MADRID
Actualizado:“Me imaginaba un colectivo triste y me encontré lo contrario. Gente con mucha luz y con mucha curiosidad”.
Quien habla es Jerónimo Arenal, actor. Lleva gafas de montura marrón, una camisa azul y una barba rasa, bien cuidada. Está sentado sobre una silla, con la espalda apoyada en la pared de la biblioteca del centro internacional de investigación teatral TNT, en Sevilla. En las estanterías, revistas especializadas, manuales para actores, referencias a Dario Fo, Vladímir Maiakovski, Bertolt Brecht…
“Los bajaba al parque y flexibilizábamos el cuerpo. Jugábamos, bailábamos, cantábamos. Había mucho contacto físico. Hacíamos preguntas y obteníamos respuestas. Indagamos en ellos y surgieron historias. Muchas veces les costaba expresarse. Y resulta que la gente con Alzheimer no pierde los recuerdos primigenios o los que les han impactado. Llevan historias que vuelven a repetir con la necesidad de expresar ese recuerdo. Son portadores de historias”.
Arenal se emociona. Comparte su experiencia haciendo teatro con enfermos de Alzheimer con otros compañeros y con su jefe, el director de la compañía Atalaya (35 años en activo, premio nacional de teatro en 2008), Ricardo Iniesta. Todo el mundo, unas 20 personas, escucha atentamente alrededor de una mesa redonda, en la que descansan dos jarras de té con hielo y varias botellas de agua. Se han reunido para hacer balance en la conferencia 10 años de teatro comunitario, a la que asistió Público, con la que buscaban “crear un espacio de encuentro y reflexión sobre el teatro comunitario, sobre el trabajo que Atalaya/TNT viene realizando”.
Arenal dice: Antonia nos contaba su historia de niña. Y allí está Antonia, enferma de Alzheimer, a quien Arenal le da la palabra para que cuente.
“Veníamos andando con una bicicleta. Mi padre trabajaba en la mina y le había cogido un horror. Una muerte. Y nos fuimos. Parábamos en los cortijos. Pedía trabajo, trabajaba, nos daban de dormir y de comer. De Nerva (Huelva) hicimos el camino hasta Sevilla. Eso me lo contaron ellos luego. Que me quisieron comprar. Pero yo tenía un recuerdo bonito. Era niña, comía. Yo tenía 5 años. Se me quedó grabado. Luego supe lo que eso representaba. A mis hijos no se lo había contado nunca. Esa historia estaba ahí, pero mis hijos no la saben”.
Retoma Arenal: “O se recuerda o se pierde. Convertimos la Hacienda Santa Cruz (un espacio cultural en San José de la Rinconada, Sevilla) en la Hacienda de la memoria. Ellos son los que cuentan. Llevaban un objeto. Antonia, un muñeco de trapo. Cada uno de su casa. Y terminábamos con una canción. ¿Cómo conseguimos que llegue al espectador? Organizábamos la historia y pedíamos al público que indagara en la historia. Y conseguimos encuentros súperíntimos, súperpreciosos”.
La experiencia de Arenal jamás se habría producido sin el desembarco, hace diez años, de Iniesta y su compañía Atalaya en la calle Parque de Despeñaperros (Sevilla), donde montaron el Centro Internacional de Investigaciones Teatrales TNT, justo enfrente de uno de los poblados chabolistas más antiguos de Europa, que se remonta hasta los años 30. Hoy día habitan allí unas 500 personas. “Allí nadie sabía que existía el teatro. Solo por eso ha merecido la pena venir aquí. Nos dieron a elegir. O Los Remedios (barrio pudiente de Sevilla) o aquí. Dijimos aquí. Nos dijeron, estáis locos. Esto es Fort Apache. Yo iba con los indios de pequeño. Al principio nos decían que éramos amigos de los gitanos del Vacie. Y nos dieron más miedo muchos vecinos que la gente del Vacie, más miedo los payos que los gitanos, los que saben leer que los analfabetos, más los hombres que las mujeres”, recuerda Iniesta, el pelo sujeto por una coleta.
Los inicios
“Aquí no había nada aquel 17 de octubre. Ese día hubo un teatro de calle, teatro de la inclusión, de personas sin hogar. Uno de los actores vivía en un coche. Había sufrido una separación, un despido. Hacía años que no veía a sus hermanos. Les escribió. Les dijo: venirse que actúo. Gracias al teatro, hubo ese encuentro. Fue un subidón para él. Después, volvió a encontrar trabajo. Ese es el sentido del teatro para nosotros”, dice Iniesta, de pie. “No queremos escuchar a las sirenas, sino escuchar a la gente de aquí”, agrega.
Iniesta explica que el proyecto Atalaya/TNT, el mayor teatro privado de Andalucía, tiene tres patas. La pedagogía, la programación y la producción. Ya han alcanzado las 1.000 funciones. Iniesta afirma que el teatro puede ser una “herramienta de inclusión”. Y que ese trabajo comenzó en El Vacie con el trabajo de Silvia Garzón, actriz. De ahí surgieron las producciones con las actrices gitanas que llevaron, con éxito de crítica y público, por toda España la Casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca, primero, y Fuenteovejuna, de Lope de Vega, después.
Aquí se puede ver un fragmento:
“Cuando van de gira, van con el sueldo, con las dietas con todo, como los actores de Atalaya”, dice Iniesta.
Toma la palabra después Silvia Garzón. Hay energía, fuerza, temple, en esa voz. Recuerda los inicios, hace diez años.
“Empezamos las visitas en El Vacie primero puerta con puerta. Queríamos hablar con las mujeres. Pero eso no era posible, porque tenías que hablar con toda la familia. Y el proyecto que llevábamos, iba a la basura, porque todo iba cambiando. No sabían qué era el teatro. Les decíamos. Vente y verás lo que es el teatro. Hacíamos visitas persistentes. Las mujeres vienen acompañadas por los hombres. Entran al taller. Y el taller, por tanto, hay que abrirlo. Ellos quieren entrar y ver lo que estás haciendo. No queríamos hombres, pero tienes que ser flexible. Y las mujeres no dejan a los niños en la chabola. Vienen con ellos. Tienes que poner gente que cuide de los niños. Tuvimos que parar para reestructurarlo todo. Y te surgen muchas preguntas: ¿Qué hago yo aquí? Surgen muchas incomodidades mentales. ¿Estoy realmente ayudando? Necesitan otras cosas, no teatro, te dices”.
Detrás de Garzón, Paz López, productora de Atalaya/TNT, va pasando con un ordenador diapositivas, que se impresionan sobre una pantalla, que le ponen imagen a la memoria de Garzón. Fotos en la chabola, fotos en el taller.
“Se abrió la guardería, prosigue Garzón. Imposible. Los niños necesitan ver a sus madres. Entonces, comenzaron a mantener a los niños tranquilos mientras las mujeres trabajaban. Y así aprendes a trabajar también otras cosas. Al final, se trata de convivir. Convives, recoges lo que recibes. Estás abierta a cada una de las facetas que vas viendo en la vida. A los adolescentes nos costaba más engancharlos. Fue la TV, el grabarlos con una cámara. La cámara fue el enganche. No como las mujeres. Ellos querían verse”.
Así fue como comenzó esta historia. Y después vino todo lo demás. Vinieron los dos proyectos Caravan, el Project, de teatro itinerante, y el Next, su heredero, en asociación con compañías de toda Europa, que busca crear una verdadera red de teatro social comunitario. Y vino el trabajo con enfermos de Alzheimer, el trabajo con discapacitados, de la mano de la Asociación AFADI, el trabajo con refugiados, del que habla María Sanz, actriz. Está sentada en un banco, al fondo. Mientras habla, mira de frente. Una espléndida melena, negra y rizada, le cubre la cabeza.
“Había personas a las que no les apetecía hacer nada. Se trataba de ver cómo entendernos y cómo comunicarnos. Surgieron propuestas súpercreativas. Se creó un espacio donde se quitaron las etiquetas. Teníamos el hilo conductor del viaje. Enlazamos distintas propuestas. Hablamos de personas nuevas que empiezan a tener una identidad nueva. Hicimos un trabajo terapéutico, con la mochila de dolor que traían, y el impacto y la huella”.
Y de repente, tercia Paz López. Y dice: “Ellos son verdad en un escenario. La verdad produce el teatro comunitario”. Y eso que dice sobre la verdad, en ese momento, suena precisamente a verdad. Iniesta recoge entonces el guante. Y corrobora. “El teatro es todo menos mentira”. Y añade, recordando él y recordando a otros los principios de la revolución francesa de 1789: “No hay libertad sin igualdad ni igualdad sin fraternidad. Esta es la idea del teatro comunitario”.
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