Virgilio y Kafka tienen algo en común. Ambos pidieron a sus allegados que destruyeran sus obras a su muerte. El poeta romano temía que no le iba a dar tiempo a concluir los versos de La Eneida de la forma que él quería.
El escritor checo ordenó a Max Brod que quemara todos sus papeles, entre los que estaban las novelas El proceso y El castillo. “Afortunadamente, Brod no hizo caso a los deseos de su amigo”, escribió más tarde Vladimir Nabokov.
¿Qué es más peligroso para el legado de un escritor? ¿Los críticos, las editoriales o los familiares? Si los escritores tuvieran la capacidad de revolverse en la tumba, la de Nabokov presentaría ahora algunos arañazos.
Esta semana, se ha puesto a la venta en Gran Bretaña su novela inacabada The Original of Laura, la misma que el autor no pudo terminar y que pidió que se destruyera tras su muerte. No se puede decir que eso haya provocado un debate sobre las razones de los herederos de Nabokov, porque en realidad la discusión comenzó hace años y nunca se ha apagado.
La muerte detuvo al escritor ruso en julio de 1977 cuando se encontraba en una carrera contra el tiempo para concluir la novela. Llevaba gravemente enfermo mucho tiempo y a finales del año anterior dejó escrito en una carta que seguía inmerso en ella, aunque con muchas dificultades: “Debo haber pasado por ella unas 50 veces y en mis delirios diurnos continuó leyéndola en voz alta a un pequeño público en un jardín vallado. El público consiste en pavos reales, palomas, mis padres ya muertos, dos cipreses, las enfermeras que me atienden, y un médico de la familia que es tan viejo que es casi invisible”.
Nabokov no escribía a máquina sino con lápiz en unas fichas, lo que le permitía alternarlas en distintos órdenes durante el proceso de creación.
A su muerte, las 138 fichas fueron depositadas por su esposa Vera en la caja fuerte de un banco suizo. Comenzaba así la agonía de qué hacer con ellas. Si de lo que se trataba era de sacar dinero, la obra se habría publicado hace mucho tiempo.
Vera tenía razones para no cumplir la voluntad de su marido. En dos ocasiones, despechado por el rechazo de los editores, Nabokov había intentado quemar el manuscrito de Lolita y había sido Vera quien los había impedido.
A mediados de los ochenta, algunas personas pudieron leer The Original of Laura. El veredicto no era concluyente. Uno de ellos, su respetado biógrafo, Brian Boyd, lo hizo y recomendó que no se publicara, aunque años después cambió de opinión. “Es la clase de escritura que provoca admiración y sorpresa, pero que no te atrapa”, ha dicho recientemente.
Todo aquel que la ha leído admite que tiene sus dudas. Todos menos el hijo. Al morir Vera en 1991, Dmitri Nabokov se hizo cargo de la responsabilidad de tomar la decisión.
No podía haber alguien más diferente al escritor. Nabokov despreciaba la música y no sabía conducir. Dmitri llegó a cantar ópera y su pasión eran los coches rápidos. Dmitri cree firmemente que lo que se acaba de publicar es una joya, “su novela más brillante”.
Pero durante mucho tiempo no se atrevió a dar el paso y ahora, con 76 años y una salud tan deteriorada como la que tenía su padre cuando escribió la novela, ha decidido dar el paso definitivo.
La editorial Penguin ha optado por la solución menos artificial. Ofrece la obra tal y como la dejó su autor. Es en realidad un cuaderno con todas las fichas, que hasta se pueden soltar del libro para colocarlas en otro orden, para ‘hacer de’ Nabokov. En inglés, es en realidad un facsímil, una reproducción fotográfica de alta calidad de las tarjetas.
'El placer de leer El Original de Laura no es el mismo que el de una novela acabada”, ha escrito el editor Alexis Kirschbaum, “pero la intimidad de la lectura de las fichas presentadas de esta manera permite a los lectores entrar en el interior del hombre y del escritor como nunca antes'.
Más allá del respeto a la voluntad del autor, existe el temor de que la obra revele a un Nabokov que intentaba sin éxito luchar contra el declive. ¿Cuántos de los grandes autores que no se rinden al paso del tiempo han mantenido su nivel creativo?
Philip Roth ha publicado con 76 años La humillación y las críticas no han sido nada buenas. Don DeLillo tenía 71 al salir El hombre del salto y salió mejor parado.
Al hacer la reseña de la novela póstuma de Nabokov, Martin Amis no ha tenido piedad: “Este es el pequeño secreto de la literatura. Los escritores mueren dos veces. Una vez, cuando muere su cuerpo. La otra es cuando muere su talento”. Por eso, cree que ahora sólo podemos ser testigos de la decadencia de un autor muy querido por él.
Nabokov dijo una vez que “sólo los ambiciosos a los que no conoce nadie y los mediocres enseñan sus borradores”. Y los escritores muertos, habría que añadir.
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