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Hay días que nunca se olvidan. En Otxandio, un pequeño municipio de Bizkaia, no logran borrar aquella mañana del 22 de julio de 1936. El pueblo vivía sus fiestas patronales. El reloj marcaba las nueve, y en la calle ya había gente. Sobre todo niños. De repente empezó a llover. No era agua, sino bombas. No había nubes, sino aviones franquistas. Y así se acabó la fiesta. Los misiles lanzados desde el aire mataron a 61 personas. 16 de ellas tenían menos de diez años. El responsable de esta masacre fue Angel Salas Larrazabal, un militar que se ganó el apodo de “El carnicero de Otxandio”. Adivinen por qué.
En su biografía oficial, publicada por el Ejército del Aire, no existe ni la más mínima mención a su responsabilidad en el asesinato de niños. Por el contrario, el Cuerpo al que perteneció le sigue recordando, aún hoy, como un militar que estuvo “siempre en primera línea”. También destaca otro mérito del criminal: “sus promedios de más veinte servicios de guerra y cuarenta horas de vuelo por mes activo (30 en total) no fueron alcanzados por ningún otro piloto”. Obvian también decir que entre esas “horas de vuelo” figuran las que dedicó a bombardear Otxandio y matar a seis decenas de civiles indefensos.
Su caso es apenas un ejemplo de los “currículums” elaborados por el Ejército del Aire y difundidos en su página web para ensalzar, reivindicar y hasta glorificar a varios militares españoles que cometieron salvajes crímenes durante la dictadura franquista. Una dictadura que en ningún momento es denominada como tal, sino que en su lugar se opta por decir “gobiernos de Franco”, “Bando Nacional” o incluso “España Nacional”. Asimismo, se bautiza como “preparación del alzamiento” a la etapa de la conspiración previa al golpe de Estado, mientras que las caídas de ciudades en manos de las tropas franquistas son abordadas como “liberaciones”.
Los polémicos textos aparecen en el apartado “Aeronautas” de la web de la Fuerza Aérea española. En total, se describen las biografías de 103 militares nacidos entre 1858 y 1929. La mayoría decidió sumarse al franquismo y combatir para llevar a buen puerto el golpe de estado contra el gobierno legítimo de la III República. Para justificar esas traiciones a la democracia por parte de un amplio número de militares, el Ejército recurre a los “valores” católicos que, a su criterio, primaban entre los golpistas.
“Religioso y humanista”
El caso del navarro José Lacalle Larraga (nacido en la localidad de Valtierra, a 80 kilómetros de Pamplona), quien llegaría a ser ministro del Aire de la dictadura, es uno de los más elocuentes. “Educado en el ambiente religioso y humanista que caracteriza a los habitantes de aquella región norteña, supo ser fiel a aquellos principios durante toda su vida”, puede leerse en su biografía. De esta manera, se destaca que “el 18 de julio de 1936 se incorporó en Pamplona a las fuerzas del General Mola, que le dio el mando de una compañía de requetés, encuadrada en la columna del Coronel Ortiz de Zárate, con la que combatió en Navarra y Guipúzcoa y donde obtuvo la Medalla Militar”.
Otro de los traidores a la República que resulta glorificado por el Ejército del Aire es el aviador Julián Rubio López, quien había sido nombrado jefe del Aeródromo de León en 1935. Un año después, cuando Franco se puso al frente del Golpe de Estado, Rubio traicionó a sus superiores republicanos y garantizó que la base aérea leonesa quedase a disposición de los franquistas.
“El alzamiento no fue contra la República, sino contra aquel Gobierno, contra aquellos que querían desestabilizar a España, contra el comunismo”, dijo el propio Rubio a la revista “Historia y Vida” en los años ochenta. En el apartado dedicado a su trayectoria, el Ejército advierte que “el teniente coronel Rubio realizó 145 Servicios de Guerra, lo cual y dada su elevada graduación y sus responsabilidades burocráticas, de organización y mando, ya en esos momentos, no deja de ser una respetable cantidad”.
Algo parecido ocurre con el teniente general Carlos Martínez Vara del Rey, quien el 18 de julio de 1936 se encargó personalmente de impedir que un avión republicano saliese de la base aérea de la Tablada (Sevilla) para atacar a los militares que se habían sublevado en Melilla. En ese contexto, Vara del Rey atacó la aeronave a balazos para boicotear su despegue. La biografía del Ejército del Aire califica su actitud como una “actuación heroica” que le hizo merecedor de la Cruz Laureada de San Fernando.
Julián Rubio López, que traicionó a los republicanos y garantizó que la base aérea leonesa quedase a disposición de los franquistas
Del mismo modo, la Fuerza Aérea reivindica la “heroica acción” del entonces alférez Gonzalo Hevia Álvarez-Quiñones, quien en marzo de 1939 protagonizó un enfrentamiento contra las tropas republicanas en torno a la plaza de Cartagena. Su mérito, según consta en su biografía oficial, fue desaparecer de allí y llegar hasta Formentera en el hidroavión que pilotaba junto a un mecánico que había resultado herido.
Bajito y simpático
También se denomina como “héroe indiscutible” a Joaquín García Morato, uno de los pilotos más adorados por la parafernalia franquista. En esa línea, el Ejército actual mantiene la tradición de la dictadura y sigue deshaciéndose en elogios hacia él: “De pequeña estatura y gran simpatía, excelente piloto, buen jefe y perfecto compañero, había logrado un prestigio legendario”, señala.
En ese contexto, las biografías oficiales también incluyen halagos hacia otros militares que optaron por mantenerse fieles al franquismo hasta el último suspiro. En el caso del aviador madrileño Senén Ordiales González se destaca que “su patriotismo y honor militar no le permiten unirse a las fuerzas gubernamentales y al negarse a colaborar con ellas, es detenido, encarcelado y fusilado en agosto de 1936”.
Respecto al Cabo de la Aviación Militar José María Gómez del Barco, se señala que era un “hombre de firmes ideas religiosas y patrióticas”, por lo que “se negó a prestar servicio en las fuerzas del Frente Popular, siendo separado del Servicio y arrestado en su domicilio de Madrid del que desapareció, encontrándose su cadáver en la carretera de Aravaca donde había sido asesinado en la madrugada del 18 de septiembre”.
El Ejército también habla de otra “gloriosa muerte”: con esos términos describe el fallecimiento del aviador y miembro del Arma de Ingenieros Alberto Álvarez De Rementería, quien “murió en la defensa del Campamento de Carabanchel – Batallón de Zapadores, donde fue ultimado por los irregulares en la puerta del Cuartel el 20 de julio de 1936”.
Otro de los franquistas glorificados es José Calderón Gaztelu, un militar de “valor sereno” que estaba “comprometido con los nacionales”, lo que le llevó actuar “intensamente” y acudir a los “frentes más activos”, entre los que cita “Guipúzcoa, Vizcaya, Somosierra y el Alto del León”. Su muerte se produjo en febrero de 1937 en la Batalla del Jarama, donde se enfrentó a los aviones de la República.
En su biografía, el Ejército del Aire recuerda que la administración militar tardó nueve años en dirimir si le correspondía a título póstumo la Gran Cruz Laureada de San Fernando, ya que “el heroico acto del capitán no se ajustaba a un determinado artículo del anacrónico Reglamento de la Orden, que exigía regresar con el avión indemne”. “Finalmente prevaleció el espíritu más que la letra del Reglamento y le fue concedida al comandante Calderón la mencionada Cruz, con fecha 14 de enero de 1948”, destaca.
Asimismo, entre los datos de aeronautas que ofrece la Fuerza Aérea también se encuentran las historias de varios militares que pelearon junto a los nazis en la División Azul. Se citan, por ejemplo, las condecoraciones obtenidas por algunos de ellos, aunque de manera dulcificada: a la hora de referirse al régimen genocida de Adolf Hitler, el Ejército del Aire habla de “gobierno alemán”. Así, sin más.
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