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¡Es la revolución, estúpidos!

ERNESTO EKAIZER

Hace pocos días, la misión del Fondo Monetario Internacional (FMI), que viajó a Libia el pasado mes de octubre, concluyó su informe sobre la economía de dicho país, que se puede leer desde el 9 de febrero en la página web de la institución. Los economistas 'dan la bienvenida al fuerte comportamiento macroeconómico y el progreso en reforzar el papel del sector privado' así como el 'ambicioso programa de privatizar bancos y desarrollar el naciente sector financiero'. Libia, a su modo, era también una darling (una querida) de los mercados y de las instituciones que representan sus intereses.

Pero he aquí una descripción que ayuda a entender cuáles eran las expectativas del dictador Muamar Gadafi ante la marea que subía en el norte de África.

Es posible derrocar a Gadafi del mismo modo que lo fue con Mubarak

El informe señala: 'Los recientes acontecimientos en los vecinos países de Egipto y Túnez han tenido un impacto económico limitado hasta ahora en Libia. Para contrarrestar el efecto del alza del precio de los alimentos el Gobierno ha cancelado el 16 de enero pasado los impuestos y aranceles sobre los alimentos nacionales e importados. El Gobierno ha anunciado también la creación de un fondo multimillonario de dólares para inversiones y desarrollo local que se centrará en ofrecer viviendas para la crecientepoblación'.

Que ha sido demasiado tarde lo ha visto el propio dictador que ha intentado en las últimas horas ahogar en sangre las revueltas en todo el país. Ayer, parecía confirmarse que pese a la brutal represión y a la existencia de centenares de muertos, el régimen de Gadafi había perdido el control de la segunda ciudad del país, Bengasi, al tiempo que las movilizaciones se generalizaban en todo el país.

Con todas las cautelas necesarias, parece haber una gran diferencia entre los acontecimientos en Egipto y los que se están desarrollando en Libia.

La feroz represión con armas de fuego y ataques desde helicópteros ha provocado, particularmente en Bengasi, una insurrección en regla, en la cual los manifestantes han logrado obtener armas abandonadas por policías y militares en edificios gubernamentales.

Por otra parte, hay múltiples testimonios según los cuales el Ejército libio se halla dividido, con un sector que ha pasado al lado de las protestas. La levadura de esta insurrección es desde luego la convicción de que es posible derrocar a Gadafi del mismo modo que lo ha sido imponer la renuncia de Hosni Mubarak en Egipto. Pero mientras el Ejército egipcio optó por encajar las movilizaciones, el libio ha seguido las órdenes del dictador, lo que indudablemente ha radicalizado la situación.

Gadafi ha agitado el fantasma del tribalismo y el terrorismo como en su día Mubarak el del islamismo radical, ambos con el objetivo de conseguir el respaldo de sus viejos y leales amigos en Europa y en Estados Unidos.

Pero sus amigos, como los de Mubarak, ya nada pueden hacer por él. Cuando uno lee los informes del FMI, donde, por cierto, no se puede encontrar una sola referencia a la tasa de desempleo en Libia, que al parecer se sitúa en el 30% (como antes los de Túnez, donde se sugería la reforma del sistema de pensiones), es difícil reprimir una frase que lo dice todo: ¡Es la revolución, estúpidos!

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