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El atentado a Carrero Blanco pilló totalmente desprevenido a EEUU

Los ‘Cables de Kissinger' no evidencian que la CIA estuviera al corriente de los preparativos del comando de ETA. Los informes apenas le otorgan relevancia y se centran en los posibles sucesores, entre los que obvian a Arias Navarro, y en el juicio a ‘Los 10 de Carabanchel' 

Estado del coche de Carrero Blanco tras el atentado.

SERGIO LEÓN

El próximo 20 de diciembre se cumplirán 40 años del atentado que acabó con la vida de Luis Carrero Blanco. El que ostentara en 1973 el cargo de presidente del Gobierno estaba llamado a perpetuar el régimen de Franco, uno de los motivos que ETA esgrimió en un comunicado para reivindicar la autoría del asesinato. La versión oficial habla de que tres miembros de la banda terrorista accionaron el dispositivo que mató al almirante y a los otros dos pasajeros del Dogde 3700 que saltó por los aires y acabó en la azotea de la residencia de los jesuitas de la iglesia San Francisco de Borja. Pero, entre lo mucho dicho y escrito sobre el atentado, caben teorías conspirativas de todo tipo. Desde la participación de la CIA y EEUU y de los servicios secretos de otros países hasta una conjura de altos cargos del propio régimen franquista.

El atentado contra Carrero Blanco sucedió a escasos metros de la embajada de EEUU

El supuesto respaldo estadounidense es lo que mayor fuerza ha cobrado con el paso de los años, idea que aún persiste. Pero lo cierto es que en los Cables de Kissinger recopilados por Wikileaks no hay ningún indicio de la supuesta colaboración de la inteligencia de EEUU en el atentado. El cuerpo diplomático, a juzgar por las notas enviadas, tampoco alertó de la existencia de un comando de ETA en Madrid, a pesar de que la explosión se produjo a escasos metros de su embajada y un día después de que el secretario de Estado abandonara España tras una visita durante la cual hasta la agenda de actos a los que iba a asistir Kissinger era clasificada con el sello de "SECRETO" por temor a un atentado... contra el jefe de la diplomacia estadounidense.

El embajador norteamericano de la época, Horacio Rivero, avisó de la muerte de Carrero Blanco al Departamento de Estado en un escueto cable diplomático no confidencial: "La embajada ha confirmado que el presidente del Gobierno, Luis Carrero Blanco, ha muerto al llegar al hospital tras una explosión mientras viajaba en su coche". El mensaje fue enviado hora y media después del atentado. "Dos guardaespaldas que acompañaban al primer ministro (sic) también han sido asesinados. La explosión ha ocurrido a una calle de la embajada en torno a las 09.30. El personal de la embajada ha oído el sonido de una explosión".

Según el contenido de las comunicaciones, el atentado pilló por sorpresa a la embajada, pero, entre el caos informativo de los primeros momentos, el primer cable, casi telegráfico, ya apuntaba dos circunstancias. El texto hablaba de "asesinato" cuando en la prensa aún se comentaba la posibilidad de que el siniestro pudiera haberse producido por un escape de gas. Y, por otro lado, el embajador concluye con un comentario final: "Las circunstancias no han sido verificadas exactamente. Indudablemente, habrá especulaciones asociando la explosión con el juicio a Los 10 de Carabanchel programado para hoy". No es de extrañar que en plena Guerra Fría la obsesión de EEUU con cualquier cosa que sonara a comunista apareciera en todas partes.

Rivero justificó la ausencia de Franco en el funeral en que "quiso evitar mostrar su emoción en público"

A lo largo de aquel 20 de diciembre, la legación estadounidense en Madrid envió en total 12 cables de los que se han desclasificado, cinco sobre la muerte de Carrero Blanco. De lejos, el más largo de ellos es en el que se informa de la suspensión temporal del proceso judicial contra los posteriormente encarcelados dirigentes de CCOO, que el embajador Rivero parece insistir en conectar de alguna forma con el atentado. Y aunque, como se reconoce en otro de los cables, se trate "del primer asesinato de un alto miembro del Gobierno en tres décadas", en ningún momento se muestra una especial preocupación por el escenario político siguiente al magnicidio. Si acaso aparecen un par de breves comentarios sobre la aparente calma en las calles, que "siguen atestadas de compradores navideños", y el nerviosismo entre los grupos opositores: "De acuerdo a una fuente de la oposición, sus líderes están extremadamente preocupados tras la muerte de Carrero Blanco y creen que puede haber una dura represión contra las actividades opositoras. Se especula sobre que se realizarán numerosos arrestos".

Un día después del atentado, Rivero envió un mensaje, esta vez sí de carácter confidencial, en el que realizaba una recopilación de los posibles sucesores de Carrero Blanco después de que el vicepresidente Torcuato Fernández-Miranda asumiera el poder de forma interina. Se hablaba, aparte del propio Fernández-Miranda, del exministro de Información Manuel Fraga; del extitular del Ministerio de Trabajo José Antonio Girón de Velasco; del presidente de las Cortes y del Consejo de Regencia, Alejandro Rodríguez Valcárcel; de Raimundo Fernández-Cuesta, miembro destacado de la dictadura desde que finalizara la Guerra Civil; del general Manuel Díez-Alegría; y del ministro de Asuntos Exteriores, Laureano López Rodó. Curiosamente, Arias Navarro no aparecía por ningún lado.  

En ese mismo cable, Rivero explicaba que la ausencia de Franco en el funeral de Carrero Blanco se debió a una gripe, o bien porque "quiso evitar mostrar su emoción en público". El nombre de ETA no se mencionó hasta la madrugada del 20 al 21, cuando el Departamento de Estado se hizo eco de una información de la agencia Reuters que recogía la reivindicación de la banda. Esta nota llegó a la sede de las Naciones Unidas en Ginebra y a la Casa Blanca.

"Carrero estuvo muy simpático. Y parece estar bien de salud", comentó el embajador a cuatro meses del atentado

Antes de la muerte del almirante no hubo ningún informe secreto de EEUU que alertase de la Operación Ogro --nombre en clave utilizado por ETA--. Sí que recogían, por ejemplo, el ataque que sufrió en junio de 1973 su hermana, María Dolores, "por un vecino perturbado de 73 años" que disparó contra ella porque creía que le quería "expulsar de su piso para que su hija lo pudiese ocupar". Después de indicar que la señora Carrero se encontraba hospitalizada, pero no en estado grave, Rivero sugirió a Nixon que enviase un mensaje de ánimo, que incluso le redactó, al presidente del Gobierno español. Pero el mandatario estadounidense, en pleno escándalo Watergate, no parecía estar por esa labor, ya que fue su segundo, Spiro Agnew, el que finalmente lo envió. 

Las teorías conspirativas sostienen que la CIA, por omisión y no por acción, estuvo detrás de la muerte del almirante. Pero si los servicios secretos de EEUU hubieran dispuesto de esa información no se habrían desclasificado documentos que lo probaran. Sin duda, Washington, de estar al corriente de la presencia de terroristas muy cerca de su sede diplomática, tendría como prioridad proteger la vida de Kissinger. "Carrero estuvo muy simpático durante nuestra conversación. Y parece estar bien de salud", fue el comentario final del embajador estadounidense en un informe que envió casi cuatro meses antes del atentado, seguramente totalmente ignorante de que no le quedaba mucho tiempo de vida.

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