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El expolio de Meirás

El regalo del pazo al dictador Franco incluyó todo tipo de ‘aportaciones voluntarias' como donaciones en metálico, terrenos y piezas arqueológicas que fueron incorporadas al recinto 

MARIOLA MORENO

Se trata de una suntuosa y adecuada residencia del jefe del Estado nuevo”. Así describió la prensa de la época la obras de “embellecimiento” del pazo del Caudillo llevadas a cabo “en el III Año Triunfal” (1938), en Meirás. Fue tras la muerte de la novelista Emilia Pardo Bazán cuando las autoridades franquistas, que ya tenían en mente regalarle un palacete al dictador, organizaron mediante suscripción popular la adquisición de lo que por aquel entonces eran las Torres de Meirás: un auténtico santuario literario de la condesa de Pardo Bazán –según algunas estimaciones, la biblioteca contaba con más de 11.000 volúmenes–, donde pasaba largas temporadas escribiendo y en el que organizaba reuniones con intelectuales.

Una vez cerrada la venta –por un montante total que oscila, según las fuentes, entre las 400.000 y las 725.000 pesetas de entonces–, los nuevos dueños ya no permitieron la entrada a la heredera de la escritora, su hija, que en vano pretendió recuperar sus pertenencias. La operación de compra del pazo de Meirás incluyó por tanto todo el mobiliario y el legado de la literata gallega, así como unas tres hectáreas de terreno. Hasta en dos ocasiones acudió al palacio Carmen Polo de Franco, según consta en los archivos, a supervisar las obras de mejora y adecentamiento de la que se convertiría en residencia de verano de la familia Franco al completo durante 36 años.
Bonos y expropiaciones

“Saludo a Franco. ¡Arriba España!”, figuraba en los bonos emitidos en aquellos años, en los que obligatoriamente se debía hacer constar el nombre y el domicilio del que efectuaba una “aportación voluntaria para la adquisición y reconstrucción de la finca Torres de Meirás, dedicada al Caudillo”. El pazo, los jardines, huertas, prados, bosques, y así hasta sumar más de 6,6 hectáreas de terreno quedaron en manos de Francisco Franco Bahamonde después de que el dictador iniciase un proceso de expropiación forzosa de los terrenos colindantes con las Torres de Meirás.

Pero no sólo las tierras aledañas al palacete le fueron usurpadas, bajo amenazas, a sus verdaderos dueños con el fin de efectuar obras de mejora “para uso y disfrute de Carmencita”, la única hija de Franco. La Diputación de A Coruña también expropió fincas para la “mejora y ornamentación” de la carretera que enlaza la capital de la provincia
con Meirás.

Sin embargo, poca cosa se conocía hasta ahora sobre el estado del pazo intramuros. Hasta el pasado 17 de abril, cuando los técnicos de Cultura de la Xunta accedieron al palacete previa autorización judicial, sólo los Franco intuían a cuánto ascendía el valor de las propiedades que la familia había logrado reunir en el recinto, años atrás llegó a especularse con su posible venta al precio de seis millones de euros.

El incendio que sufrió el pazo de Meirás el 18 de febrero de 1978, cuyas causas nunca fueron determinadas, contribuyó a alimentar el enigma sobre el estado en el que se encuentra el recinto palaciego. En el vecindario algunos aseguran recordar cómo la familia aprovechó los momentos de confusión que siguieron a las llamas “para sacar en camiones los objetos de más valor”. Otros creen que el fuego permitió a la familia Franco “deshacerse de los documentos más comprometedores”.

Sea como fuere, lo que sí parece cierto es que, cuando las Torres de Meirás se convirtieron en el anhelado pazo de Franco, Carmen Polo hizo extraer piezas arqueológicas como cruceiros, fuentes, escudos señoriañes de otros pazos con el fin de trasladarlos a la que sería su nueva residencia de verano. Recientemente, 18 asociaciones del Ayuntamiento de Dodro (A Coruña) reclamaron “la devolución de lo expoliado”. “Era conocida la afición de Carmen Polo de llevarse todo aquello que le gustaba”, rememoran los vecinos de Meirás.

“Cuando veraneaban aquí, a la mujer de Franco le gustaba ir de compras a A Coruña”, explican. “Lo habitual es que fuera acompañada de la mujer del gobernador provincial, se metían en las joyerías y arrasaban. Nunca pagaban”. Cuentan que Carmen Polo “nunca llevaba suelto encima”, sino que solicitaba a los diferentes establecimientos que le “enviasen las facturas al Palacio del Pardo”. Pero nadie se atrevía a hacerlo. Por ese motivo, las joyerías acabaron creando una suerte de fondo de compensación para hacer frente a las pérdidas que generaban estas facturas que nunca se enviaban. “En la dictablanda [los últimos años de la dictadura] los joyeros llegaron a optar por echar el cierre a sus negocios cuando sabían que Carmen Polo estaba en la ciudad. Eso o quitaban las piezas de más valor de los escaparates”, zanjan.

Setenta años después, sigue sin conocerse el paradero de todas esas joyas, igual que se ignora a cuánto asciende el patrimonio real que lograron acumular los Franco en 40 años de dictadura.

Xunta de Galicia

El 17 de abril de 2008, tres técnicos de la Consellería de Cultura consiguen una orden judicial para acceder al pazo después de año y medio de litigios. Los Franco alegaban que “se vulneraban sus derechos”.

Los expertos aconsejaron que se abriera el proceso de declaración de Bien de Interés Cultural (BIC) El 1 de agosto, se inició el proceso para declararlo BIC. Conllevará que se abra al público cuatro días al mes.

Recuperación de la Memoria 

La Comisión pola Recuperación de la Memoria Histórica exige que la Xunta haga un inventario de los objetos que la familia Franco sacó del pazo, que se investigue donde están y que se sumen al patrimonio público.

Luchan por la “restitución del pazo de Meirás” al Estado, “para disfrute del pueblo gallego”. Argumentan que la colecta para comprar el pazo no fue tal, sino que se consiguió el dinero mediante “coacción y extorsión”. 

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