Rojo. Rojo de la cabeza a los pies. Nunca dejaba lugar a dudas. Jordi Dauder era un trabajador de la cultura con ideas muy claras sobre quién era su gente. La gente trabajadora.
Cuando se hizo conocido en escenarios y pantallas no era ningún chaval. Era rojo desde mucho antes y ya había tenido que pagar con años de exilio el precio de su compromiso con los de abajo.
Había nacido en Badalona, en plena Guerra Civil. Una guerra de la que se sentía perdedor, pero sin asomo de resignación.
Era brillante, culto, sensible y apasionado. Sentía curiosidad por todo. Por eso tuvo una vida intensa, aquí y allá, y un buen número de oficios, en hospitales, editoriales, librerías, salas de espectáculos, platós y en sus propios papeles dedicados a la literatura.
El maldito cáncer vino a intentar estropearle la existencia poco antes de cumplir los 70 años. No se dejó. Explicaba con toda convicción a sus amigos que tenía voluntad de sobra para pelear por la vida y no desaprovechar ni un solo momento del tiempo que le quedara. Así lo hizo. Con su excelente humor.
Jordi Dauder era rojo a más no poder y por esa razón, generoso en sus militancias, estrechamente ligadas a su historia y su profesión.
Su papel de cura oscuro del Opus Dei, en Camino, de Javier Fesser, es el más reconocido y premiado de toda su trayectoria como actor cinematográfico. Probablemente, fue también el más brillante. En esa imprescindible película dejó representada, como nunca se había hecho, la extrema crueldad del sectarismo religioso.
Muchos años antes, bajo la dirección de Ken Loach, participó en el relato de Tierra y libertad, la cinta que mejor plasma la desgraciada suerte de los milicianos del POUM, que lucharon contra las tropas franquistas y al mismo tiempo, incluso en los frentes de guerra, fueron víctimas de la brutal represión estalinista. Jordi Dauder encarna en ese documento a uno de esos milicianos, que participaron en las colectivizaciones y le dejaron como legado la reivindicación del comunismo radicalmente comprometido con la defensa de todas y cada una de las libertades democráticas.
Era coherente del todo con la tradición igualitaria, anticapitalista
Jordi Dauder era coherente del todo con esa tradición igualitaria, anticapitalista y no perdía oportunidad para demostrarlo. Rara vez decía 'no' cuando se le pedía su contribución a favor de una causa justa.
Se le recordará tanto por el trabajo vecinal en su barrio de Badalona, como por su solidaridad internacionalista. Con él asistimos a manifestaciones sindicales, en defensa del medio ambiente, contra el plan hidrológico, en defensa de la cultura catalana, en actividades de apoyo efectivo e inalterable a la población saharaui...
Cuando los militares del 23-F quisieron restablecer el régimen del miedo, Jordi Dauder defendió públicamente, desde el primer momento, la democracia en la calle.
Tampoco se olvidará la imagen en el Congreso de los Diputados, junto a otros compañeros de profesión, con el 'No a la guerra', pegado al cuerpo. Denunciaron la implicación de España en aquel despropósito militar y dieron de esa manera un impulso esencial a la movilización en contra de la intervención en Irak.
No se olvidará su imagen en el Congreso, junto a otros compañeros de profesión, con el 'No a la guerra'
Compartimos con él hace muy poco, por teléfono, desde Sol y el Pla de Palau, sorpresa, euforia y esperanza ante las manifestaciones del 15-M.
Estuvo implicado además en la difícil tarea de recuperar no sólo la Memoria Histórica colectiva, la de los vencidos, sino su patrimonio político más rico.
Jordi Dauder confiaba, como rojo auténtico que era, en la posibilidad de dar la vuelta a las cosas. Lo dejó claro siempre que pudo. Una de las últimas veces fue cuando, a pesar de la dificultad de movimiento que ya le imponía la enfermedad, cuando salió a recoger el premio Gaudí d'Honor otorgado par l'Acadèmia de les Arts Cinematogràfiques Catalanes e hizo público su permanente compromiso en la lucha 'per la nostra República'.
* Marià de Delàs es periodista
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