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Terremoto de Estado

El suceso ha puesto de manifiesto que los servicios públicos son indispensables

CARLES RAMIÓ

El terremoto de anteayer en Lorca (Murcia) nos ha recordado que nosotros también somos vulnerables. Las catástrofes de una cierta intensidad en España son esporádicas pero no necesariamente excepcionales. Quizás el antecedente más claro de Lorca sean las inundaciones del verano de 1983 en Llodio, en las que fallecieron cerca de 40 personas. Cuando hay una catástrofe, es cuando los países ponen a prueba sus capacidades institucionales para poder afrontar con ciertas garantías la atención a los damnificados.

Vivimos momentos de una beligerancia superficial y cerval contra los servicios públicos. La actual crisis económica nos ha escorado hacia una visión negativa de nuestras administraciones. Medios de comunicación, empresarios, partidos políticos y una parte de la ciudadanía claman por una drástica reducción de los servicios públicos. Pero hoy, a raíz del terremoto de Lorca, empiezan a salir voces en sentido contrario: piden más ayuda y recursos, piden mayor presencia de las administraciones en atención a los damnificados, piden, en definitiva, más Estado. Y es que sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena.

'Cuando hay una catástrofe es cuando los Estados ponen a prueba sus capacidades'

Estoy convencido de que las instituciones públicas van a responder de forma bastante adecuada y fiable a las contingencias derivadas de este terremoto aunque lo van a hacer de forma también precaria y descoordinada. Pero se va a salvar la situación gracias a la entrega de muy distintos agentes públicos (los denostados empleados públicos) con la colaboración de las fuerzas del tercer sector. El mercado ni estará ni se le espera. Nos vamos a dar cuenta de que una de las debilidades de nuestro modelo de Administración está en la denominada Protección Civil que posee unos raquíticos recursos y está fragmentada en exceso.

Las inundaciones de Llodio pillaron a nuestro Estado en plena edificación del modelo autonómico. Ni la Administración General del Estado, en proceso de retirada, ni la muy joven administración autonómica vasca estaban en condiciones óptimas para afrontar el reto. Fueron los entonces jóvenes y entusiastas funcionarios del gobierno del País Vasco los que con su entrega y tesón salvaron literalmente los muebles. Ahora en Lorca va a ir todo mejor ya que poseemos unas administraciones más consolidadas y maduras.

Pero mi preocupación tiene que ver más con el futuro. La pregunta es: ¿cómo afrontaremos en España dentro de diez años un acontecimiento como el que ha ocurrido en la localidad de Lorca? Y la respuesta resulta inquietante ya que no será necesariamente mejor que ahora sino quizás mucho peor.

Si nos adentramos definitivamente en la senda de reducción de nuestras administraciones y empleados públicos, nos podemos encontrar de frente ante una futura Administración anoréxica que no tenga capacidad para afrontar con ciertas garantías este tipo de retos. Nos podemos encontrar con una respuesta similar a la triste imagen y paupérrima ayuda que ofrecieron los poderes públicos estadounidenses ante el huracán Katrina de Nueva Orleáns del año 2005.

El problema es que no habrá que esperar una nueva catástrofe para acordarnos de Santa Bárbara. Ya que también vamos a oír tronar dentro de muy poco, cuando vayamos a sanarnos a un hospital o cuando llevemos a educar a nuestros hijos a una escuela.

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