“Esto que se está montando aquí es como para que mañana mismo dimita Zapatero”, decía ayer un indignado cuando la ola de gente que comenzó a salir de la Plaza de España de Sevilla terminó convirtiéndose casi en un tsunami. El movimiento 15-M juntó ayer en la capital andaluza a miles y miles de personas –más de 70.000, según la organización– en una de las mayores manifestaciones vividas en la ciudad. Cuando la cabecera entró en las Setas de la Encarnación –símbolo de la protesta en Sevilla– la cola salía de Puerta de Jerez. Pero es que las escaleras del Metropol Parasol ya estaban abarrotadas esperando la llegada. Las Setas se quedaron ayer pequeñas para Sevilla.
Familias enteras con niños, cochecitos, perros, jóvenes, mayores, obreros y universitarios, parados y trabajadores, arreglados y desarreglados, peinados de peluquería y rastas... De todos los barrios de Sevilla, de Nervión, de la Juncal, de la Macarena, de Torreblanca... De pueblos de la Sierra Norte, como El Real de la Jara, de la Sierra Sur, como Gilena o Pedrera, de la corona metropolitana como Mairena o Tomares...
Una enorme masa heterogénea, de forma absolutamente pacífica –“La única violencia viene del sistema”, gritaron–, comenzaron a caminar al ritmo de “lo llaman democracia y no lo es”, emblema del movimiento. Un ataúd, que antes de comenzar a andar la protesta, había aguantado apoyado en la recién inaugurada estatua del arquitecto Aníbal González, se abrió paso también con el lema “democracia, no te olvidaremos”.
Los banqueros fueron bastante vapuleados: “Lo llaman democracia y es Botín”, corearon en referencia al presidente del Santander. “Nos suben la luz, nos suben el gas y suben las ayudas al BBVA”, gritaron también. O esto otro: “Ya queremos ver, ya queremos ver a Botín y a Zapatero en la cola del Inem”. Un hombre disfrazado de comecoco, con los logos de los dos principales bancos, corría entre la gente. Cuando lo abucheaban, huía asustado. Y en cada entidad financiera que encontraban por el camino, una pitada.
Lo que estalló ayer en Sevilla fue la voz de la gente, de los ciudadanos que no pueden llegar a fin de mes, de los que se han quedado sin casa o de los que simplemente están hartos de las injusticias. “El político no es nuestro dueño, es nuestro empleado. Aquí no hay colores, hay hambre y parados, hay unidad”, gritó una señora mayor a la altura del Ayuntamiento. Se ganó una ovación de récord guinness. “Los políticos no han reaccionado”, lamentaba Mirella Carín, profesora universitaria de 34 años.
En otra parada, en La Campana, se rindió homenaje a las mujeres: “Son las verdaderas artífices de esta revolución. Vivan las mujeres y las madres que nos han parido a todos”, exclamaron.
El derecho a la sanidad y la educación públicas fueron también líneas vitales de la protesta: “Se vende universidad” o “En los paraísos fiscales hay mucho dinero para hospitales”, decían algunos carteles. María Luisa y su marido, José Manuel, de Mairena del Aljarafe, se emocionaron cuando una señora se acercó y les dijo: “Esta pancarta me ha hecho llorar”. La portaban sus mellizos de 13 años y en ella, con el símbolo de la paz impreso, se podía leer: “Los niños queremos un futuro digno”.
Entre los asistentes había también políticos que acudieron como ciudadanos. Entre ellos, Juan Manuel Sánchez Gordillo o Concha Caballero (de IU) o Luis Ángel Hierro, uno de los aspirantes frustrados en su intento por competir con Pérez Rubalcaba en las primarias socialistas. Los manifestantes, desprovistos de cualquier signo político o sindical, fueron todo el camino a lo suyo, como vienen haciendo desde que prendió el 15-M: “PSOE y PP la misma mierda es” o “Los que ganan son los partidos que tienen más dinero para la campaña”.
Las pancartas se centraban en España, pero también echaba la vista a otros países necesitados: “Dicen que hemos perdido el norte, lo importante es que no perdamos el sur”, expresaba un cartel con un mapa de África. “Yo también soy de Gaza”, decía una camiseta. El Che iba en más de una. “Odio a Antonio Burgos”, proclamaba otra, esta muy sevillana.
La protesta concluyó con el fin de la acampada, de las pocas que permanecían en España. “Nos vamos con mucho dolor, pero el movimiento sigue vivo. En cada ciudad, en cada barrio, seguiremos movilizándonos”, aseguraron los organizadores, que esperan reunir a 100.000 personas en la próxima convocatoria. En forma, quizá, de huelga general.
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