria para disuadir al enemigo. Nayi distingue claramente entre la yihad, donde es lícita la violencia gratuita, y el islam, donde no lo es.
“Quien ha practicado la yihad con anterioridad sabe que la yihad consiste en violencia, crudeza, terrorismo, asustar al enemigo y masacrar”, escribe Nayi, quien añade a continuación: “La yihad no debe confundirse con el islam”, que es una religión pacífica.
Por lo tanto, es preciso “aterrorizar” al enemigo en el transcurso de la yihad puesto que si no se actúa de esta manera la yihad estaría condenada al “fracaso”. La violencia excesiva está justificada siempre que sea posible con el fin de mostrar al enemigo, es decir a los occidentales, que deben saber a qué atenerse. “Nuestros enemigos no tendrán misericordia con nosotros y por lo tanto hemos de conseguir que se lo piensen mil veces antes de atacarnos”.
Nayi critica a las generaciones anteriores del islam que no han aplicado el principio de la fuerza excesiva y que por esta razón no han conseguido sus objetivos. “Si no somos violentos en la yihad perderemos el elemento de la fuerza” y la lucha no servirá para nada.
Otro argumento de Nayi relacionado con la matanza de Orlando es el planteamiento de que la venganza no tiene que producirse necesariamente en el mismo lugar o país que ha sido atacado por los occidentales, ya que la religión musulmana carece de fronteras. Un ataque occidental en Siria o Irak debe ser retribuido con un ataque en cualquier otro lugar, como Europa o Estados Unidos, con el fin de crear “confusión” en las filas enemigas.
Otro aspecto que tiene que ver con lo sucedido en Orlando es el de la ‘promoción’ o ‘divulgación’ de los atentados y de la aplicación de la justicia de la sharia. Es preciso que los atentados y la justicia musulmana sean divulgados por todos los medios posibles. La manera en que los medios de comunicación occidentales están cubriendo la matanza juega a favor de los yihadistas, de acuerdo con los planteamientos de Nayi, ya que la difusión de las ejecuciones forma parte de la estrategia de la disuasión.
La primera ejecución moderna que fue transmitida por medio de un video de algo más cinco minutos fue la decapitación del rehén americano Nick Berg, quien fue capturado en Irak por los yihadistas en 2004, un año después del inicio de la invasión americana.
Berg fue decapitado el 7 de mayo de 2004 en respuesta a la tortura y el abuso de los prisioneros islamistas encerrados en la cárcel de Abu Ghraib, donde los soldados americanos torturaban a los yihadistas. En los medios americanos se ha señalado que Berg era un “judío religioso” y no está muy claro qué fue a hacer a Irak.
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