Qué hay detrás de la famosísima puerta desde la que cada año vemos por televisión anunciar al ganador del Nobel de Literatura? Entre otras cosas: dos mesas, una de ellas con un ordenador y un teléfono para avisar al galardonado una hora antes de hacerse público; media docena de sillas que aguantan estoicamente sobre sus cuatro patas desde 1786, año de la fundación de la Academia sueca; varios retratos y bustos (entre otros, de su fundador, el rey Gustavo III de Suecia); y un solemne reloj de pared cuyo tictac acompaña toda esta entrevista. Es el despacho de Peter Englund (1957), historiador y, desde junio de 2009, secretario perpetuo de la institución. 'Mi tarea es equivalente al director de una empresa mediana. Anunciar al ganador es lo más pequeño que hago', dice Englund, autor de La belleza y el dolor de la batalla (Roca Editorial), una crónica de la I Guerra Mundial a través de las 'pequeñas historias' de 20 personas que participaron en ella.
Camilo José Cela contaba que había viajado varios años a Estocolmo para 'venderse' como candidato al Nobel. ¿Funcionan los lobbies en estos premios?
No, no, al revés: si la Academia se siente presionada, es cuando rechaza esa propuesta. Es muy firme en su independencia. No dependemos para nada del Estado y, aunque el rey tenga la última palabra en los premiados, es algo simbólico. Gestionamos nuestro propio dinero. Un ejemplo al contrario sería Mario Vargas Llosa. Él sí conocía a un miembro de la Academia y siempre tuvo cuidado de no utilizar esa influencia.
Se ha acusado a la Academia de un giro conservador, algo que se acentuó tras la concesión del galardón a Vargas Llosa.
Estas especulaciones suelen ser erróneas. Ahora se nos acusa de ser conservadores. Pero antes, tras premiar a Doris Lessing, Elfriede Jelinek y Harold Pinter, especialmente, se nos acusó de ser de izquierdas. Y, en parte, porque los propios escritores han tenido esa simpatía por la izquierda. Creo que la culpa es de los propios periodistas, que tienen recursos y conocimientos en política pero no en literatura, y todo lo ven desde el prisma político. No suelen conocer a fondo la obra del escritor premiado. Hay un dicho sueco que dice: 'Para el que sólo tiene un martillo en un caja de herramientas, todos los problemas van a ser siempre un clavo'.
¿Qué le pareció la polémica en la Feria del Libro argentina, donde varios intelectuales pidieron que Vargas Llosa no la inaugurara por motivos políticos?
El Premio Nobel se da por méritos literarios. No tenemos en consideración si tiene enemigos en la derecha o en la izquierda. No nos importa. Pero no conocía esta polémica.
Pero en otros casos sí que se ha tenido en cuenta la actitud o defensa de ciertos valores en un contexto político determinado.
Es algo que va con el propio escritor, hay muchos involucrados políticamente. No pensamos explícitamente en ello, pero de modo indirecto está en sus obras. Reconozco que hay una parte que no puedes evitar tener en cuenta. Antes de mi cargo, por ejemplo, en el caso de Borges, se cuestionó su simpatía con la junta militar argentina o con Pinochet. Fue un problema para los miembros de la Academia, que nunca se habían encontrado con algo así. En aquel caso se hallaron ante un dilema. Por supuesto, creo que se lo merecía.
¿Por qué eligió la I Guerra Mundial y por qué reconstruirla a partir de pequeños testimonios?
Es un libro sobre el arranque del siglo XX y la era que empieza con esta guerra. Está en el ADN de todo el siglo XX. Además, es un hecho histórico que siempre ha estado en la sombra de la II Guerra Mundial, aunque es el inicio de todo: sin una I Guerra Mundial no habría existido Hitler, Stalin, la Guerra Fría, ni tantas otras cosas. Tenía la ambición de escribir y abordar la Historia de otro modo. Me inspiré precisamente en Vargas Llosa: hablar de un gran acontecimiento a partir de pequeñas historias, como un mosaico, hecho de piezas que dan una imagen final. Lo que he querido cubrir en este libro es lo que precisamente no se suele cubrir en los libros de Historia: no qué ocurrió, sino cómo ocurrió. Esta fue la guerra más literaria: la gente escribía en diarios y cartas y quedó plasmado en muchos escritos.
El libro acaba con un fragmento de Mi lucha', de Hitler, donde afirma que a partir de la I Guerra Mundial decidió dedicarse a la política.
La II Guerra Mundial se podría definir como la segunda fase de una gran guerra civil europea. Todo lo que es fundamental en la II Guerra Mundial, los fascismos, las revanchas, la correción de las nuevas fronteras... todo esto arranca en la primera.
Como antiguo corresponsal que ha estado en los Balcanes, Irak y Afganistán, ¿se puede hacer una lectura contemporánea de esta guerra, por ejemplo, con Irak?
Sí. Hay que tener las dos imágenes paralelas, simultáneas en la cabeza. Si los americanos hubieran recordado 1914 tanto como recordaban 1944 a la hora de invadir Irak, quizá se hubieran tomado otras decisiones. Todas las guerras no son absurdas, ni todas las guerras son de liberación. Los dos tipos de guerra existen, por eso es importante mantener con vida la memoria de la I Guerra Mundial.
En su libro se muestra cómo la gente estaba impaciente por participar en la guerra, algo muy distinto a la visión de hoy.
Somos hijos de un periodo muy oscuro y de estas guerras, así que la visión que tenemos es muy diferente. Fueron personas que no estaban ni locas ni tontas por creer que la guerra podría solucionar cosas y mostrar su entusiasmo por ello.
¿Fue la I Guerra Mundial el final de una época donde hasta las guerras habían tenido unas reglas, cierta nobleza?
Todo lo que aconteció antes, a nivel moral, es mucho más elevado que la posición que tenemos nosotros, que estamos como a la sombra de ese acontecimiento. Un mundo más civilizado finalizó con esta guerra. Por eso quiero hablar también de las consecuencias positivas de la I Guerra Mundial, como el cambio del papel de la mujer y la democracia. Hay un grado de civilización que, tras esta guerra, cae en picado. Todavía hoy intentamos recuperarnos de las consecuencias. Aunque no quiero glorificar esta guerra, en la que murieron 10 millones de personas. Antes de eso, la guerra en que más personas murieron fue en la franco-prusiana, 150.000 personas (1870-1871). Nosotros somos la consecuencia de este siglo oscuro donde la muerte es lo corriente.
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