Haruki Murakami es un obrero del talento. Cuatro horas de tecla al amanecer, sin esperar que todo lo que salga sea bueno. Mucho esfuerzo y mucho ingenio para poder llegar a ser un escritor gigante, sin serlo. Mucho entrenamiento y muchas horas para dejar a punto el músculo de la voluntad, la concentración y la respiración. El autor de Tokio Blues aprendió a sudar, a hacer pico y pala de ficción todos los días, con las zapatillas puestas: 'En mi caso, la mayoría de lo que sé sobre la escritura lo he ido aprendiendo corriendo por la calle cada mañana. De un modo natural, físico y práctico', reconoce en el libro De qué hablo cuando hablo de correr, publicado por Tusquets, en el que explica al detalle cómo entiende su oficio.
El autor se cuida físicamente para soportar el esfuerzo de ser escritor
Sólo un autor japonés de bestsellers podría pensar en cuidar de su respiración mientras se dedica a correr cada día una nueva página de su novela y a formular una lección sobre la correcta utilización del cuerpo en la conquista del libro perfecto: 'Si no hay equilibrio entre inspiración y espiración resulta muy difícil poder dedicarse profesionalmente a escribir novelas durante muchos años. Hay que ser capaz de seguir respirando mientras se contiene la respiración'. De este libro, con tono de diario de corredor de maratones, sale el Murakami prosaico que todos los Murakami llevan dentro.
Nadie nunca fue escritor al nacer. En el caso de Murakami, terminó sus estudios, abrió un club de jazz cerca de la estación de Sendagaya, en Tokio, en el que cabían un piano y un quinteto, y a los 30 años, un buen día, decidió que escribiría una novela, sin más. 'Así que fui a la librería Kinokuniya y me compré un paquete de folios con cuadrícula y una pluma Sailor de unos mil yenes. Fue una inversión de capital muy modesta'. De esos folios salió Oíd cantar al viento. Los siguientes tres años Murakami abría el local, lo cerraba y se iba a casa a escribir hasta quedarse dormido. Era la época en la que se fumaba 60 cigarros y no quería ni oír hablar de sudar. 'Lo que más feliz me hizo al convertirme en novelista fue poder levantarme y acostarme temprano'.
Murakami prefiere el rock trotón al jazz a la hora de correr por las mañanas
Pero no mezcla informática con música porque 'es lo mismo que lo de no mezclar la amistad o el trabajo con el sexo'. La curiosa ley de Murakami le hace preferir el minidisc al iPod. Y carga siempre música rock en vez de jazz, porque para correr 'lo mejor es un ritmo lo más simple posible'. Ahí guarda el Sympathy for the Devil de los Rolling Stones (del que le 'llega al alma' el coro del estribillo), el Reptile de Eric Clapton, los Lovin Spoonful, Red Hot Chili Peppers, Gorillaz, Beck, Creedence Clearwater Revival y los Beach Boys.
'Uno de los pocos dones de los que puedo presumir es mi gran resistencia'
Haruki Murakami está obsesionado con cuidar su cuerpo para soportar el esfuerzo de llegar a convertirse en un escritor profesional, que pretende 'escribir durante un periodo prolongado novelas dignas de tenerse en cuenta'. Está convencido de que su constitución física le hace tener largas distancias en sus piernas y largas novelas en su escritorio. Y como todo corredor de fondo, Murakami lucha contra el tiempo como novelista. 'Sólo soy un escritor que, consciente de sus limitaciones, intenta prolongar un poco más, aunque sólo sea un poco, sus habilidades y su vitalidad', cuenta.
Pero sólo después de correr. Para Murakami, el acto de correr roza lo metafísico. 'Corro, luego existo', llega a escribir mientras relata su participación en una ultramaratón, en la que completó 100 kilómetros en algo más de 11 horas. Murakami es un obrero que se traba el talento en soledad: dos horas de carrera y las cuatro o cinco de escritura. En el silencio es en lo único que se muestra similar al resto el Murakami menos Kafka. 'Mientras corro, simplemente corro', 'corro para lograr el vacío', 'mientras corro casi nunca pienso en nada serio'.
Para el japonés, 'escribir novelas es una labor insana', algo venenosa
Haruki Murakami disfruta con su sudor. 'El dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional' escuchó a un corredor rumiar una y otra vez como un mantra, para sí mismo, durante una carrera. Él lleva casi 30 años corriendo, los mismos que escribiendo, y se repite que no es un corredor de los buenos, pero al menos tiene una gran capacidad de resistencia. 'Es uno de los pocos dones de los que puedo presumir'.
'Escribir novelas es una labor insana', reconoce en el libro Murakami, para quien los actos artísticos contienen agentes insanos y antisociales. Para el autor japonés, los escritores tienen una fea sustancia que se desata cuando se mete en una historia nueva. Para entendernos, hay 'una especie de toxina que se halla en el origen de la existencia humana y que aflora al exterior'. Sin la intervención de este veneno no se puede llevar a cabo una 'auténtica labor creativa'. Así que Murakami ha elaborado durante mucho tiempo un sistema que lo inmuniza de esa peligrosa toxina que anida en su cuerpo 'Para tratar con cosas insanas, las personas tienen que estar lo más sanas posibles. Esa es mi teoría'.
Ya ha quedado claro que correr es para el novelista la costumbre 'más provechosa y la que más sentido da' a su vida, y que ha escrito un libro lleno de proverbios y aforismos que desvelan a un autor que se castiga con la rutina y las obligaciones. Un esforzado escritor de método, maniático como cualquiera, con pantalones cortos y camiseta de tirantes. De ahí que en otra de sus metáforas más simples se descubra tocado por el mal del montañero: Murakami, como escritor, necesita enfrentarse al reto de la dificultad de ascender a la cima. O morir en el intento. 'Superarse a uno mismo o perder, no hay más opciones. Siempre que escribo una novela larga tengo grabada esa imagen en mi mente'.
El escritor japonés confirma e insiste en el hecho de que correr le cambió la vida y que aunque le digan que 'eso no es propio de artistas', él seguirá plantándose en la calle con sus zapatillas favoritas unas Mizuno cuya suela 'se aferra al terreno con seguridad, con honestidad, con solidez', para correr todos los días una hora y media y terminar un maratón al año. 'Tengo la impresión de que si, cuando decidí hacerme escritor, no se me hubiera ocurrido empezar a correr largas distancias, las obras que he escrito serían sin duda bastante diferentes'. Abajo los mitos: el maratón es mucho más importante que Kafka. Murakami sólo piensa cuando escribe, existe porque corre.
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