El lunes pasado, mientras su alma rezaba en capilla esperando el momento de visitar el Tribunal Superior de Justicia, el cuerpo mortal de Francisco Camps se organizó diversos homenajes, para ver si los ecos de los aplausos ablandaban al juez. Participó, por ejemplo, en las jornadas Pueblo gitano y educación.
Allí, decenas de gargantas agradecidas lo aclamaron al grito de ¡Tío Paco! (un apelativo elogioso para esta minoría étnica) y a punto estuvieron de coronarlo rey de los gitanos. ¿Quién es este hombre tímido, beato, pulcro y siempre bien vestido, aunque sus problemas tienen que ver, precisamente, con las dudas que suscita la manera que tiene de conseguir sus trajes?
Francisco Camps Ortiz nació en Valencia en 1962, esto es, el mismo año en que Joan Fuster publica Nosaltres els valencians y los Beatles divulgan Love me do, aunque él no parece concernido por ninguno de estos dos emblemas de modernidad: prefiere sin duda a Mesonero Romanos y Concha Piquer. Llegó a la política de la mano de Rita Barberá, que lo nombró concejal de Tráfico en 1991. Como Rita, Camps procede del núcleo duro de la derecha valenciana: ambos fueron militantes de AP.
Tras despegarse del regazo maternal de Barberá, la carrera de Camps emprendió el vuelo. En 1997 fue conseller de Cultura, cargo que abandonó tras ser designado secretario de Estado de Administraciones Territoriales en el Gobierno de Aznar. Con las elecciones de 2000 fue diputado al Congreso, y en 2002 delegado del gobierno en el País Valenciano. Su gran momento, sin embargo, estaba por llegar.
Cuando Eduardo Zaplana abandona la presidencia de la Generalitat tras haberle exprimido todo su jugo para hacerse cargo del ministerio de Trabajo, Camps es designado sucesor. En mayo de 2003 accede a la presidencia y entonces comienza una guerra sangrienta para acabar con la influencia de Zaplana en el PP valenciano. Las huestes del de Cartagena se atrincheran en Alicante y Camps, para compensar, ha de echar mano de otro clásico, Carlos Fabra, que se cobra muy caro su apoyo.
Tras salir vencedor de esa contienda, nada parecía hacer sombra al Tío Paco. En 2007 revalidó su cargo con el 53% de los votos y en esas seguiríamos de no ser porque el juez Baltasar Garzón ha ido olisqueando bajo la alfombra del PP en Valencia y en Madrid unos efluvios con aroma a cohecho y presunta financiación ilegal.
Los problemas para Camps comenzaron cuando conoció a Francisco Correa y Álvaro Pérez, esa pareja feliz. Con Correa ya tuvo tratos en 2002, cuando Camps, como secretario general del partido, se ocupa del congreso del PP local. Menos de un año después de los hechos, Correa fundó oficialmente Orange Market, aunque ya estaba ahíto de trabajar para los conservadores. A partir de ese momento, Correa y Álvaro Pérez se convirtieron en los factótums más o menos invisibles de la política de 'grandes eventos' de los peperos valencianos. Pérez es el 'amiguito del alma' que le regala trajes a Camps, y a quien éste le declara su amor por teléfono 'Te quiero un huevo', sin saber que Baltasar Garzón está a la escucha.
En esta época el país de los valencianos y su capital se convierte en una tierra de promisión donde el arquitecto Santiago Calatrava edifica sin límite de gasto la Ciudad de las Artes y las Ciencias, una 'disneylandia para adultos' en corrosiva definición del escritor Joan F. Mira. Nada es suficiente, sin embargo, y a la megalomanía de Calatrava pronto se le unen la Americas Cup o el circuito urbano de Fórmula 1. Mientras tanto, se recibía como a un superhéroe al papa Ratzinger (julio de 2006), en una fastuosa ceremonia metropolitana de la que aún hoy ignoramos los gastos que ocasionó.
Ahora se sabe que, para estos u otros 'eventos', Francisco Camps tenía un traje a medida pagado por Orange Market y otras empresas de la trama. La crisis acabó con sus sueños de grandeza pagados con el dinero público. A cambio, sin embargo, le ha quedado un fondo de armario muy variopinto. Y el finiquito de su carrera política, si Dios no lo remedia.
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